Alucinarán con España
Montoro ha declarado esta semana que España alucinará al mundo por cómo saldrá de la crisis. La ignorancia es muy osada. Además, lo dice cuando acaban de salir las cifras de la evolución de la deuda y del déficit, que cualquier observador económico, que no sea de los ideologizados, consideraría muy preocupantes. Expertos falangistas como Juan Valverde, que acusa a Catalunya de ser un lastre económico para España y pide bombardearla, es lógico que no lo vean.
Bien, pues, un observador frío vería el fiasco después de la concesión por la Unión Europea de más flexibilidad en el déficit al Estado español; y que éste haya conseguido su propósito, exigiendo a las autonomías una aceleración de la eliminación del déficit por encima del que reclama Europa.
El Estado dispara su deuda hasta el 92,2% del PIB, siendo el que corresponde a la administración central el 80,1%, cuando ésta significa sólo poco más del 50% del gasto. Y la deuda correspondiente a las autonomías sólo es el 18%, cuando el gasto que le corresponde se acerca al doble de este porcentaje. Y, finalmente, los ayuntamientos que gestionan aproximadamente un 12% de los recursos públicos sólo endosan el 4,2% de la deuda total.
Si los hombres de negro, que de vez en cuando nos visitan, se limitan a mirar el árbol de la banca, no verán el inmenso bosque de brotes podridos que hay en España. Esta desproporción en la aplicación de la flexibilidad deficitaria que provoca todavía una mayor proporción del déficit. Y la deuda de la administración central tiene mucho delito. Porque la gestión de los pilares del Estado del bienestar como la sanidad, la escuela y los servicios sociales se han traspasado a las autonomías.
Y aquí es donde el Estado se ha ensañado, pero también de forma asimétrica. ¿Por qué? Porque el stock de capital público es absolutamente diverso en relación al número de habitantes. Así, las autonomías del corredor mediterráneo tienen un ratio de instalaciones públicas por habitante inferior a la media de España. Es el resultado de un endémico maltrato fiscal que provoca que tengan déficit como Catalunya, Valencia o Baleares y otros tengan un escaso superávit como Murcia y el Andalucía oriental.
En estas condiciones de poca oferta pública relativa y de injustos ingresos, la austeridad ordenada por Madrid tiene efectos devastadores. Catalunya (no sé si Valencia que está en quiebra y las Baleares catatónicas, ambas con presidentes animando el autoodio identitario como cortina de humo) ya lleva varias bajadas del sueldo a los funcionarios, tres pagas extras sin cobrar y miles de personas en la calle.
¿Alguien del grupo de personas que predican las bondades de la unidad de España me puede dar argumentos sólidos para que pueda comprender como Monago con el 30% de paro y el 33% de funcionarios puede bajar impuestos, complementar pensiones y gestionar un estado del bienestar sueco con economía africana?
Pero no nos desviemos del tema. ¿Alguno de estos energúmenos partidarios de la unidad de España que están insultando y amenazando día sí, día también, me puede dar algún argumento que justifique que un Estado central que ya no controla sanidad, educación, ni servicios sociales, sea el que se está endeudando más? ¿Cómo cada trimestre ya es un clásico, por ejemplo, la desviación al alza de los gastos del Ministerio de Defensa en miles de millones? ¿Cómo con esta situación, el aparato central del estado prácticamente no ha expulsado a nadie de sus cuerpos de funcionarios, que tampoco han recibido ningún recorte notable?
A esta desviación claramente sesgada de las medidas de austeridad a favor de la burocracia central, se añade una apuesta descarada de recentralización semanal de nuevas competencias que querrá eliminar la duplicidad en todos los campos de gestión por una rápida y progresiva liquidación de las autonomías a favor del aparato central del Estado. La Administración no sólo no se disminuirá, sino que se volverá a engordar como un enfermo obeso. Las últimas son el golpe de estado en las telecomunicaciones y el control de los parques naturales.
Un observador económico neutro, que no sea de la secta sacerdotal de la FAES, tiene que quedar estupefacto ante estas medidas estructurales que abocan a un Estado –que ya salía con los pies llenos barro, de una burbuja inmobiliaria y de un turismo de bajo valor añadido– al empobrecimiento de larga duración y a una sustitución demográfica: los jóvenes españoles preparados emigran hacia Europa y el mundo, y los inmigrantes africanos que salen de la miseria quedándose en la península en una economía de la pobreza.
El proceso hacia la independencia de Catalunya que levanta tantas pasiones y a la vez tantas cortinas de humo estos días, ha tirado una piedra en medio de las oscuras aguas peninsulares. Por eso, a Esperanza Aguirre en el Círculo Ecuestre de Barcelona se le entendió todo. El invento del Estado de las autonomías para frenar Euskadi y Catalunya ha sido un desastre. Liquidémoslo y preservamos un estatus especial para ambas, porque si no, nos quedaremos tirados.
Hace falta catalanizar España, es decir, mandar con mentalidad de economía productiva y hay que respetar la cultura catalana. Ambas afirmaciones llegan 30 años tarde. La intoxicación anticatalana perpetúa una constante entre la clase dirigente española: los catalanes no pueden mandar.
Y en cuanto al idioma sólo hay que ver lo que están haciendo los camaradas de Aguirre allá donde mandan como Aragón, Valencia y Baleares: la apertura de auténticas guerras civiles, que quizás permiten victorias pírricas «per a ofrenar noves glòrias a Espanya« pero que bloquean tres comunidades que junto con Catalunya y con la tradición de la Corona de Aragón, son las que podrían sacar el carro ibérico.
Montoro, escuche ministro, a este paso España alucinará al mundo.