Albert Rivera: el socialismo renano
Tenía razón Josep Oliu, el presidente del Banco Sabadell, cuando dijo que «aquí hacía falta un Podemos de derechas«; y matizó, un contrapeso que, desde fuera del cansino bipartidismo, hable «de economía, crecimiento y futuro». Fue el toque de corneta. El «banquero estratega» la clavó. Echó a Rivera en brazos de Luis Garicano, el profesor de la London, metido en Fedea e inspirador de Nada es gratis, la plataforma de ideas que ha acabado fundiendo en un mismo laboratorio a economistas de aliento liberal cristiano y a constitucionalistas abiertos. ¡Buena mezcla!
Sin verbalizarlo todavía, Rivera vende Economía Social de Mercado y Bundesrat (senado alemán). Garicano, el Boyer del siglo XXI, le flanquea con la doctrina de Ludwig Erhard y Willy Brandt. Es el camino de en medio entre la democracia cristiana y la socialdemocracia: el regreso del «socialismo renano». A Rivera y Garicano se les ha unido Conthe para predicar la institucionalización de la economía: poner a funcionar de una vez a los organismos reguladores (Competencia y CNMV) e inyectarle cuadros al supervisor (Banco de España), con el permiso del Mecanismo Único de Supervisión. Todo por Europa y con Europa.
Hace ya una década que, en el Centre de Cultura Contemporánea, Albert Rivera se cayó del caballo delante de Francesc de Carreras, Espada y Félix de Azúa. Fue su engagement. Hasta entonces había flirteado con Nuevas Generaciones y compartido con sus colegas la exigua lista de Ciutadans, en la que ocupó el primer puesto por «estricto orden alfabético» (¿no por mérito?), tal como reveló el mismo Espada, ditirámbico y faltón. Después, su grupo fue creciendo hasta llegar a la decena de escaños de 2012, en plena euforia soberanista. Ahora el CEO catalán le da 17 en el Parlament para las autonómicas de septiembre y el CIS le pone definitivamente en casa: 40 escaños en el Congreso para las próximas generales, en situación de casi empate técnico con Podemos.
Brillante, si tenemos en cuenta que Rivera ha lucido un españolismo fino delante del bloque independentista –que es como tener la maldición de Tántalo pegada en un zapato– y que, en el resto de España, apenas se había prodigado hasta anteayer. Ahora torea en el Sur con ambigüedad calculada y pone en su sitio al señor del PP que le lanza un catalanufo. Seguro que el delegado de Mariano en Sevilla no ha descosido el sobre con la base doctrinal del partido de Rivera, en la que el cerebro de Carreras taladra naciones y defiende ciudadanías.
A Rivera hemos dejado de verle con cara de pocos amigos en el hemiciclo de la Ciutadella. Ahora recorre el ancho mapa. Ya era hora. Es la primera vez, desde Miquel Roca, que un reformista catalán se echa el mundo por montera, se implica en España y recompone su mirada partiendo peras con gentes de Cádiz (¡Viva la Pepa!) o repartiéndose la pólvora de la Gloriosa. Bueno, es la primera vez para un reformista, porque de socialistas catalanes dando tumbos por España hay ejemplos a porrillo.
Pero, créanme, lo mejor de Rivera no es el mitin. A él le va la reunión de notables, donde ha convencido a los Alierta, Brufau, Botín y compañía. Dicen que es el líder del Ibex 35, pero no. Más bien triunfa en el gabinete o en su sala de espera, como todo buen vendedor. Hace tiempo que el mundo económico aspira a un político de pelo rizo y camisa abotonada debajo del nudo de la corbata. Dicen que, en el Consejo de la Competitividad, un terno bien llevado vale más que mil palabras. Y ciertamente, lo anhelaban como agua de mayo, ahora que Rajoy no sale del bache, con tropecientos cadáveres incorruptos pero corrompidos y arrumbados en la nevera de Génova.
Rivera ha ganado desparpajo y ha dejado su currículo de Escuela de Negocios olvidado en algún cajón de la cómoda. Es abogado e ignaciano de Esade; no tiene relaciones con las iglesias Rouco Varela, pero ha pertenecido al PP, que es como decir mecachis (y no joder) cuando te manchas la camisa. Tiene en la garganta aquello de «Catalunya és la meva terra, España es mi país» y utiliza una muleta en el paisanaje llamada Societat Civil, la plataforma de gentiles asidua al Círculo Ecuestre, que le sirve para envolver su praxis como lo haría un Ómnium cualquiera en el caso de Artur Mas.
No es un chico de café ni un político de salón. Tampoco ha prometido bajar los impuestos (eso duele). Si se luce en el Siglo XXI, evita la CEOE, no cae en el Círculo de Empresarios y no se rinde ante el fulgor de la Empresa Familiar, hará carrera. De obstáculos, pero carrera.