Allá en el año 2008 hacía poco que había sido nombrado director financiero de una pequeña multinacional catalana. Descubrí que la directora general de una filial hacía una contabilidad «creativa» y tuve un enfrentamiento que casi me cuesta el cargo. La empresa filial facturaba unos 4 millones de euros y desde hacía tres años que perdía un 10% anual (ahora se entiende el «maquillaje», ¿eh?).
Al principio encontré incomprensible que la mantuvieran en su lugar, pero enseguida me di cuenta que esta empleada llevaba 28 años en la empresa y echarla equivalía a duplicar las pérdidas (320.000 euros para ser exactos).
Con la nueva reforma laboral publicada el pasado viernes 10 de febrero su despido se hubiera reducido a unos 100.000 euros (20 días por año, máximo una anualidad) pero esto no hubiera solucionado el problema porque habían 17 personas más en aquella plantilla y con mucha antigüedad.
Desde mi punto de vista la reforma es buena (fin de la ultraactividad, gradual reducción de las indemnizaciones por despido, mayor concreción de las causas objetivas, nuevos contratos para jóvenes y emprendedores, limitación de indemnizaciones a directivos públicos y banca intervenida, etc..), pero por enésima vez se ha quedado corta. El Estado español tiene un paro que roza el 23%, que representa el doble de la media de Europa y tres veces la de Alemania, Holanda o Dinamarca. Hay que tomar medidas más drásticas si queremos reducir drásticamente el paro.
En primer lugar es una lástima que se siga perpetuando la dualidad del mercado laboral, y no se ponga fin a la profunda desigualdad entre los trabajadores más antiguos ante el resto de la plantilla, con salarios marcados más por los trienios que por los complementos de productividad, con rendimientos muchas veces inferiores a la media, que no quieren aprender nuevas técnicas, ni nuevas tecnologías.
Un segundo factor que no aborda la reforma es el de la flexibilidad salarial. Existe un tabú respecto a la bajada de salarios. Varios estudios señalan que por menos de un 15% de incremento, la mayoría de nosotros no estamos dispuestos a cambiar de trabajo, pero si nos lo bajan un 5% entonces es un cataclismo. ¿Por qué? La explicación la encontraríamos en las expectativas asimétricas del individuo, pero lo que pasa cuando hay que ajustar los costes salariales y los sueldos no se pueden tocar, es que se acaba echando a gente. La gente menos protegida.
En último lugar la reforma no se atreve a reducir los subsidios de paro. El subsidio de paro español (24 meses) es de los más largos de Europa. Y en el que hay más fraude. Es un escándalo la cantidad de gente que cobra el subsidio trabajando en otro lugar o «ficha» por Internet desde el extranjero.
El paro tendría que ir ligado a una formación que permitiera el reciclaje de la persona de un trabajo a otro, de un sector a otro. Para poner un ejemplo, España tiene un millón y medio de jóvenes que abandonaron los estudios para acceder a un puesto de trabajo que ha desaparecido por siempre jamás. ¿Qué hacemos ahora con ellos? ¿Los subvencionamos con 400 euros mensuales hasta que se jubilen? ¿O nos gastamos una parte de los 400 euros en su formación?¿ Les damos el pescado o la caña para pescar?
En conclusión, al señor Rajoy, le ha temblado el pulso (ya sea por culpa de las elecciones andaluzas o no), y no se ha atrevido a hacer un cambio radical, como el que hizo Dinamarca, cuando tenía un «intolerable» 10% de paro y liberalizó el despido sin abandonar al parado, estimulándolo para que volviera al mercado laboral lo antes posible. Está claro que seguimos siendo un país de pandereta donde sale más a cuenta subsidiar los votantes que darlos responsabilidad y medios para que prosperen por sí mismos.