¿A quién teme Putin?
Si los Estados Unidos no se sintieran tan implicados en el conflicto, los tanques rusos ya estarían en Kiev mientras Europa reaccionaba con sanciones y lloriqueos
No teme ni al nuevo canciller germano, Olaf Scholz, ni al premier Boris Johnson ni mucho menos al presidente Emmanuel Macron, por no hablar de Mario Draghi o Pedro Sánchez. Si el papel de Europa en el actual conflicto es de segundo orden, el de las cancillerías que no estén en Berlín, Londres o París es tan insignificante como el de la fragata Blas de Lezo.
No hace falta responder a la pregunta del título, pero por si alguien no lo tiene claro, la sola persona a quien teme, quien le refrena, el único que puede evitar la invasión de Ucrania se llama Joe Biden. Si los Estados Unidos no se sintieran tan implicados en el actual conflicto, los tanques rusos ya estarían en Kiev mientras Europa reaccionaba con sanciones y lloriqueos de corto alcance ante los hechos consumados.
A diferencia de analistas mucho más especializados, y aún a mayor distancia de las jeremiadas por la falta de liderazgo europeo, el punto de vista que aquí se defiende es que, sea cual sea el desenlace de la actual crisis, si desenlace hay a corto plazo, Europa saldrá más beneficiada, o menos perjudicada, que si se hubiera tenido que enfrentar en solitario a las amenazas y exigencias de Putin.
Europa, como se ha demostrado en múltiples ocasiones tanto es su seno (Hungría, Polonia) como en sus inmediaciones (Turquía, norte de África), prefiere ceder al chantaje antes que abordar los problemas de cara y con valentía. La cuestión es esquivar o limar los conflictos, pagar y callar, amenazar o sancionar antes que enfrentarse en campo abierto. Recordemos por ejemplo que sin la determinación americana, Serbia se habría salido con la suya.
Sin embargo, Europa no es Venus. No pretende seducir por las buenas sino defender sus intereses de modo oblicuo o bajo cuerda. En cualquier caso, si no hay otro remedio que apuntar con fuego letal, ahí está la OTAN, imprescindible parapeto y excelente excusa para evitar que los gobiernos rindan cuentas de sus decisiones bélicas.
Si Ucrania optó por sacudirse el paraguas ruso y meterse bajo el europeo-occidental, fue en pos de un nivel de vida más elevado, pues en Rusia y su órbita las expectativas de mejora se encuentran cercenadas por el binomio desigualdad-dictadura. Véase Kazajistán, donde las demandas de justicia social han sido cercenadas para consolidar y empeorar un modelo, el ruso, que es lo más opuesto no solamente al occidental sino incluso al chino en la cuestión clave del crecimiento económico y la prosperidad.
Europa no es Venus, no pretende seducir por las buenas sino defender sus intereses de modo oblicuo o bajo cuerda
A falta de algo tangible o beneficioso que ofrecer a la sufrida sociedad rusa y a sus aliados más o menos forzosos, o sea sin escapatoria, Putin echa mano de un recurso emocional en extremo peligroso: el resentimiento. No el orgullo herido por la pérdida del imperio, lo cual como saben los españoles y los turcos es asunto de nada fácil digestión y es la clave última del Brexit, sino el resentimiento, el impulso de resarcirse como sea de lo perdido. Peor aún, vengar la humillación sufrida.
No se trata del perímetro de seguridad que reclama Putin. Nadie pretende atacar a Rusia o invadirla de nuevo. Todo el mundo, empezando por Europa y los Estados Unidos, preferiría que fuera un socio fiable al que le fueran bien las cosas. Pero no es así. Rusia no se encuentra ante un abismo inmediato pero ha fracasado en el intento de crear una clase media floreciente por medios artificiales. El espejo en el que Rusia se contempla está cada vez más empañado y resquebrajado.
Este es el verdadero problema de fondo, y no tiene solución. No sin un cambio de modelo, una verdadera occidentalización, que el imperialismo bravucón pero poco menos que impotente de Putin imposibilita todavía más.
Como dijo Obama, Rusia ha quedado relegada a potencia regional. No puede usar su fuerza nuclear. El sabotaje informático tiene unos límites cada vez más estrechos gracias a los cortafuegos de los países líderes en tecnología. Si Putin va más allá de las escaramuzas y no se conforma con unos trofeos de poca monta en vez del gran bocado de Ucrania, todos sufriremos y Europa temblará, pero quien verá más pronto su final, y el de su inviable modelo, no va a ser otro que el propio Putin.
Como dijo Obama, Rusia ha quedado relegada a potencia regional. No puede usar su fuerza nuclear
Colofón: es posible que sin el eco que resonaría en medios chinos en caso de que Biden mostrara debilidad ante Putin, Europa se viera más sola, y por lo tanto más desorientada, dividida y desprotegida, ante el chantaje de Putin.
No es así. Tal vez a Biden le importe menos el desenlace concreto de la crisis que el mensaje de claridad y determinación que de modo muy poco indirecto reciban los chinos. Si Biden cede en Ucrania, señal que aflojaría en Formosa. Y viceversa.
A falta de opciones propias, benditas sean la geoestratègia y el seguidismo del Tío Sam, por lo menos mientras nos resulten favorables.