Al PP se le acaba el recalmón ideológico

 

Todo parece indicar que a la derecha española le está saliendo un forúnculo en los genitales. Aquí estamos habituados a comentar los desencuentros de partidos y formaciones de la izquierda, sus fragmentaciones, sus diferencias y sus querellas bizantinas. Pero ahora, tras largos años de calma y recreo, se perciben en la derecha grietas que hasta ahora se habían minimizado o, en todo caso, permanecían encapsuladas en el departamento de «sanas aportaciones» de ideas.

Allá donde gobierna (Madrid, Galicia, por ejemplo), el Partido Popular ha sabido aprovechar su recalmón ideológico ultraliberal, mientras sus altavoces mediáticos agitan bien el barullo que montan las diferentes izquierdas peleándose entre sí, incapaces de ponerse de acuerdo en lo elemental y, desde luego, de ofrecerle al personal un modelo social distinto, posible y creíble.

En una entrevista que publica en su último número la revista de humanidades y economía La maleta de Portbou (dirigida por Josep Ramoneda), el filósofo César Rendueles, que acaba de publicar En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico, sostiene que el PP y el nacionalismo catalán de derechas «han sabido entender muy bien que lo importante no es la batalla por las ideas, no es la batalla por tener razón, sino la cuestión de las lealtades sociales».

El votante conservador cree que sus intereses y sus ideas-base (sus marcos ideológicos, diría Lakoff) están aceptablemente defendidos por el partido al que votan. Sistema estable, seguridad, evolución cuidadosa, etcétera.

Cierto que en el lado derecho del espectro político también existen corrientes y líneas ideológicas matizables (conservadores, democristianos, liberales, ultraliberales, centristas…). Pero los votantes de la derecha difícilmente aprecian o consideran esos matices. En España, el más nítido es el que pasa por el eje nacionalista/no nacionalista, sobre todo en País Vasco y Cataluña. En Galicia, ni eso.

Por encima de esos matices está esa lealtad social de amplio espectro que se asienta en poderosos cimientos, tanto políticos como emocionales. La cuestión que se plantea ahora es saber si el portazo de Aznar implica un paso hacia la formación de un nuevo partido de derecha extrema a la derecha del PP.

La idea general de políticos, politólogos y observadores varios es que los populares dejan poco espacio a su derecha, pero la realidad es que lo mismo se pensaba por la banda liberal y ahí está Ciudadanos.

Aznar no se va del partido, pero está ahí, como una amenaza futura para las gentes de Rajoy, sobre todo si la política de pactos obliga al PP a seguir moderando su discurso en lo político, en lo económico y en lo territorial. La brújula aznariana conecta fácilmente con Trump, pero parece excesivo vincular su desplante con la conversión del gobierno americano en un gran consejo de administración repleto de millonarios ultraconservadores.

Lo que sí parece claro, en tiempo presente, es su empeño en agitar desde FAES (su fundación) las aguas internas del partido. Más allá de personalismos y luchas por cuotas de poder, en el PP no existe auténtico debate interno. Quizás ahora lo provoque Aznar.

Aznar no se va, no, pero quiere que el PP bascule (un poco más) a la derecha. Se avecinan debates y movimientos de más calado ideológico en territorio popular. La derecha cuenta y seguirá contando con las lealtades sociales precisas para gobernar. Habrá que ver ahora cómo el PP, que en Galicia vemos tan acomodado y monolítico, encaja un debate interno de ideas al que es tan poco propensa y que tanto teme el propio Rajoy.