Actos de dignidad frente a Jordi Pujol

Es complicado ser un ciudadano coherente. Alguien que esté siempre pendiente de que sus acciones se correspondan con su idea del mundo. La sociedad no lo pone fácil, y nadie puede decir –sería imposible, e incluso no demasiado efectivo—que no cae de vez en cuando en contradicciones. Pero en los últimos años, debido a la crisis económica y al conocimiento que se ha tenido de algunas actitudes y acciones de personas que se tenían como referencia, muchos ciudadanos han decidido decir basta. Exigen decencia y corrección, y no sólo respecto a los dirigentes políticos, sino también ante situaciones que se suceden en sus entornos de amigos y familiares.

En Cataluña, si existe un distintivo social propio, ese es la prudencia, la corrección en las formas, la cordialidad aparente, una actitud de no buscar el choque directo. Pero lo que ocurrió el pasado lunes, en un acto sobre nacionalismos, organizado por la Obra social de La Caixa, y con la presencia del filósofo Josep Ramoneda, demuestra que algunos ciudadanos han decidido plantarse, y han querido exhibir algunas actitudes que vayan acorde, efectivamente, con la decencia y el respeto a sí mismos.

Ocurrió que algunos de los asistentes prefirieron abandonar la sala cuando tomó la palabra Jordi Pujol, que, en los últimos meses, suele asistir a algunos actos públicos, como uno reciente en el Círculo de Economía para escuchar al presidente de la Comunitat Valenciana, Ximo Puig. Pujol quiso hablar del pacto con el PP, tras las elecciones de 1996. Es uno de sus temas favoritos, porque fue, ciertamente, una de las mayores aportaciones del nacionalismo catalán al conjunto del Estado. Demostró que la política exige el pacto, el acercamiento, un cierto olvido, y altas dosis de responsabilidad, algo que se deberá producir a muy corto plazo otra vez.

Sí se piden dirigentes que paguen sus impuestos, que no se lleven el dinero a paraísos fiscales, que no intercedan para que sus familiares se enriquezcan, que no consideren que todo el país era una gran finca a su servicio

Pero aunque esa aportación sea importante, aunque el papel de Jordi Pujol no se deberá olvidar, pese a que nadie duda de su altura política, ya no se puede ignorar la esfera moral. Un asistente aseguró que no había acudido para escuchar «un mitin de Convergència». Ante la respuesta de Pujol, sobre si interesaba su intervención, otro dijo que no, que sobraba. Y otros escogieron el mismo camino y abandonaron la sala, ante un mudo Ramoneda, que no supo decir nada, al menos durante el intercambio de opiniones que se ha registrado y ha trascendido en los medios. Hubiera sido interesante la intervención de un filósofo, que sabe como nadie lo que ha ocurrido en la política catalana en los últimos decenios.

Y es que el dirigente debe ser ejemplar. Ya no se piden líderes de otros tiempos, de los que aguantaron países en guerras crueles, o dirigentes que se inventaron que existía una resistencia ante el enemigo externo e interno para dar una imagen de que el espíritu del país todavía existía, como hizo De Gaulle.

Pero sí se piden dirigentes que paguen sus impuestos, que no se lleven el dinero a paraísos fiscales, que no intercedan para que sus familiares se enriquezcan, que no consideren que todo el país era una gran finca a su servicio. Y eso Pujol lo debería haber asumido ya hace mucho tiempo.

Es una tragedia. No sólo para un hombre que ha sabido ejercer la política como un estadista, en muchos momentos de su larga carrera. Lo es para todo el conjunto de la sociedad catalana, que sigue sin poder entender cómo fue engañada durante tantos años.

Quizá porque no quería ver nada de lo que sucedía, porque las formas, para un catalán medio, lo es todo. Tal vez por todo ello, han comenzado a aparecer actos de dignidad individual, que pueden ser actos de dignidad colectivos a corto y medio plazo. Cataluña debe estudiarse a sí misma. Y decir –como Pujol dijo respecto a la actuación de los políticos catalanes respecto al Estatut—que se ha mirado al espejo y ha descubierto que no se gusta. Sería el primer paso para hacer las cosas, de nuevo, con rigor, con valentía, y honestidad.