¿A qué juegan?

Transcurridas ya 16 semanas desde las elecciones generales del 20 de diciembre, si nada ni nadie lo remedia los ciudadanos seremos convocados una vez más a las urnas, el próximo 26 de junio, para que intentemos resolver lo que los políticos a los que votamos no han sido capaces de solucionar en este tan prolongado periodo de tiempo de interinidad.

Confieso que me encuentro no solo entre los equivocados –hasta hace pocos días seguía confiando aún en la posibilidad de un pacto de progreso que mandase al PP a la oposición-, sino que me siento muy decepcionado. Sí, decepcionado. Porque el fin del bipartidismo vivido desde los inicios de la restauración de la democracia solo es posible si viene acompañado por una clara voluntad de diálogo interpartidario, de negociaciones y transacciones que hagan posibles acuerdos y pactos.

A la vista de los resultados electorales del 20-D, está claro que en el conjunto de España existe una muy amplia mayoría ciudadana que apostó por un cambio político profundo que pasaba de forma evidente por acabar con el Gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy. Es muy cierto que el PP ganó las elecciones. Pero quedó muy lejos de la mayoría absoluta y sin posibilidad alguna de llegar a acuerdos que le permitieran gobernar. Como lógica consecuencia de la prepotencia ejercida con su mayoría absolutista de estos cuatro últimos largos años, el PP se ha quedado solo, sin que ninguna otra fuerza política estuviese dispuesta a darle su apoyo.

Más aún, en el Congreso de Diputados actual existe una muy amplia mayoría dispuesta a derogar la mayor parte de las medidas tomadas por el PP durante el mandato presidencial de Rajoy. No obstante, esta  mayoría es tan amplia como plural, compleja, diversa e incluso con importantes contradicciones internas.

A pesar de todas estas contradicciones, lo que hubiera debido ser el denominador común de esta gran mayoría parlamentaria -PSOE, Podemos y sus confluencias, Ciudadanos, CiL, ERC, PNV, UP-IU, CC…- era impulsar un cambio regenerador y de progreso en la política española.

A lo que parece, por desgracia no ha sido así. Con los peores vicios de la tan denostada «vieja política», los llamados emergentes han impedido que prosperara un cambio profundo, sin duda, ni tan profundo ni tan radical como algunos de ellos hubiesen deseado, pero cambio al fin, y cambio en positivo, tan imprescindible como urgente.

Pudieron, pero no quisieron. La historia les juzgará. Dudo mucho que les absuelva. A muy corto plazo, tal vez ya el 26 de junio si al final de nuevo vemos obligados a ir a las urnas, la ciudadanía deberá dar o no sus votos a los que han apostado y siguen apostando por este cambio posible o a quienes hasta ahora lo han hecho imposible.

¿A qué juegan? Tal vez les convendría dejar de ver tantas series televisivas y leer algo más. Les aconsejo la atenta y reflexiva lectura de un excelente poema del tan añorado Jaime Gil de Biedma: 

«¿Y qué decir de nuestra madre España,

este país de todos los demonios

en donde el mal gobierno, la pobreza

no son, sin más, pobreza y mal gobierno

sino un mal místico del hombre,

la absolución final de nuestra historia?

 

De todas las historias de la Historia

sin duda la más triste es la de España,

porque termina mal. Como si el hombre,

harto ya de luchar con sus demonios,

decidiese encargarles el gobierno

y la administración de la pobreza.

 

Nuestra famosa inmemorial pobreza,

cuyo origen se pierde en las historias

que dicen que no es culpa del gobierno

sino terrible maldición de España,

triste precio pagado a los demonios

con hambre y con trabajo de sus hombres.

 

A menudo he pensado en esos hombres,

a menudo he pensado en la pobreza

de este país de todos los demonios.

Y a menudo he pensado en otra historia

distinta y menos simple, en otra España

en donde sí que importa un mal gobierno.   

 

Quiero creer que nuestro mal gobierno

es un vulgar negocio de los hombres

y no una metafísica, que España

debe y puede salir de la pobreza,

que es tiempo aún para cambiar su historia

antes que se la lleven los demonios.

 

Porque quiero creer que no hay demonios.

Son hombres los que pagan al gobierno,

los empresarios de la falsa historia,

son hombres quienes han vendido al hombre,

los que le han convertido a la pobreza

y secuestrado la salud de España.

 

Pido que España expulse a esos demonios.

Que la pobreza suba hasta el gobierno.

Que sea el hombre el dueño de su historia».