Abrir las ventanas al mundo

España debe dejar de mirarse al ombligo, y buscar el coraje para salir de la zona de confort y reencontrarse con su vocación global

Uno de los efectos secundarios más deprimentes del juego de la oca separatista catalán en el que estamos metidos desde 2010 ha sido ver cómo algunos sectores contrarios al independentismo sucumbían a la tentación de imitar la exuberancia simbólica del secesionismo catalán.

En un peculiar ejercicio de homeopatía política, presumiblemente confiaron en que lo similar cure lo similar, siempre que se administre en dosis extremadamente diluidas. Pero, dado que luego de la larga noche franquista, los españoles adoptamos un patriotismo reluctante, de bajo perfil y pudoroso de todo exhibicionismo de himnos y banderas.

Por ello, es razonable dudar de que quienes apuestan por la reafirmación nacional logren arrastrar muchos apoyos, más allá del ecosistema de sus propias cámaras de resonancia. Si hay un rasgo del que no adolecemos, es el chauvinismo. 

A diferencia de quienes nunca han sido un estado-nación, España no tiene ninguna necesidad de zambullirse en el pozo de la concienciación nacional, ni aún menos de encubrir sus problemas con el felpudo del patrioterismo.

Por el contrario, lo que debemos hacer como nación es salir de nuestro secular ensimismamiento doméstico, y proyectar decididamente y sin jingoísmos el poder blando que nos brinda el tener un lenguaje global hablado por 500 millones de personas.

Así podremos alcanzar el desarrollo económico que nos corresponde después de 40 años de democracia. Ningún país en la Unión Europea (UE) tiene nuestro potencial en este terreno, y bien pocos las tasas de desempleo y desequilibrios que sufre el nuestro. Estas dos razones deberían ser motivación suficiente. 

América Latina será uno de los motores indiscutibles de la economía internacional

Nuestro pasado reciente nos enseña que España tiene un historial lastrado por subestimar el potencial de América Latina y por la despreocupación por sus oportunidades.

Buena prueba de ello son las magras cifras de exportación a Latinoamérica, que apenas representan el 5,3% del total de exportaciones españolas, por lo que están por debajo de lo que exportamos a Portugal, un estado de 10 millones de habitantes con el PIB de Cataluña.

Aunque las cifras porcentuales de inversión en América Latina son mejores, al suponer un 28% de nuestra inversión exterior, en términos absolutos apenas significan unos 100 mil millones de euros, en un continente con más de 600 millones de habitantes y una extensión de 20 millones de kilómetros cuadrados.

En los años por venir, el conjunto de los países de América Latina será uno de los motores indiscutibles de la economía internacional, tal y como sugiere el que ya tenga un PIB combinado de 6 mil millones de dólares, con firme tendencia al alza.

Ciertamente, la situación política en muchos de estos países, plagados de problemas como la pobreza, la desigualdad y la violencia, no facilita el establecimiento de lazos comerciales en el continente latinoamericano.

Pero, parafraseando a John F. Kennedy, si debemos hacer un esfuerzo en Latinoamérica no es porque sea fácil, sino precisamente porque es difícil.

En España hace falta tanta ambición como pragmatismo

Nuestro país debe saber sacar partido a la ventaja competitiva que conlleva formar parte de la misma cultura, un patrimonio común que da cuerpo al mayor grupo de democracias que existe al margen de la UE.

Los riesgos que suponen para las empresas españolas la fractura del «brexit» y las políticas proteccionistas de Donald Trump en el continente americano, son incentivos adicionales para incrementar sustancialmente la exportación de bienes, pero sobre todo de servicios, a Latinoamérica.

Tanto nuestra industria como los servicios en los que somos excelentes, como la gestión turística, la enseñanza, la sanidad y la gestión medioambiental, deben ofrecer soluciones innovadoras, de la mano de las nuevas tecnologías, para contribuir al desarrollo social y sostenible de América Latina al tiempo que se crea empleo en nuestro país.

Para ello hace falta tanta ambición como pragmatismo, pero sobre todo, una nueva generación de empresarios cuya mentalidad le lleve a resistirse a la gratificación garantizada que se obtiene pastando en los pesebres autonómicos.

En cambio, debemos apostar por el riesgo y la expansión exterior, para que no se repitan situaciones como la miope renuncia de facto de Barcelona al liderazgo editorial del libro en español.

España, mediante el fulcro que representa ser parte del núcleo duro de la UE,  debe volver a trazar el mapa de sus relaciones comerciales internacionales, sobre todo con América Latina, empujando una política exterior moderna y vigorosa que acompase el esfuerzo privado.

Existen grandes oportunidades tanto para España como para América Latina

España debe defender con voz propia un comercio internacional sin cortapisas y sentando las bases para mejorar aquellas condiciones globales que propicien la integración de los países de Mercosur, de la región andina y de América Central en la economía mundial.

Para América Latina y España existen grandes oportunidades −a ambos lados del Atlántico y globalmente−. Pero primero tenemos que dejar de mirarnos el ombligo, y tener el coraje de salir de nuestra zona de confort, abriendo las ventanas al mundo para reencontrarnos con esa vocación global que una vez nos definió como país.

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