Amarga segunda victoria

El previsible segundo triunfo consecutivo de Pedro Sánchez puede convertirse en fracaso, empeorar la estabilidad e incrementar el descrédito de la política

Pedro Sánchez volverá a ganar o por lo menos eso dicen los sondeos, las cábalas y el olfato de casi todos los que todavía se atreven a olisquear de cerca la política. Volverá a ganar, pero su segunda victoria consecutiva se presenta tremendamente amarga.

Suponiendo que se quede como está, en los 123 escaños que obtuvo hace seis meses, con ligeras pérdidas o un incluso con un inmerecido regalito al alza su debilidad irá en aumento. Todo lo que no sea arrasar le incapacitará para conseguir lo que pretende, o sea arrastrar a los demás hasta ponerles en órbita del presidente-sol incontestado.

Para alcanzar el estatus de gobernante que impone en vez de negociar, Sánchez debería subir por lo menos veinte escaños, tal vez treinta. De lo contrario, o sea de lo previsible y lo previsto, quedará a precario, presidiendo un gobierno en constante riesgo y peligro de caída.

En una democracia parlamentaria, la estabilidad sólo la proporciona la mayoría absoluta. No hay alternativa. En el caso de que ningún partido la obtenga, no existe otro modo de evitar la inestabilidad que los pacto de legislatura o las coaliciones.

Aún así, los pactos políticos están para hacerlos trizas con acusaciones de incumplimiento del rival cuando una de les partes cree que va a obtener ventaja. Lo mismo sucede con las coaliciones, si bien cuestan más de romper. Tengamos presente el caso de Matteo Salvini en Italia, que salió trasquilado tras haber intentado derrocar al gobierno del cual era vicepresidente.

Dando por supuesto que la estabilidad es un valor por sí mismo, bastan los anteriores apuntes para establecer cuatro categorías sobre su fortaleza. La máxima, de fuerza cuatro, es la otorgada por la mayoría absoluta.

Estamos ante un muy ambicioso y hábil funambulista

En el peldaño inferior, el tercero, está la coalición, algo menos sólido que la mayoría absoluta, pero mucho más firme que el pacto de gobierno, segundo escalón, con fuerzas que lo apoyan sin ministerios a su cargo. Los partidos aspiran al poder y el poder se ejerce gobernando, sentándose en el consejo, no influyendo desde fuera.

Pues bien, ignorando estas constataciones de ‘Perogrullo’, Sánchez pretende instalarse en el primer grado sobre cuatro de la inestabilidad. A tres del máximo y a sólo uno del grado cero.

No de otro modo debe calificarse su machacona petición a los demás partidos de que no bloqueen su gobierno. El ganador a mandar, los perdedores, sin distinción entre izquierda y derecha, a facilitar las cosas extendiendo alfombras y echando pétalos a su paso. Eso no es política ni siquiera en España.

El presidente en funciones sabe de sobras que las cosas no funcionan ni van a funcionar así. Recordemos sin embargo que estamos ante un muy ambicioso y hábil funambulista, si bien no está de más considerar que el funambulismo es lo contrario de la estabilidad.

Una cosa es pasar la maroma para alcanzar el poder, otra muy distinta ejercer el poder desde la maroma. Vivir peligrosamente no es lo mismo que gobernar peligrosamente. Lo primero tiene un pase y es cuestión personal. Allá se las componga. Lo segundo afecta al país condenado a sufrir un gobernante tan poco responsable. Puede que de manera grave si los malos augurios económicos no tardan en cumplirse.

Si los errores de los sondeos no son garrafales, los resultados del 10-N dejaran a los dos bloques como están, sin posibilidad de otro presidente que Sánchez, pero con movimientos significativos en el interior de cada bloque.

Se prevé una muy debacle de Ciudadanos que consolidaría a Casado, sacaría del pozo al PP y metería en él a Rivera

En la izquierda, el factor Más País absorbería las escasas pérdidas de Unidas Podemos a cambio de algo tan terrible para el PSOE como bloquear sus posibles ganancias. De confirmarse, la pretendida jugada maestra irá en perjuicio del jugador. El tiro Íñigo Errejón por la culata. Ironías y sinsabores de la política.

Por su parte, en la derecha se prevé una muy abultada debacle de Ciudadanos que consolidaría a Pablo Casado y sacaría del pozo al PP, metiendo en él a Albert Rivera. Tan abajo que se quedaría sin posibilidad de salir de él, ya que su mermado grupo dejaría de sumar mayoría absoluta con el PSOE, lo cual convertiría partido y líder en irrelevantes.

Cs, el único en fuera de juego. Los demás, salvo tal vez los independentistas, dentro del terreno. Con este o similar panorama, los sinsabores de Sánchez empezarán al día siguiente de la segunda, cacareada y amarga segunda victoria electoral consecutiva.

Escaños para no dormir. Eliminado por matemáticamente insuficiente el pacto con Cs, las alternativas se gobierno se reducen a dos. O en solitario con el apoyo hipercítrico del PP, que lo va a cocer a fuego lento, o mediante pacto o coalición de izquierdas a tres bandas, con apoyos más o menos necesarios de los nacionalismos vasco y catalán.

O en manos de la derecha o en manos de la izquierda y las periferias. Malo lo uno, malo lo otro, pero sin posibilidad de escape ni tercera vía. De este modo, el triunfo puede convertirse en fracaso, empeorando la estabilidad y el descrédito de la política, de la que el propio Sánchez, como máximo propiciador de la repetición, sería el primer damnificado.