Albert Rivera, David Fernández y la obra de Jordi Pujol
Hace unos días escuché a Carina Mejías en una charla y dijo algo que me pareció muy interesante. Explicaba la alcaldable por Barcelona de Ciudadanos que en la primera comparecencia de Jordi Pujol en la comisión parlamentaria que lleva su nombre, el único que logró poner nervioso al ex Molt Honorable fue Albert Rivera. Según su interpretación, Pujol, al mirar al joven diputado, veía en éste el fracaso de su obra.
El presidente de C’s tiene 35 años, es decir, fue escolarizado bajo la nefasta inmersión lingüística y el intento de adoctrinamiento que ésta implica. Como el propio Rivera explicaba el otro día en una entrevista, él en el colegio estudió la inexistente corona catalano-aragonesa, concepto que nunca ha existido más allá de las mentes nacionalistas catalanas. Pese a las constantes manipulaciones de la llamada «escola catalana», el político afirma que se siente catalán y español y que considera el último pueblo de Gerona tan español como la Castellana.
En este sentido, Mejías tiene, sin lugar a dudas, razón. Desde el sistema educativo catalán, ideado por el pujolismo y vigente en la actualidad, se intenta presentar España como una realidad lejana a Cataluña, por lo que se evita cualquier referencia al país. En la escuela catalana, al igual que en los medios de comunicación, el «país» es siempre Cataluña o los imaginarios «Països Catalans». España o no aparece, o aparece como Estado español, algo distante e incluso contrario a Cataluña.
Si bien, Albert Rivera representa el fracaso del pujolismo, David Fernández, diputado de la CUP, encarna, a mi entender, su éxito. Pese a que tanto él como su partido se autoerigen en contrarios al sistema, es evidente que no trata de la misma manera al «sistema español» que al «sistema catalán». El epítome de esta afirmación es la diferencia de trato dispensado a Rodrigo Rato y a Jordi Pujol en sendas comisiones parlamentarias.
Resulta cuanto menos curioso que Fernández acusara a sus compañeros diputados de no estar a la altura de las interpelaciones en el «Caso Pujol»,cuando estos tuvieron la deferencia de prepararse baterías de preguntas. Él, por su parte, cuando tenía que interrogar a Rato, se conformó con sacarse la zapatilla, en un alarde de gusto exquisito sin precedentes en el Parlamento catalán, y dirigirse a él en actitud insultante. Con Pujol, por el contrario, tuvo un trato solícito y amable, siempre pendiente, por ejemplo, de su sonotone.
Ahora, además, el diputado cupero se ha descolgado con la afirmación de que él no puede ser nacionalista porque es inmigrante, pese a que ha nacido y vive en Cataluña y no se le conocen prolongadas estancias fuera. Por supuesto que luego se puede intentar apañar semejante dislate con un «ser inmigrante es una postura política» o «todos somos inmigrantes», pero la realidad es que las palabras significan lo que significan, por mucho que algunos se empeñen en retorcer sus significados. Si todos somos inmigrantes, el valor de dicha palabra desaparece, lo cual me parece una auténtica falta de respeto a las personas que realmente han tenido que emigrar porque han considerado que en otros lugares se les ofrecían mejores posibilidades de vida.
Afirmarse como inmigrante devalúa el arrojo de las personas que han optado por el desgarro que implica abandonar tu país de nacimiento y tenerte que enfrentar a las dificultades del lugar de acogida. No creo que esa sea, ni de lejos, la situación de David Fernández. Parece, más bien, que fue traicionado por su inconsciente y se definió de esta guisa por sus orígenes familiares zamoranos. Si esto es así, si un catalán se siente inmigrante por el simple hecho de que sus padres han venido de otra región de España, quedaría bastante en entredicho ese cacareado eslogan del pujolismo que afirmaba que «catalán es aquel que vive y trabaja en Cataluña».
Un alemán que llega a Berlín de cualquier otro lugar de Alemania, no se siente inmigrante, ni tampoco un americano que se muda a vivir a Nueva York. De hecho, el DRAE sólo reconoce como «inmigración» cuando es a otro país. Tampoco me parece que se consideren inmigrantes los andaluces o canarios que viven en Madrid y, sin embargo, un político nacido en esta comunidad autónoma se autodenomina inmigrante. Da la impresión de que en él, pese a ser mayor que Rivera y no haber vivido tan de pleno la implantación del pujolismo en la educación, si ha hecho mella su paso por las instituciones académicas catalanas.
Quizá ahora se entienda mejor porqué las CUP hacen escarnios a Ciudadanos -que todavía no ha ostentado poder- y no a CiU, un partido que ha gobernado muchos años en Cataluña y que tiene la sede embargada por corrupción. O el entrañable abrazo en el que se fundió con ese representante de la burguesía democristiana que es Artur Mas. O su trato delicado a Jordi Pujol. Y también cobran sentido esas fotos en las que se puede ver los gestos de complicidad con Oriol Pujol en un concierto. Es la diferencia entre aquel que cree que no es de aquí por derecho propio y ha de hacerse perdonar los orígenes y una persona como Rivera que suele repetir en sus discursos que no pide permiso, pide paso.