Al borde del caos
Dicen que en el hundimiento del Titanic un marinero corrió hacia los camarotes de primera clase para advertirles del hundimiento. Al golpear la puerta de uno de ellos, el matrimonio que descansaba en su interior, tras inspeccionar por unos segundos la estancia, respondió agriamente al sirviente que les dejara tranquilos, que en su cabina no había ni una gota de agua.
La anécdota, cierta o no, podría reflejar de alguna manera la actitud adoptada hasta ahora en muchos círculos de poder del Estado ante la evolución del soberanismo en Cataluña. Tranquilos, no irán lejos, pensaban. Al final, unas migajas en financiación o en competencias siempre podrían arreglar cualquier descosido, como así había venido siendo.
Si no funcionaba, estaba la Constitución y las instituciones encargadas de velar por su cumplimiento. El Gobierno está para hacer cumplir la ley y lo hará, repitió machaconamente Rajoy como bálsamo de Fierabrás infalible ante cualquier brote desafecto.
Así se dijo y así se actuó hasta llegar a la situación actual: una mayoría de diputados autonómicos dispuestos a desobedecer la leyes y decisiones del Estado; el centro político, dinamitado, y los dos partidos que han gobernado España hasta ahora en posición marginal; una ausencia absoluta de interlocutores, con autoridad suficiente, para liderar un diálogo que pueda encauzar el conflicto hacia alguna solución, y una ciudadanía bloqueada y dividida en torno a una reivindicación que es imposible: la independencia.
¿Y ahora qué? El Parlamento catalán puede o no elegir un gobierno autonómico. Y puede que ese ejecutivo esté presidido por Mas o no. En el primer caso, no parece que el entonces presidente reelecto de la Generalitat pueda obviar los pactos a los que llegue con las CUP, una organización «asamblearia… en lucha por la liberación nacional y social de los Países Catalanes». En el segundo, ERC daría el sorpasso a una decrépita Convergència y entraríamos en un territorio por explorar.
Si finalmente el Parlament no consigue elegir un gobierno, Cataluña se encaminaría hacia unas nuevas elecciones anticipadas (si la memoria no me falla, serían las terceras en cuatro años) de resultado igual de incierto, en principio, que el panorama actual. Esta alternativa pone los nervios de punta a empresarios… y a buena parte de los ciudadanos, hartos de convocatorias electorales que no resuelven nada, sino que empeoran la situación de partida, pero…
Pero es que la elección actual es entre una independencia imposible y una mayoría de gobierno inexistente por ahora. Y todo esto sin que hayamos mezclado en el análisis los problemas derivados de la corrupción, la pérdida de peso económico o la debilidad de una sociedad basada en el clientelismo que extendió el pujolismo durante sus varias décadas de liderazgo.