Allá en el tobogán escocés
Dan un nuevo giro las encuestas sobre el referéndum escocés, en un sube y baja de cada vez más ajustado. ¿Y si el sí o el no ganase por tan solo unos pocos votos? Como en los hipódromos, cuando los caballos llegan muy ajustados, hará falta una foto finish. En los últimos días, el no vuelve a ponerse en cabeza, especialmente después de la proclama de las entidades banqueras y financieras de Escocia explicando que si se da el sí, harán la mudanza a Londres.
Considerado por unos casi como un criminal de guerra y por la mayoría como un estadista del siglo XX, Henry Kissinger acaba de decir que no da la bienvenida a cualquier cosa que pueda hacer más pequeña a la Gran Bretaña. Kissinger está en la promoción de su libro sobre el orden mundial, muy alabado por la crítica.
Evidentemente, el sí no arrasa. Y no lo hace incluso teniendo en cuenta que el referéndum será legal porque fue pactado entre el nacionalismo escocés y el gobierno de David Cameron. Ni tan siquiera en estas condiciones, tan anheladas por el secesionismo catalán, existe una mayoría clara a favor de la independencia. Tal vez todo quede como en el Quebec.
Por lo demás, los constitucionalistas ya han explicado que ese pacto es posible por la naturaleza constitucional tan específica del Reino Unido, mientras que en España el margen no existe, salvo en la ilegalidad. O la reforma constitucional.
Llegada la hora de la verdad, al empresariado escocés le inquieta no saber qué pasará con la libra esterlina ni cómo quedará en la Unión Europea una Escocia escindida del Reino Unido. Para los observadores internacionales, la independencia escocesa alteraría el hecho de que Europa sea hoy un elemento de peso en la estabilidad global. Las fragmentaciones desestabilizan. Y a la vez ocurre que una potencia militar como es Gran Bretaña quedaría disminuida.
También son una incertidumbre los yacimientos de gas y petróleo en el Mar del Norte. Los expertos indican que la explotación será más cara, del mismo modo que esos yacimientos solo van a seguir produciendo durante tres o cuatro décadas. ¿Y si aparece una nueva forma de energía que vaya sustituyendo al petróleo?
En fin, es la economía, estúpido. Y eso es lo natural porque con la emocionalidad escocesa no se sale uno de las crisis económicas y de las carencias económicas. El futuro de las empresas y de los bancos es tan sustancial para Escocia, por lo menos, como los mitos de su pasado.
Por legal y consensuado que sea el referéndum, la actualidad es de una Escocia muy dividida por el sí y el no. La incertidumbre sobre el impacto económico del sí es notable. Se trata de decidir entre una identidad arraigada en el pasado o una identidad que guarda memoria de lo histórico para ser más lo actual. Al escocés medio le atemoriza dejar de tener unas libras esterlinas en el bolsillo. ¿Cómo podría el euro ser una alternativa en el caso de que Escocia quedase fuera de la Unión Europea?