Ada o el domador
No se alteren, no hablaremos de una -recién hallada en los cajones- segunda parte circense de la famosa novela de Nabokov, no. Por desgracia, hablaremos de Adas y de sus cuentos perversos. Aquellos ciudadanos que vieron la retransmisión por Televisión Española de la cabalgata de Barcelona durante la Noche de Reyes se debieron sentir sorprendidos, sobre todo las señoras, porque en una de las carrozas un señor caracterizado de domador, látigo en mano, simulaba lacerar a una señora disfrazada de tigresa o de leona, tanto da. Una imagen harto insólita en un acontecimiento festivo dirigido a los más pequeños.
Pero, ¿qué pretendía quien lo organizó? ¿Condenar el maltrato animal? ¿Condenar la violencia de género? ¿O quizás autotransportarse a oscuros sueños fetichistas propios de otras épocas más bárbaras?
Los creadores de tamaño disparate en horario infantil debieron pensar que estaban dando algún tipo de pseudomensaje «progre» al que nos tienen acostumbrados Ada y su equipo, aunque el resultado fue totalmente el opuesto. Lo que quedó impreso en la retina de miles de niños que contemplaban con inocente ilusión la cabalgata fue la vejatoria imagen de un dominante-domador sometiendo con su látigo a una sumisa-tigresa.
Hoy en día parece un mal común -extendido por todo el territorio patrio- la estulticia con que gobiernan los «iluminados» de la «nueva» política, cuyo único interés (así plasmado en su fútil acción de gobierno) es el pretender romper tradiciones y sueños de una gran parte de los ciudadanos, estemos de acuerdo o no con ello y con ellos.
Para estas nuevas «Adas» mediáticas azotar a una tigresa no parece que sea contrario a ese feminismo tan rancio del que se nutren, defienden y tratan de imponernos sí o sí, rozando el ridículo al cambiar el lenguaje con el mayor desprecio hacia la gramática que tantos siglos hemos usado –de común acuerdo, en harmonía y concordancia- y que jamás sirvió a ningún otro fin que no fuera claramente el de entendernos.
Buscando en las diversas tendencias del movimiento feminista es casi imposible encontrar argumentos para defender o justificar esta imagen de flagelo a una mujer, aunque sea en esta burda prosopopeya «real». Y vaya por delante que todas las mujeres que vivimos en el s.XXI le debemos muchísimo al movimiento feminista, que luchó con gran sacrificio contra la discriminación de la mujer en un mundo masculino y de férreo patriarcado; por ello a todas nosotras nos avergüenza que nuestro Ayuntamiento y sus «Adas» hayan podido crear y exhibir una burda, ofensiva y grotesca estampa dirigida incomprensiblemente a los más pequeños, un «cuadro» que representa y revive la ominosa subordinación a la que hemos estado sometidas durante siglos las mujeres y que en la actualidad todavía subsiste en grandes zonas del planeta.
Si las «Adas» y los pérfido duendes que pululan a su alrededor muestran una grave incapacidad para gestionar una fiesta infantil de larga e inmutable tradición, imagínense lo que hemos de sufrir los barceloneses con esta gente como responsables de la gestión de un ayuntamiento como el de nuestra gran ciudad. Lo que demuestra este félido episodio es, obviamente, la falta de bagaje intelectual de las «Adas» para desempeñar puestos de tanta trascendencia ciudadana.
Los niños son como esponjas, retienen todo o mucho de lo que ven –a veces incluso demasiado- y el domador y la tigresa representan la discriminación femenina y la violencia de género que todavía no se han podido erradicar y contra las cuales los ediles del partido de gobierno del consistorio barcelonés dicen luchar. No lo parece a tenor de lo visto en la Cabalgata. No, desde luego, con estas representaciones equívocas que transforman en «normal» lo que es atroz y que se pretende erradicar. Una alcaldesa que ha llegado al sillón municipal aupada desde un dudoso activismo social, no puede equivocarse –otra vez más- tan profundamente, ofreciendo a los pequeños ciudadanos el siguiente mensaje: todo cambia para que nada cambie.
Y la mujer, tigresa o no, debe continuar donde ha estado durante siglos, sometida al imperio masculino que, látigo en mano, impone su ley.