Empiezo con una confesión. Cuando uno pasa alrededor de 107 horas en aviones recorriendo unos cuantos países en apenas 15 días, surgen tantos temas para escribir que uno tiene hasta la duda de por dónde empezar. Trabajando por el mundo, uno se da cuenta de lo afortunados que somos en nuestro país. Cuando en algunos países y/o ciudades -como Manila- ves gente cocinando por las calles, valoras más la realidad de lo que tenemos.
Cuando hablas, conoces y reconoces a españoles que están esforzándose a diario en países de lo más variopinto, das un valor todavía mayor a esas cosas. Cuando en el garito de inmigración de cualquier aeropuerto te hablan del Real Madrid o del Barça, pronuncian “Copa del Rey” o “La Liga” o ves en los diarios fotos de Nadal o Villa –supongo que por su lesión–, te retraes a los viejos tiempos cuando el fútbol y el deporte lo eran todo.
Pero cuando, ahora, entras en cualquier centro comercial y ves un Zara en primera línea, o un Mango en segunda o aún más cuando entras en un supermercado de Kuala Lumpur y ves un chorizo de una empresa de Soria, realmente piensas en que algo hemos cambiado. Eso sí, siempre cosas individuales. Es triste pero cada vez más, sólo somos un país de héroes aventureros.
Pero luego llegas al hotel, te conectas a internet y vuelves a la realidad. Ves que lo individual funciona pero, como colectivo, nos pasamos el día haciendo huelgas, criticando al vecino, dando gritos, es decir, comportándonos como aquellos niños malcriados que tienen de todo y no saben valorarlo. Realmente creo que sólo las generaciones de mayores, que lo pasaron mal tras la guerra, aquellos expatriados, y algunos afortunados que viajamos, vemos la realidad de un país lleno, en general, de vividores con poca capacidad de afrontar problemas y muchas ganas de quejarse. Vividores al fin y al cabo, gente intrascendente cuando las cosas van bien pero un auténtico desastre cuando se estrellan.
Y, señores, creo que no hace falta viajar para ver que las cosas aquí están muy estrelladas. Tenemos mediocres en política, mediocres en las empresas y sindicatos, mediocres en tantos campos que sería hasta aburrido elaborar un listado. En un mundo global, donde uno se sienta en Yakarta, pero se siente en Barcelona por Skype, Whatsapp o Twitter, es increíble que todo el potencial de país que tenemos lo reduzcamos a las aventuras de algunos emprendedores. La del Amancio de la ropa, la del chorizo de Soria o la de los equipos de fútbol.
En todas las ciudades que visito, me gusta entrar en un supermercado –un experimento sociológico, como diría aquella presentadora televisiva– y, cómo no, entrar en una librería para ver, en este caso, algún libro donde haya participado. En el primer caso, experimentas las variedades locales y los precios de cada mercado. Ves que los productos internacionales son caros, y que los locales –-factor transporte– compiten mejor. En las librerías –defecto profesional–, confirmo que las editoriales extranjeras respetan más los derechos que cualquier otro. Nunca falla mi nombre donde debe estar.
Esto me lleva a una anécdota. Ahora, mientras escucho In the middle of the road de The Pretenders, con Kuala Lumpur a mis pies, recuerdo uno de esos temas de propiedad intelectual vividos. Les propongo hasta un juego. Si están por Barcelona miren el mapa de autobuses en cualquier marquesina de TMB –que suben precios y roban derechos–. En el mapa, por la zona de Collblanc verán como una calle se llama “Travevessera” en vez de “Travessera”. Les confieso que es una de las más de 20 trampas que pusimos –con acta notarial– en los mapas de TMB, para demostrar que nos robaron la propiedad intelectual. Pueden buscar alguno más, porque TMB en 5 años aún no los ha descubierto. Reflexión en el extranjero: veo mis obras y aquí las ningunean y las roban. Seamos francos: en cualquier país serio ya estarían, como mínimo, en la cárcel. Aquí siguen en sus puestos de directores generales, algunos de ellos con cargos políticos –los nuevos protegen a los antiguos– y la Justicia es inútil (¡dicen de 7-9 años mínimo!). La verdad es que así nos va.
Este inciso –aunque puede parecer metido con calzador en el artículo– es importante porque sin la seguridad jurídica, un país acaba siendo más pasto para los listos –veamos Caja Madrid o cualquier otra caja– que para la decencia. Por eso, muchas veces hemos insistido en que las tres columnas sobre las que debemos basar la recuperación del país son la educación, la sanidad y la justicia. Y justicia significa tomar decisiones que trasmitan confianza a la población. No podemos seguir manteniendo a corruptos en la política o en algunas empresas públicas. Tenemos mucha gente que sobra y que son una remora para el país. Mientras, hay un montón de gente valida que ha emigrado y que podríamos aprovechar.
Pero aquí, antes que crear, preferimos destruir. Y esa política permite sólo la eclosión de individualidades pero difícilmente la creación de una marca global que facilite a nuestras empresas crecer en cualquier mercado internacional. Y eso es un gran problema para una economía maltrecha como la española. Como hemos dicho en muchas ocasiones, internacionalizar no es sólo hablar idiomas, sino, más bien, quitarse miedos. Coger un avión, lo más lejos posible, llevar tu producto y creer en él.
Tenemos, además, una ingente red de embajadas, consulados, empresas, centros, oficinas, becarios, por el mundo que deben ser conscientes de que ellos son las herramientas de ayuda –si su sueldo viene del Estado– y asistencia en la introducción en nuevos mercados. Aunque lamentablemente alguno de ellos aún piensa que hace un favor por hacer su función, y no cabe duda de que hay que cambiar muchos chips. Pero si no planteamos esa política y la dirigimos desde los ministerios como una prioridad, será difícil lograr resultados aceptables.
Seamos francos: el problema es interno. Podríamos decir que casi ni un ministro sabe lo que es ir más allá de Camino Soria o sabe algo más que estudiar una oposición. Y como decía el poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Quizás llegue el momento de transformar en su totalidad esta sociedad y de empezar a pensar en algunos expatriados y líderes que sí han sabido internacionalizar el país como principal activo. Mientras los mediocres gobiernen y los chillones irrumpan en las calles, no tenemos camino. Y sin camino, más vale no andar.