Adiós Rosell, el Barça no le debe nada

Alexandre Rosell i Feliu, hijo de una de las buenas, empresariales y políticas familias catalanas tradicionales, abandona la presidencia del FC Barcelona tras el escándalo surgido del contrato que negoció y firmó con el jugador brasileño Neymar y con su familia. Ha decidido con cierta celeridad no proseguir en el club a la vista del rumbo judicial que han tomado los acontecimientos.

Rosell llegó a la presidencia alardeando de transparencia. Amenazó con poner sobre la mesa todos los contratos y operaciones que había firmado su antecesor Joan Laporta, a quien siempre estigmatizó como potencial corrupto. Es curioso que ni Laporta ni otros grupos de opinión organizados hayan tumbado a Rosell. Ha sido un socio, en solitario (aunque seguro que Rosell sigue viendo la mano de Ferran Soriano detrás), quien ha tenido el empuje para convertir en una crisis lo del fichaje de Neymar jr. Al final ha resultado que Rosell firmó y publicitó un contrato que no era todo lo transparente que se podía esperar de su espíritu electoral. El barcelonismo se ha enterado por la prensa y por la justicia, que ha hecho caso de la denuncia presentada por un batallador socio de la entidad.

El Barça es más que un club, eso es innegable. La trampulla contractual y el silencio del presidente es más que una pequeña corruptela, es una mentira colectiva a toda la masa social, trabajadores y demás plantilla y, por ende, a la opinión pública en general. Diga lo que diga.

 
Se marcha, pero no puede dar un portazo. No ha sabido pilotar sus alianzas, compromisos y, lo peor, su propio entorno

El final de su presidencia es triste, sin trascendencia histórica. Más allá de Qatar en la camiseta y de sus problemas con la anterior junta, poco se recordará de cuatro años de mandato. O quizá sí: en ese tiempo ha sido tan incapaz de mejorar su expresión oral como de fijar una política de comunicación. Aún hay risas en las redacciones por sus múltiples idas y venidas en ese sentido.

Rosell se va y no puede dar un portazo. Debe flexionar la cabeza para llevarla mucho más agachada con respecto a cómo llegó. Su contribución al Barça es mínima, no pasará a los anales por más que ese fuera su gran interés. No ha sabido pilotar sus alianzas, sus compromisos y su propio entorno. Tanto da que sea en la directiva, con los medios de comunicación o con el entrenador más exitoso de la historia del club. Su permanente coqueteo con el nacionalismo de CiU tampoco llenará las enciclopedias, si acaso la vanidad política de su familia.

Así que Rosell se va y lo demás sigue y los demás seguimos. Esa es la más cruda realidad: quienes se ven próximos a emparentar con la historia cometen después burdos errores, de principiantes. Se creen tan indispensables que pierden de vista que los mayores activos humanos son bastante más naturales y menos sofisticados. Basta con una cierta dosis de humildad, trabajo y honestidad. No era necesario pedirle al juez que le llamara a declarar. Hubiera sobrado con decir “me he equivocado, no volvera a suceder”, palabras reales.

Esa subestimación constante del disidente o del adversario, esa estigmatización de los críticos como representantes de espúreos intereses, todo ese edificio de escasa arquitectura intelectual y dudosa moralidad es suficiente para que digamos adiós a Sandro Rosell, que le vaya bien, que el Barça, por suerte, no le debe nada.