Ada Colau «gatopardista»
No hay duda de que Ada Colau es una gran operación de mercadotecnia. Su propuesta de «gobierno del cambio» para Barcelona compartido con PSC y ERC es el último ejemplo de gatopardismo. Ustedes ya conocen el cuento: «cambiar algo para que nada cambie», que tiene su origen en la paradoja expuesta en la novela El gatopardo, del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957). La cita original expresa la siguiente contradicción aparente:
«Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».
«¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado».
«…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está».
Hace años que las ciencias políticas utilizan el concepto gatopardismo o lampedusiano para designar a aquellos políticos, reformistas o revolucionarios, que con su astucia se convierten en el caballo de Troya de los que ostentan el poder. Primero les combaten y después se alían con ellos.
En la novela, el gatopardismo refleja la lucidez de una clase social para conservar sus valores dentro de los cambios revolucionarios. Es, pues, la más pura expresión de esa trampa que consiste en vender lo viejo como si fuese nuevo. Cuando alguien camufla la viejo para garantizar que no muera, está claro que ese alguien es, por encima de todo, un conservador.
El aristócrata gatopardista de la novela se llamaba Fabrizio Salina y su problema era el ascenso de la burguesía. El príncipe Salina quería «contener la marcha de la historia» para evitar la destrucción del mundo aristocrático napolitano. Hoy no estamos ante esa tesitura, pero sí que estamos metidos en una época de crítica pública y de demandas sociales que puede cambiar el mundo o por el contrario simplemente maquillarlo.
En Cataluña la estética siempre ha acabado por imponerse a los cambios de verdad. Le cambiamos el nombre al salón de plenos del ayuntamiento, para excitar a los reaccionarios y quedar bien, mientras nos aliamos con los que se han visto implicados en escándalos de corrupción.
Ada Colau le debe mucho a la PAH puesto que le ayudó para conseguir el sitial de alcaldesa, pero de momento quien está sacando las castañas del fuego a los afectados por los desahucios es el Gobierno de la Generalitat con la Ley 24/2015 que el TC se acaba de cargar y que cuando sé aprobó la PAH defendió que era una buena ley porque «impedía los cortes de suministro y los desahucios». Lo mismo se puede decir de la recolocación de los 90 refugiados en la Casa-Bloc de Sant Andreu, que es propiedad de la Generalitat.
El consistorio barcelonés sólo puso personal municipal para acompañar a los nuevos vecinos. Morralla comparado con el coste, que fue de unos 300.000€, asumido por el Departamento de Gobernación, Administraciones Públicas y Vivienda del Gobierno catalán, en manos de la convergente Meritxell Borràs.
Después del acuerdo entre BComú y PSC, las promesas «regeneracionistas» de Ada Colau son, por lo menos, una tomadura de pelo. Colau aseguró ayer, una vez superada la modificación del presupuesto con la abstención de la CUP, que no quiere reproducir acuerdos de cuando había gobiernos socialistas. ¡Vaya mentira!
Su gobierno funciona, de entrada, gracias al pedaleo de antiguos gerifaltes socialistas (Martí, Casas, Sureda, Sendra y cía.), que fueron los responsables, como dejó escrito ella misma en un tuit del 2012, del genocidio financiero junto a CiU y PP. Eran los del sottogoberno municipal, pero allí estaban.
Claro que Colau ahora dice todo lo contrario, que el Ayuntamiento de Barcelona «ha cambiado radicalmente» porque lo que hay en Barcelona es un gobierno de cambio liderado por BComú, que es tanto como decir que su política es de izquierdas porque su partido es de izquierdas.
Creo que el primero que dijo algo así fue Felipe González. Puede que fuera Alfonso Guerra, el embaucador sevillano. A los que ya peinamos canas pero aún no hemos perdido la cabeza es difícil que nos engañen. En este país nos conocemos todos.
No estoy afirmando que Colau sea sólo una actriz y que el Ayuntamiento de Barcelona se haya convertido en una casa de alterne. Lo que digo es que para este viaje no hacían falta alforjas.