¿Cualquier tiempo pasado fue peor? En materia económica, no; es obvio. El año que queda atrás es un ejercicio para olvidar. Con la mayoría de los datos todavía pendientes de confirmar, en España los últimos 12 meses han sido un ejercicio de purga con aceite de ricino.
Los datos de desempleo son alarmantes. El crecimiento del PIB, según el último boletín del Banco de España, será justo lo contrario: un ligero decrecimiento. Y no son las únicas estadísticas negativas que hemos atravesado. Véase, por ejemplo, la depreciación de la vivienda; la falta de actividad en el sector inmobiliario; la urgente y obligada reforma del sector de las cajas de ahorros; el debilitamiento del turismo; el encarecimiento de la deuda pública española; la atonía del Ibex 35 de la bolsa; la parálisis de la inversión; la inexistencia de crédito disponible…
Si alguien malvado y lleno de rencor hubiera dibujado unos años atrás un escenario terrorífico para un país, seguro que no se habría aproximado a la triste realidad con la que hemos convivido durante las 52 últimas semanas. El peor de los pronósticos era incapaz hace cinco años de aventurar una coyuntura tan extremadamente adversa.
Las antiguas colas del paro, el retorno de las fiambreras a los centros de trabajo, los restaurantes semivacios, el resurgir de la economía sumergida y la morosidad son apenas una expresión de esta crisis, la madre de todas las crisis, que ha impactado con agresividad en una generación que ha vivido la mayor parte de su vida en democracia.
Hay algún síntoma de superación, muy embrionario, es cierto. Lo explican los responsables de algunas cámaras de comercio y de patronales que están monitorizando la evolución de la actividad desde que comenzó la crisis. Parece que una vez hecha la purga, el tejido empresarial que ha sobrevivido al impacto económico está tomando velocidad en su despegue.
Los pedidos en algunos sectores, sobre todo los exportadores, se han animado en los últimos tres meses del 2010. Aquellas empresas que han podido financiar su circulante están produciendo a buen ritmo, con unos niveles de productividad superiores a los anteriores a la crisis y con cierta capacidad de generar empleo a corto plazo.
La confianza es la gran asignatura pendiente. El empresariado sigue empecinado en que el Gobierno arregle las cosas, pero su capacidad de maniobra es escasa y los recursos disponibles, mínimos. Bastante tiene con sostener con el Frob un sistema financiero que ha dado muestras de tener más agujeros negros de los que se sospechaba. Y, por supuesto, costear el estado asistencial, que sigue siendo el signo más distintivo de los países desarrollados.
Quedan algunas cosas pendientes, en el ámbito de la normativa laboral y en política tributaria, pero siguen siendo más simbólicos que efectivos por más que los partidos políticos sigan empecinados en tirarse la crisis a la cara. Lo que ha sucedido en España no es atribuible al Gobierno actual, sino a un modelo económico edificado desde el final de la dictadura con políticas cortoplacistas más preocupadas de tapar el socavón de que de asfaltar y mejorar el trazado por el que debía discurrir la especialización económica del país. Es decir, es responsabilidad de todos los que de una manera u otra han gobernado o han influido en la orientación de España como un país de constructores y camareros para turistas low cost.
Poco cambiará el 2011. Quizá nos aliviará la mejora de nuestro entorno internacional, por un lado, y que difícilmente tenemos capacidad de empeorar salvo para ir directamente a la catástrofe, por otro. Así que quienes sean creyentes, rezen. Quienes no profesen religión alguna lo tienen peor para empezar el año animosos. Pero, créanme, sin ver todavía los brotes verdes germinar, uno tiene la sospecha que, ahora sí, cualquier tiempo pasado fue realmente peor.
Feliz 2011.