Acoso, pero no derribo
En las diferentes regiones del mundo donde conviven más de una lengua se suele optar por dos vías en el ámbito de la educación. O bien se elige una doble red de manera que los padres escogen la lengua vehicular en la que van a ser educados sus hijos, o bien escuelas en las que se imparten asignaturas en ambos idiomas más allá que las lingüísticas. El primer modelo es el mayoritario, aunque cada vez se introduce más el segundo en consonancia con las investigaciones pedagógicas y didácticas al respecto. En Finlandia, por ejemplo, predomina la doble red, pero empiezan a proliferar las escuelas en las que la educación se imparte en finlandés y sueco.
En principio, que alguien prefiera un modelo o el otro debería ser respetado por igual y, sin embargo, en Catalunyta esto no se cumple. Para empezar, en esta comunidad autónoma se aplica un modelo único en el mundo: la inmersión obligatoria en una lengua que no es la mayoritaria, privando así a más de la mitad de la población del derecho a recibir educación en su lengua materna y marginando una lengua oficial, el español, que no adquiere la categoría de lengua vehicular y de la que se imparten menos horas que de inglés.
La mal llamada inmersión lingüística –los niños catalano-hablantes no reciben inmersión, sino educación monolingüe en su lengua materna– es una copia pervertida del modelo que se aplica en Canadá. Allí la inmersión en una lengua distinta a la materna se aplica de forma voluntaria y cuando los niños ya dominan la lectoescritura. Esto es importante porque, como demuestran numerosos estudios, la lengua materna es un facilitador de la enseñanza. Pese a que el modelo catalán no se aplica en ningún otro lugar del mundo, aquí se presenta como el único posible para garantizar el buen nivel de ambas lenguas y la cohesión social.
Nadie que se pare a pensar seriamente en el tema puede creerse la propaganda oficial de que el nivel de español de los alumnos catalanes es superior al de los del resto de España porque estaríamos hablando prácticamente de un milagro: cero horas en educación infantil, dos en primaria y tres en secundaria y dos en bachillerato dan mejores resultados que toda una educación en ese idioma.
Se aferran a pruebas que nunca se han hecho en español en Catalunya como PISA o exámenes no homologables como las pruebas de evaluación diagnóstica. Además, en ambos casos, son exámenes de comprensión lectora y un mínimo de expresión escrita lo que no sirve para dictaminar el nivel lingüístico de nadie, sino tan solo un par de destrezas. Cualquier análisis mínimamente riguroso del tema acaba demostrando que el cacareado “modelo de éxito” solo es tal si lo entendemos en tanto que “construcción nacional”, pero no en términos pedagógicos.
En todo caso, aunque sin duda es legítimo que alguien defienda la inmersión, lo que no parece de recibo es el acoso al que se somete a los padres que deciden optar por otro modelo. Una de las cinco familias de las recientes sentencias decidió comunicar a otros padres su decisión antes de que estallara mediáticamente el caso. Hablaron con doce de las veinticinco familias de la clase de su hijo y en todos casos, la respuesta fue unánime: su total apoyo y felicitaciones por haber dado el paso porque, según decían, no puede ser que toda la educación sea en catalán y algo hay que hacer.
Cuando el caso salió a la luz y de manera mezquina fueron vapuleados en la prensa catalana subvencionada, en la que se llegó a dar los nombres de los menores y datos de los padres, vieron como la gente cambiaba de acera para no saludarlos. El AMPA del colegio se personó como causa contra ellos y recogieron firmas de adhesión al actual sistema. De las 12 familias que les habían mostrado su conformidad, diez firmaron. ¿Qué pasó por el camino para que se produjera esta transformación?
Otro padre me contaba que, de repente, empezó a notar que a sus dos hijas les hacían el vacío. Preocupado fue a hablar con la directora del centro. Al día siguiente, uno de los padres del AMPA se dirigió a él y le pidió disculpas por lo que le habían hecho a las niñas y lo justificó con un “es que pensábamos que eráis una de las familias de la sentencia”. Como si fuera lo más normal del mundo. Los dos ejemplos corresponden a dos localidades alejadas así que la condena al ostracismo social parece ser el modus operandi habitual en el caso de aquellos que optan por intentar ejercer lo que en cualquier país democrático es un derecho reconocido: la educación en lengua materna.
Basta echar un vistazo a los medios públicos y subvencionados catalanes para comprobar que se trata a estas familias de manera absolutamente poco respetuosa. De hecho, Muriel Casals, presidenta de Òmnium Cultural ha llegado a acusar a estos padres de maltratar a sus hijos y de usarlos y abusar de ellos.
Sin embargo, pese a la terrible ofensiva pagada con dinero público contra todo aquel que defienda una educación plurilingüe, cada vez son más las personas que se atreven a alzar la voz. Día a día crece la Asamblea por una Escuela Bilingüe y Convivencia Cívica Catalana sigue ganando todos los juicios. Y es que, por mucho que insulten y acosen, va a seguir la lucha para que los niños catalanes puedan disfrutar del mismo derecho que los de cualquier otro país democrático: el de la educación en su lengua materna.