Al fin parió la burra
Llevábamos tres meses de discusiones, engaños y desencantos y al fin parió la burra. A fuerza de tesón, los hijos de la CUP se han cargado la ilusión y el deseo de ruptura expresado por 1.628.714 votantes de Junts pel Sí, que es el máximo alcanzado por una candidatura independentista en toda la historia de la Cataluña contemporánea, diga lo que diga Oriol Junqueras. Nunca antes una candidatura así obtuvo tamaño apoyo, aunque después, por desgracia, como acabamos de constatar, no se tradujese en la deseada mayoría absoluta de escaños.
La suerte la pintan calva y la noche de las elecciones se produjo algo que muy pocos entendieron que fue el principio del fin. Sólo los que conocemos el mundo de la CUP —lo que incluye unos cuantos alcaldes socialistas y convergentes—, sabíamos que los diez diputados de la CUP, avalados por 337.794 votos, no se podían dar por descontados para formar gobierno. No es que me guste tener razón, pero lo ocurrido en estos tres últimos meses es la prueba del nueve de hasta que punto la CUP no se podía añadir sin más al bloque soberanista.
Ustedes me dirán que es una organización impredecible y por mi parte les diré que no lo es tanto cuando se la observa de cerca. El tumulto de comunistas de todo pelaje supera con creces a los independentistas de toda la vida, que en su tiempo se sintieron fascinados por los amigos del norte y que ahora se han alineado con el sector favorable a permitir la investidura de Artur Mas.
Al fin parió la burra, sí, y el consejo político de la CUP ha decidido dar por acabado el entuerto que tenía sobre ascuas a media Cataluña. Tres meses esperando una decisión que los soberanistas de verdad, los independentistas, sólo podían desear que fuera positiva. La mayoría de la gente quería ver realizado un proyecto de ruptura en el que se han invertido muchas energías y más del tiempo necesario para poder convertirlo en una realidad tangible y palpable. Los resultados del 27S no permitían la famosa DUI que llevaba en el programa la CUP. La misma noche de las elecciones renunció a ella. Pero los buenos resultados de la CUP no parecía que se convertirían en un obstáculo para proseguir el proceso de ruptura que la candidatura de Junts pel Sí, con CDC bendiciéndolo, estaba dispuesta a tirar adelante.
Los que no son independentistas celebran lo que ha aprobado el domingo la CUP. Jordi Évole, que es de esa tribu, incluso ha celebrado la coherencia de Junts pel Sí al cumplir su promesa de mantener a Mas de candidato y la de la CUP de no investirlo: «Por una vez, todos han cumplido», demostrando lo que hoy es el peor de los estilos políticos: el fundamentalismo. Claro está que los de la CUP también podrían exigir, como así ha sido, que Junts pel Sí presente un nuevo candidato a la investidura que no se llame Artur Mas y ellos le investirán.
No les creo en absoluto, pero si Junts pel Sí quiere probarlo, pues que les tome la palabra y se ponga manos a la obra. Sólo se puede evitar la convocatoria de nuevas elecciones si Oriol Junqueras es el candidato a presidir la Generalitat. En un plis-plas tendríamos nuevo presidente. Si finalmente esa fuese la opción, y no la descarten, lo que sugiero a los diputados de CDC es que exijan la presencia de consejeros de la CUP en ese Gobierno. La treintena de diputados convergentes deberían convertirse entonces en la garantía de que nadie nos querrá vender una burra cuando ésta ya ha parido. En plata, que nadie nos venderá un tripartito autonómico de izquierdas como la realización sublime del derecho a decidir.