Algo habrá que recomponer algún día

Ni tan siquiera en el supuesto de la secesión unilateral dejarían de existir cientos de miles de ciudadanos de Cataluña que se sienten vinculados a España, por vínculos familiares, históricos, simbólicos o los que sean. Por ahora, no pocos se preguntan cómo quedarán las relaciones entre Cataluña y el conjunto de España en el caso de que el proceso se convierta en un fiasco, algo no del todo improbable. En cualquiera de los casos, el panorama no es para el júbilo.

Al rebobinar el pasado, aparecen reincidencias cíclicas en forma de episodios de aproximación y fases de distancia hostil. En gran medida, Azaña y Ortega fijan las dos posiciones en el debate sobre el estatuto de Cataluña en las Cortes Republicanas.

Para Azaña ”el problema y no otro” era “conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la República”.

En sus intervenciones parlamentarias proponía una tarea de pacificación y de “buen gobierno”. En aquel momento, y Azaña lo sabía, como presidente del gobierno republicano, en gran medida estaba en juego el futuro de la II República.

“A nosotros, señores diputados, nos ha tocado vivir y gobernar en una época en que Cataluña no está en silencio, sino descontenta, impaciente y discorde”. Opina que no se puede entender la autonomía “si no nos libramos de una preocupación: que las regiones autónomas –no digo Cataluña– después que tengan autonomía, no son el extranjero; son España, tan España como lo son hoy, porque estarán más contentas”.

 
No sólo los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes tienen que conllevarse con los demás españoles

Distinta será la consideración de Azaña en unos pocos años cuando ya España en guerra civil tiene que instruir al Gobierno de Negrín para restablezca la autoridad de la República en Cataluña. El Azaña final será aún más sombrío.

Ortega da otra dimensión al debate y hoy resulta ser posiblemente la más actual. La propuesta de resolver de una vez para siempre y de raíz un problema no puede hacerse sin saber antes si ese problema es soluble, “soluble en esa forma radical y fulminante”, dice Ortega.

La posición orteguiana es que el problema catalán no se puede resolver, solo se puede conllevar. Añade, “y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes tienen que conllevarse con los demás españoles”. En definitiva, ese es un problema perpetuo, sólo se puede conllevar.

Ahora, al apretar el acelerador secesionista, Artur Mas puede haber generado el problema de la coexistencia o formas de conllevancia en el propio seno de la sociedad catalana. Se ha ido viendo en estos meses y lo denotan las últimas encuestas.

Pase lo que pase, será imprescindible mantener el esfuerzo practicable para aspirar a una concordia hispánica, como en momentos más felices, frenando los instintos uniformistas o particularistas. Para eso está la Constitución de 1978. En Cataluña y en toda España, el menor de los males ahora es regresar a una conllevancia posibilista que implique formas de respeto.