And the winner is el futuro digital
Desde hace ya algunos años no compro música, aunque escucho siempre que puedo. Primero fue la descarga gratuita, después la de pago y, finalmente, lo que los expertos llaman escucha en streaming, es decir, lo que quieres, cuando quieres y en cualquier dispositivo de los que utilizamos.
También confieso que sólo compro libros de papel para regalar. Por lo general, los descargo a una tableta y me he acostumbrado a leerlos en ese soporte, marcarlos y subrayarlos como siempre, pero ahora de forma más ordenada y localizable que antaño. Muchos me dicen que mantienen una relación sentimental con el libro y que eso les lleva a seguir consumiéndolo en su morfología clásica, aunque reconocen que es una cuestión de hábito, casi generacional, y que sus hijos no han abierto jamás una enciclopedia de formato tradicional.
También he conseguido dejar de acudir al kiosco y regresar cargado de diarios. La electrónica nos permite consultar toda la información existente y la única diferencia para quienes hemos superado el contacto físico con ese producto proviene de si la lectura es gratuita o de pago.
Es obvio que muchos lectores de esta publicación tienen hábitos similares y cada vez consumen más información digital. Como los hay, igualmente, resistentes y que declinan perder sus costumbres. Obedecen más a un tierno romanticismo que a criterios de funcionalidad. Pero incluso quienes se mantienen en esa trinchera sentimental han dejado de enviar SMS desde sus móviles para utilizar la mensajería instantánea o bien se han enganchado, poco o mucho, a alguna red social.
La cuestión es que mientras nosotros sostenemos este debate más o menos entretenido, la industria cultural, la de distribución de contenidos, se está girando a velocidad supersónica al soporte digital. Leo en la prensa digital francesa que Fnac, el hipermercado cultural propiedad del gigante galo del lujo (el grupo PPR), se lanza a competir con Spotify y Deezer en la escucha de música por abono. Es sólo un ejemplo de cómo cambian con urgencia sus modelos de negocio incluso los grandes grupos empresariales más emblemáticos del capitalismo y de una cultura como la francesa de gran componente proteccionista.
Pronto, las bibliotecas serán virtuales (aunque no necesariamente gratuitas como ahora). Amazon ya no sólo vende libros, sino que se está convirtiendo en uno de los principales editores mundiales. La tienda de Apple alquila más películas que la mayoría de grandes cadenas mundiales de vídeo y así un largo suma y sigue.
La oferta cultural se dirige irremisiblemente al ámbito de lo digital, por más que la demanda avance lenta en algunas sociedades y se abra un riesgo cierto de fractura, brecha digital se le llama, entre los usuarios de las tecnologías de la información y un contingente nuevo que lo componen los denominados analfabetos digitales.
Seamos más o menos sensibles a lo que sucede en el ámbito tecnológico, los tiempos que llegan para todos están teñidos por las famosas tecnologías de la información. Un ámbito al que le falta muchísima regulación, que las administraciones asumen con pasmosa lentitud, donde la seguridad es una gran incógnita y que, para los que vienen, en las escuelas e institutos no es ni tan siquiera una seria obligación curricular.
Valdría la pena más reflexión colectiva sobre esas cuestiones. Parafraseando a los americanos que en las últimas horas han entregado sus Oscar cinematográficos, and the winner is… el futuro digital. Y no estaría de más que con independencia de preferencias personales y otros refugios generacionales como sociedad nos hiciéramos a la idea de que lo tenemos encima, es imparable, resulta beneficioso y peligroso a la vez, y rehuir el debate sólo da más alas y ventajas competitivas a quienes son más permeables o menos refractarios.