Albert Rivera tenía razón sobre Pedro Sánchez

Gracias a las filtraciones de la sesión de la comisión de secretos oficiales, ya no podemos tener duda alguna de cuál es la verdadera faz de Sánchez y el resultado para él es nefasto

Invito al amable lector a recuperar el debate electoral que en noviembre de 2019 enfrentó a Pedro Sánchez con sus principales adversarios: Casado, Rivera, Iglesias y Abascal. En aquel debate, Sánchez enfatizó que su visión de Cataluña era muy distinta a la de Pablo Iglesias y citó explícitamente a Jaume Asens, hoy portavoz de En Comú Podem, parte del Gobierno de España presidido por el propio Sánchez, como personaje vinculado al independentismo y peligroso.

Es normal que Sánchez en aquel momento dijera eso en TV, por aquel entonces llevaba 15 meses siendo presidente del Gobierno y los informes que le llegaban de inteligencia, ahora sabemos que autorizados judicialmente gracias a la delictiva filtración de Gabriel Rufián, tras la comisión de secretos oficiales en el Congreso, incluían datos de personas que actuaban contra la seguridad del Estado y participaban y alentaban altercados, como los sucedidos por nueve días consecutivos en Barcelona cuando se dio a conocer la llamada sentencia del Procés coincidiendo precisamente con esa campaña electoral.

Sánchez por entonces podía hablar con libertad y adoptar un papel de dirigente responsable, tanto él como su gurú por aquel entonces, Iván Redondo, estaban convencidos de que al igual que le sucedió a Rajoy cuando repitió las elecciones de 2016, mejoraría su resultado electoral y no necesitaría el apoyo del independentismo de forma tan decisiva, pero las cosas no fueron como él había planeado.

Hoy, gracias a las filtraciones de la sesión de la comisión de secretos oficiales, ya no podemos tener duda alguna de cuál es la verdadera faz de Sánchez y el resultado para él es nefasto. Pedro Sánchez sabía que los dirigentes independentistas eran un riesgo para la estabilidad y la integridad de España, su conversión con indultos incluidos no responde, como luego ha intentado vender como intento de “normalizar” la situación en Cataluña, solo a la voluntad de permanecer en el poder que había alcanzado mediante la moción de censura de verano de 2018.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el exlíder de Ciudadanos, Albert Rivera.

Sánchez no es el Príncipie de Maquiavelo, que revela cualidades de un gobernante, es más bien un Frank Underwood hispano, el amoral presidente de la serie House of Cards que no tiene problemas en abandonar socios, aliados y amigos, que no duda en cambiar de posición y que su opinión no es otra que la que conviene a sus intereses con tal de ascender primero y permanecer luego en la Casa Blanca. No hay varios Sánchez, hay uno solo, con un único objetivo: poder

Rivera decía la verdad

Esta semana, en la que hemos sabido que Pedro Sánchez no ha tenido inconveniente en pactar y rehabilitar políticamente a esos que él sabía inequívocamente que quieren destruir a España y la convivencia entre españoles a cualquier precio, es un buen momento para acordarse de Albert Rivera, exlíder de Ciudadanos. A él se le atribuyó la responsabilidad de no haber querido pactar con Sánchez en verano de 2020 y se le hizo responsable de la repetición electoral. Fue un éxito del relato del dúo Sánchez-Redondo que Rivera pagó perdiendo decenas de escaños y con su dimisión. Ahora sabemos que Rivera fue derrotado en la batalla de la opinión, pero que decía la verdad.

De nuevo, Sánchez ha intentado ganar la batalla de la opinión lanzando la información, el pasado día 2, de que él también fue espiado. Al igual que en el pasado no ha tenido reparos en pactar con aquellos que quieren triturar a su país, ahora tampoco se ha frenado frente a la posibilidad de volver a enfangar las relaciones con Marruecos o llevarse por delante al CNI. Qué importa Marruecos o cualquier servicio del Estado, todo debe doblegarse ante su ansia de poder.

Quizás Sánchez consiga su objetivo y permanezca en Moncloa hasta 2023, una vez haya presidido el semestre de turno que le corresponde a España en la UE. Su mejor baza es que sus espiados socios no tienen a donde ir si le abandonan.