Ahora, Francia
A pesar de las expectativas creadas por François Hollande al llegar a la presidencia, los meses van pasando y, al margen de un par de decisiones para hacer pagar algo más a los ricos que han provocado la salida de alguno de ellos de Francia, no hay una propuesta reformista sólida que ponga fin a los males endémicos franceses. No duden ustedes que después de la moda del sirtaki y el fado en crisis, ya ha llegado la de la tarantela y el flamenco. Y, inmediatamente después, la chanson llorará por las viejas glorias de un Estado que inventó el absolutismo, practicó el colbertismo, el bonapartismo, el jacobinismo a ultranza, pasando por las armas a los girondinos y liquidando toda la creatividad que podría haber crecido en las periferias. Y que ahora se mueve como un diplodocus de otra era en un mundo cambiado. Italia y España forman parte del rebaño paleontológico; y los debates territoriales no son la causa, sino el síntoma.
Reflexionaba sobre estas cuestiones con motivo de la aparición del último artículo de Jacques Attali. Attali, reformista de piedra picada, socialista liberal o liberal de izquierdas, se acaba lamentando de la inutilidad de los informes encomendados por los gobernantes (y él tiene experiencia, tanto con Mitterand cómo con Sarkozy) que sirven para poner sobre el papel lo que los políticos ya intuyen que tendrían que hacer, pero que al final no tienen el valor de realizar. Y así, los informes acaban en los cajones mientras la situación se degrada hasta que estalla; y entonces todavía ponen cara de sorpresa. Attali ha sido apóstol de la creación de un gobierno mundial para el mantenimiento de la democracia. Piensa que la economía controlada por una institución financiera global puede ser una solución a la crisis financiera que surgió en 2008. Y esto, ya lo recomendaba al informe encargado por Nicolás Sarkozy en 2007.
Hace cuatro días en su blog en el Express alertaba de las similitudes de la situación prerevolucionària de la Francia de finales del siglo XVIII con la de ahora. Dice Attali que, igual que en 1780, Francia se encuentra sobreendeudada, con crecimiento débil, los pobres no comen cuando tienen hambre y los más ricos se hacen ostentosamente más ricos. Y la capa que vive de rentas vitalicias es la que está adecuadamente introducida en el poder político para que éste proteja sus privilegios. Igual que en 1780, añade Attali, las reformas son conocidas: movilidad social, promoción de la economía del conocimiento, apartamento de las clases dirigentes rentinstas, asimilar todas las posibilidades del progreso técnico, etc. Y siempre con reformas que penalicen todas las formas de conservadurismo. Se tiene que fomentar el espíritu empresarial, el alivio del Estado para que sea eficiente, reducir el coste de los productos exportables, promover la justicia social. Attali ataca la obsesión falsamente igualitarista francesa que provoca el triunfo de la mediocridad mayoritaria, mientras sólo las élites burocráticas financieras suben cada vez más de escalafón. Attali, como otros intelectuales europeos, avisa que queda poco tiempo a los gobernantes. Que tienen que tomar decisiones de cambio ante una población que pide salidas pero rehúye a plantearse cambios en la vida que conocía hasta ahora.
Buenas reflexiones de un intelectual francés a quien admiro –sus planteamientos del informe Sarkozy son totalmente vigentes y aplicables en nuestras latitudes–. Mientras tanto, aquí las élites del régimen movilizadas, ahora con el apoyo de Duran y Chacón, continúan insistiendo en abordar el diluvio universal que nos viene encima desde una sola barca de estructuras arcaicas, que tiene agujereada la quilla y que ha perdido el timón, y a la que se le ha agotado el combustible procedente del depósito catalán; en vez de fletar varias embarcaciones más ágiles, de nueva concepción, donde cada grupo de marineros se tenga que esforzar al remar.