A propósito del discurso del Rey: ¿de qué estamos hablando?
Si Podemos aspira a sustituir la monarquía, debería abandonar Twitter y explicar como buscará una mayoría parlamentaria que permita cambiar la Constitución
Si se tiene la paciencia y el humor de haber seguido con más o menos regularidad la controversia levantada en las últimas semanas acerca de la monarquía española, apostaría a que en algún momento de lucidez habría apartado la vista y en un instante de reflexión se habría preguntado: pero, en realidad, ¿de qué estamos hablando?, y no habría sabido qué responderse. A mí, al menos así me ha pasado.
Y es que uno puede, con todo el derecho del mundo, faltaría más, proclamarse monárquico o republicano, incluso no adherirse a ninguno de ambos bandos; puede ser partidario de un estado federal, uno basado en comunidades autónomas o, por el contrario, defender un estado centralizado; puede ser partidario de un parlamentarismo unicameral o de dos cámaras; puede estar a favor de un sistema electoral proporcional o mayoritario… pero si no desea circunscribir ese debate al calor una sobremesa entre amigos, debería especificar cómo, con quién y con qué objetivos pretende transformar elementos tan sustanciales de la arquitectura democrática de un país.
Porque si de verdad Podemos y sus aliados -auténticos, circunstanciales, oportunistas o embozados-, aspiran a sustituir la monarquía parlamentaria española por una república de no se sabe bien qué tipo deberían responder con urgencia las cuestiones anteriores. Si no, como diría un amigo: es joder por joder, y perdonen el exabrupto.
Si Iglesias quiere acabar con la monarquía debe abandonar Twitter y explicar como logrará una mayoría parlamentaria que permita cambiar la Constitución
Si de verdad Pablo Iglesias lo que quiere es acabar con la monarquía que representa hoy Felipe VI debería abandonar por un momento Twitter y explicarnos a los españoles cómo va a trabajar para lograr una mayoría parlamentaria que permita un cambio en la Constitución de tal calado. Si no lo hace, tenemos todo el derecho a pensar que lejos de construir una mayoría capaz de alumbrar una nueva constitución, apenas busca un objetivo más ruin, la erosión de las instituciones que dan forma a la democracia española, y una vez conseguido esto ya veremos qué pasa.
Una estrategia así sólo puede salir de una mente tóxica, capaz de provocar el caos a cambio de una pequeña victoria; una mente más propicia al frentismo que a levantar las amplias mayorías que requieren los cambios sociales que se consolidan; una mente, en definitiva, egoísta, cortoplacista, más preocupada por el presente que por el futuro de un país.
Pero Iglesias y sus acólitos no lo van a tener fácil. Hasta ahora, Felipe VI ha cometido pocos errores o ninguno en el papel constitucional que le corresponde, y defiende con limpieza y acierto una institución monárquica asediada deslealmente desde el propio Gobierno de la nación.
El discurso de Nochebuena del jefe del Estado fue irreprochable y las críticas que ha recibido desde sus oportunistas detractores nuevamente infundadas. Supuesta y probablemente Juan Carlos I ha podido cometer fraude fiscal y haber llevado a cabo una conducta lejos de los cánones morales y éticos que le corresponderían. Pero… ¿hacía falta recordar, como se encargó de hacer el propio Felipe VI, que fue obligado a abdicar, despojado de cualquier ingreso que pudiera corresponderle de la Casa Real y que actualmente hay investigaciones judiciales en curso que monitorizan su conducta pasada y presente por si cometió o estuviera cometiendo algún tipo de delito?
De aceptar el argumentario, ¿No deberíamos suprimir al PP por Bárcenas, al PSOE por el escándalo en Andalucía y a Podemos por el caso Neurona?
¿Es necesario recordar que el propio Felipe VI renunció públicamente a cualquier herencia que proviniera de su padre y que ha ratificado una vez más la supremacía de los valores morales y éticos que deben presidir su reinado por encima de cualquier tipo de vínculo familiar o de otro tipo?
¿Los detractores pueden levantar frente a este compromiso alguna prueba que sea más que truculentas sospechas? No parece. Desgraciadamente, el trumpismo y si forma de hacer están generando demasiados adeptos.
A falta de ideas más concluyentes, ¿cuál es la tesis de Podemos y otros sobre la monarquía, que hay que derrocarla porque Juan Carlos I hubiera sido un corrupto, pese a que la institución como tal ha actuado como debería? De aceptar este etéreo argumento, ¿no deberíamos suprimir al PP por el caso Bárcenas, al PSOE por el escándalo de los fondos de formación en Andalucía y a Podemos por el caso Neurona?
Entonces, ¿de qué estamos hablando? Quizás tristemente no estemos hablando en realidad de lo que las palabras pudieran dar a entender sino de otra forma de hacer política, una en la que la realidad y los discursos casan poco, en la que la verdad se supedita a la eficacia en el discurso y, en definitiva, una en la que el adversario es derrotado no por malo sino por débil, de la misma manera en que muchas veces en la vida los que se empeñan en ser honestos pierden la batalla ante los tramposos.