Ana Iris y nosotros, los de entonces
La pregunta pertinente tras el discurso de Ana Iris Simón no se refiere tanto a ella cuanto a quienes han olvidado sus reivindicaciones de hace no tanto, sustituidas hoy por otras con más réditos inmediatos como el activismo de género o climático
Confieso que me ha sorprendido un tanto el revuelo en torno al discurso de Ana Iris Simón en Moncloa. Es cierto que parte de la reacción viene sin duda de lo inesperado: a este tipo de actos te invitan para formar parte de un paisaje, para ser el atrezzo sofisticado que transmite ciertos valores o atributos; no a dar la nota. Vaya entonces el primer reconocimiento a Simón por salirse del guion de Moncloa y ejecutar el suyo, lo que viene haciendo con no poca inteligencia desde que saltó a la fama hace unos meses.
Pero digo que me sorprende el revuelo porque los temas del discurso y las quejas generacionales que ha expuesto no son nuevos. Hagamos un poco de memoria. Estos días se han cumplido diez años del estallido del 15M, que pese a la supuesta transversalidad inicial, acabó adquiriendo un sabor netamente generacional por el peso de organizaciones como Juventud Sin Futuro o colectivos organizados en torno al problema del acceso a la vivienda.
La dimensión de la edad se haría más evidente al crearse Podemos y recoger buena parte de aquellos discursos y a los cuadros de muchos de esos colectivos, la mayoría de ellos por debajo de la cuarentena. Incluso desde orillas menos beligerantes contra el statu quo se manejaba la idea que en España existía un tapón generacional en las élites, solidificado desde la Transición, y abundantes problemas para la juventud en general.
La generación abandonada
Colectivos como Politikon o Piedras de Papel emitían análisis y propuestas, e incluso lanzaban campañas sobre políticas públicas concretas, como el contrato único, lanzado en tiempos de Zapatero por un nutrido grupo de economistas y defendido entonces por FEDEA entre otros. En casi todos los casos se incidía, por cierto, en que el problema de la juventud no se agotaba en lo laboral, sino que llevaba aparejada la incapacidad de tener vidas autónomas, de acceder a la vivienda y de formar una familia.
No se trataba sólo de activismo, sino que la cuestión se insertaba en un debate más amplio sobre las reformas que necesitaba España. Y había ya una literatura abundante sobre el asunto. Por ejemplo, en La urna rota (Debate, 2014) se explicaba el “abandono” de los jóvenes por el PSOE a partir de 1985: los temas de juventud fueron reduciéndose en los programas socialistas de 1989 y 1993 en favor de las pensiones y la sanidad.
Los jóvenes tomaron nota: en 1996 el Partido Socialista tenía 27 puntos menos de apoyo entre el electorado de dieciocho a veinticuatro años que en 1982. Recuerdo bien el pasaje porque lo escribí yo, como también recuerdo quién era el autor del estudio citado: un sociólogo que hoy es diputado socialista. Más adelante Politikon publicaría un libro monográfico sobre el problema de los jóvenes, El muro invisible.
Diez años perdidos
Hubo también partidos que recogieron estas inquietudes y propuestas. Primero UPyD, luego Ciudadanos al dar el salto nacional. Ciudadanos de hecho incluyó una variante descafeinada del “contrato único” en el acuerdo de gobierno con el PSOE de 2016; y también la conversión de los fondos infrautilizados de la Garantía Juvenil europea para un “complemento salarial para jóvenes” que hiciera compatible el trabajo y la formación. Ninguna de las dos propuestas sobrevivió, ni a la investidura fallida de Sánchez, ni a su llegada al poder en mayo de 2018.
Tampoco salieron adelante las dos leyes contra la precariedad en el empleo que el partido liberal presentó en el Congreso. Y las dos últimas legislaturas socialistas han sido tiempo perdido enteramente desde el punto de vista de las políticas de juventud o demografía -como en realidad para casi todo.
Por lo demás, las preocupaciones por la seguridad material de los jóvenes y las clases trabajadoras han estado presentes desde siempre en la izquierda. En plena utopía noventera mis compañeros de fanzine de la facultad ya daban la tabarra abundantemente con Richard Sennett e incluso con la defensa explícita de un cierto “conservadurismo social”.
Oportunismos
Por tanto, quizás la pregunta pertinente tras el discurso de Ana Iris Simón no se refiere tanto a ella cuanto a quienes han olvidado sus reivindicaciones de hace no tanto, sustituidas hoy por otras con más réditos inmediatos como el activismo de género o climático. Un artículo reciente de Javier Jorrín en El Confidencial pone números a la intuición: la situación de los jóvenes no ha dejado de empeorar desde 2011, mientras una sustitución de élites -hasta en la Casa Real- maquillaba un tanto el desastre.
No hace falta remontarse al franquismo ni a supuestas arcadias familiares con piso en propiedad y Seat 124. Los problemas que se venían denunciando desde hace diez, quince, veinte años siguen ahí y, en todo caso, han ido a peor.
Probablemente las soluciones que aventura Simón son erradas o incompletas, algunas incluso perniciosas. Tampoco esto es nuevo: en España se han construido muchas carreras políticas en años recientes sobre ideas profundamente erradas, singularmente en lo que a los jóvenes se refiere. En esto la responsabilidad de la escritora es desde luego menor que la de, digamos, una ministra. O un presidente del gobierno.