Al final llegó el lobo y cundió el pánico

Llevamos casi tres años con la tensión independentista. Y hemos preguntado varias veces por la sociedad civil catalana. Por sus silencios. En un universo en que se ha demostrado que hacer pública discrepancia con la intención separatista no era fácil. Da la sensación que, como en el cuento del lobo, se sabía que finalmente llegaría, pero era mucho más cómodo no darse por enterado.

El primero de todos, el presidente de Gobierno. Acostumbrado a dejar que los asuntos graves se mueran por inanición,  Mariano Rajoy se ha limitado a movilizar el Tribunal Constitucional y a no despeinarse, confiando en que «el pueblo español tiene sentido común».

La intelectualidad catalana está, por lo que parece, a favor de la independencia, con muy pocas excepciones. Los más, callan. Como hacen o han hecho los empresarios y los banqueros. Hasta ayer podría haberse dicho que la independencia no iba con ellos. Que no les afectaba.

Mariano Rajoy ha dado dimensión internacional al conflicto. Ha conseguido pronunciamientos importantes: Barak Obama, Ángela Merkel, David Cameron y declaraciones expresas de responsables de Bruselas, dejando claro que en una hipotética independencia, Cataluña volvería a la casilla de salida en el Euro y en la partencia no solo a Europa sino a los organismos internacionales, desde la OTAN a La ONU.

Y cuando falta una semana, el pánico ha cundido en el mundo del dinero. La Banca española y las asociaciones empresariales acaban de utilizar artillería pesada, como ha calificado en su respuesta el portavoz de la Generalitat. En Madrid, en los círculos del Gobierno y también en la oposición, se ha declarado la alarma general. Las encuestas son tozudas en indicar que la opción separadora rozaría o podría conseguir la mayoría absoluta. Mucha preocupación en los despachos. De hecho, la victoria de la Generalitat es haber conseguido que en unas elecciones al Parlament, los que decían que no podían ser plebiscitarias han terminado por aceptar, de hecho, esta cualificación.

Es mucho más fácil poner en marcha una sociedad que desmovilizarla. Si, como dicen los optimistas, el plan verdadero de Artur Mas es conseguir una situación límite para después sentarse a negociar, la pregunta es: ¿cómo va a conseguir hacer regresar a casa a todos los ciudadanos catalanes entusiasmados, consciente o inconscientemente con la independencia?

El nacionalismo es un sentimiento muy difícil de desarbolar. Cuando hace eclosión y arraiga en las masas, que hace tan solo unos años no habían pensado en la independencia, desarticularlo es muy complejo. Conformarse con menos, cuando se ha presentado la Independencia como el bálsamo para todos los males, es muy difícil de conseguir. Y mucho más cuando dentro de los partidarios de la independencia hay muchos que lo primero que quieren hacer es enterrar políticamente al presidente de la Generalitat. ¿Podría Artur Mas volver hacia atrás y conformarse con mayor autogobierno y una fiscalidad más favorable? No creo que consiguiera mucho entusiasmo entre los ciudadanos que se han creído que la independencia era irrenunciable.

A falta tan solo de unos días, todo este fuego de fusilería y artillería nacional e internacional puede, incluso, tener un efecto boomerang. ¿Por qué han estado callados hasta ahora todos los catastrofistas de la independencia, banqueros y empresarios, que han estado de perfil como si el asunto no fuera con ellos? Si sabían y creían que la independencia es una locura, ¿por qué han esperado a la última semana para decirlo?

Dicen que el dinero es prudente y que todavía lo es más en Cataluña. Allí, el seny consiste, como en la educación inglesa, en no darse por enterado cuando el Titanic se hunde. Nadie se quitó el smoking para ahogarse con más comodidad. Los banqueros, al final, han dicho que se llevarán el dinero si Cataluña es independiente. No es una sorpresa, pero se han guardado de decirlo hasta hacer cuentas con las sucursales que tienen los bancos catalanes en el resto de España. Aquí, antes del naufragio, si se quitan el smoking. Ahora todo el mundo busca un hueco en los botes salvavidas.

Mariano Rajoy no quiere darle al PSOE la baza de sumarse a la tesis de la reforma Constitucional. No dice nada que no sea aplicar la ley, lo cual en un país que creyera en ella sería obvio.

Asistió sonriendo a la boda gay  de un querido compañero de partido, en aplicación de una ley que él, Mariano Rajoy, envió al Tribunal Constitucional. No debía ser tan mala la ley. Cosas de España, que haya un debate público sobre si el presidente debe o no asistir a una ceremonia matrimonial legal. Cálculos electorales. Que le da o que le quita más votos al PP, que Mariano Rajoy vaya a una boda entre dos personas del mismo sexo o que no vaya. Parece que el dictamen demoscópico ha sido favorable.

Postureo, puro postureo como casi todo en la política española. El precursor de este concepto fue Miquel Iceta. Y ayer lo utilizó Pedro Sánchez, que ahora posturea como un poseso con la bandera española.

Los que saben se han puesto a rezar, que es hoy por hoy la mayor iniciativa de la clase política española. Rezar hasta la noche del 27 de septiembre. Y después, naturalmente, Dios dirá, porque aquí no dice nada nadie y los creyentes confían siempre en que él se pronuncie.