Agenda2050: regreso al pasado
Pese a su esfuerzo imaginativo, no podrán encontrar ni un solo ejemplo en la Historia de la Humanidad donde la disminución del consumo de energía no se vea ligada a una reducción del bienestar económico y un aumento de la pobreza de los seres humanos.
Desde que en 1798 Thomas Robert Malthus publicara su célebre “Ensayo sobre el Principio de la Población”, en el que advertía de que la población se multiplicaría siempre de forma geométrica, mientras que la producción de alimentos y materias primas podía hacerlo como mucho de forma aritmética (lo que condenaría a gran parte de la población a la miseria y al hambre), muchos han sido los pensadores y escritos basados en la lógica malthusiana.
Desde “Los límites del crecimiento” del Club de Roma a la “Advertencia de 1700 científicos a la Humanidad” de 1992, pasando por “La bomba poblacional” de Paul R. Ehrlich (que predecía en 1968 que cientos de millones de personas morirían de hambre y propagación de enfermedades en la década siguiente, aumentando la tasa de mortalidad mundial sin que nada pudiera evitarlo ya).
El desarrollo económico: un peligro inminente
Decenas de ensayos y pensadores nos han avisado del coste futuro del pecado del desarrollo económico, y nos incitan a detener el crecimiento del consumo y de la población para evitar el inevitable futuro apocalíptico si no hacemos caso a sus proféticas visiones.
Uno de los últimos documentos en sumarse a esa lista es el capítulo 4 de la Agenda 2050 de la factoría Sánchez-Redondo: “Convertirnos en una sociedad neutra en carbono, sostenible y resiliente al Cambio Climático”.
Las supuestas consecuencias del cambio climático
Tras describir cómo hemos aumentado nuestro consumo de materias primas, de fertilizantes, de agua o de energía, produciendo además con ello un incremento de nuestras emisiones de CO2 causantes del Cambio Climático, los autores nos explican el impacto que dicho comportamiento “pecador” está teniendo ya en nuestras vidas, en forma de incremento de temperaturas, subida del nivel del mar e incremento de sequías, y nos avisan del “infierno” que nos espera si no rectificamos nuestros hábitos.
Así, se nos advierte, las olas de calor “provocarán el fallecimiento de unas 20.000 personas al año en la España de 2050 sin que ello suponga la desaparición de la mortalidad atribuible al frío”, “la mayor temperatura y las menores precipitaciones también podrían agravar la contaminación atmosférica”, “se agravarán las enfermedades neurodegenerativas”, y “los eventos extremos y el Cambio Climático también afectarán negativamente la salud mental de la población”.
Dejando al margen que varias de las cientos de referencias que supuestamente justifican esas afirmaciones de ninguna manera lo hacen, o lo hacen bajo una serie de hipótesis bastante absurdas, lo interesante resulta ver qué ha sucedido en realidad durante las últimas décadas en las que hemos acelerado nuestro desarrollo económico provocando un incremento de las temperaturas, de las olas de calor, del consumo de materias primas y de las emisiones de CO2. Por ejemplo, en algunas de aquellas cosas claramente medibles observaremos que, en España (y en el mundo):
- A pesar del incremento de temperaturas veraniegas y de olas de calor, la mortalidad por calor extremo disminuye desde hace décadas, y ello pese al envejecimiento relativo de la población (“tip” para los autores de la Agenda 2050: el aire acondicionado salva vidas).
- La contaminación atmosférica no ha parado de disminuir, siendo el aire que respiramos hoy en nuestras ciudades más limpio que en 2010, mucho más limpio que en 1995, y muchísimo más limpio que en 1980, pese al incremento del parque móvil
- La superficie quemada en España disminuye enormemente desde hace décadas
A pesar de estas evidencias en sentido contrario, los autores del documento describen a continuación las acciones que deberemos adoptar durante las próximas décadas si no queremos enfrentar el futuro apocalíptico que predicen en caso de continuar desarrollándonos como hasta ahora.
Un futuro parecido al pasado
Ahí es cuando emprenden un viaje nostálgico a mediados del siglo XX, que parecen identificar como un periodo idílico, para explicarnos que deberemos viajar menos, con menos vehículos privados, más vehículos compartidos, transporte público y bicicletas. Y por supuesto, sin viajar tanto en avión. Asimismo, deberemos reducir nuestra ingesta de productos de origen animal, reducir el número de prendas de ropa que compramos al año, y por supuesto no renovar nuestros dispositivos electrónicos tan a menudo. También habremos de reducir nuestro consumo total de energía.
Eso sí, para tranquilidad de los ciudadanos, los autores nos explican a continuación que nada de ello tiene por qué empeorar nuestras condiciones de vida o bienestar, ni tampoco reducir los niveles de actividad y empleo de nuestro país. Lamentablemente, pese a su esfuerzo imaginativo, no podrán los padres de la Agenda 2050 encontrar ni un solo ejemplo en la Historia de la Humanidad donde la disminución del consumo de energía no se vea ligada a una reducción del bienestar económico y un aumento de la pobreza de los seres humanos.
El error de todos estos sesudos ensayos y advertencias desde hace más de dos siglos es siempre el mismo: despreciar el ingenio y la tecnología humanos para conseguir enfrentarse a los retos que van apareciendo manteniendo el desarrollo económico, que es la verdadera clave para la mejora de los niveles de bienestar de la Humanidad.
“Si realmente el Cambio Climático o la sobreexplotación de recursos materiales amenazan nuestro futuro colectivo, la solución no vendrá por la búsqueda del decrecimiento forzoso, sino mediante el desarrollo de nuevas tecnologías “CO2 free”
Si realmente el Cambio Climático o la sobreexplotación de recursos materiales amenazan nuestro futuro colectivo, la solución no vendrá por la búsqueda del decrecimiento forzoso, la adopción obligatoria de tecnologías más caras o inmaduras o el encarecimiento artificial de las actividades actuales vía impuestos.
Vendrá mediante el desarrollo de nuevas tecnologías “CO2 free”, más limpias y eficientes, que nos permitan continuar nuestra senda de desarrollo económico disminuyendo o evitando los posibles daños que el mismo pueda tener en nuestro entorno.
La verdadera misión de nuestros gobernantes no es decirnos qué debemos hacer durante las próximas décadas (¿quién hubiera dicho en 1940 que en 1970 el 70% de la electricidad francesa sería de origen nuclear, o en 1980 el impacto que en 2015 tendría internet en nuestras vidas?), sino crear el marco de incentivos adecuados para que se realizan las inversiones en I+D que consigan el desarrollo de esas nuevas tecnologías.
Este artículo corresponde al último número de mEDium que puede adquirirse en este enlace