A Pedro Sánchez
Señor Sánchez: he escuchado con atención su discurso y el programa que presentaba en el Congreso y me permito, siguiendo la estela de Joan Tardà, hacerle algunas consideraciones, desde una opción de izquierdas transitoriamente independentista.
En su discurso no tocó para nada uno de los temas claves del retraso económico español: el sobrepoder de los oligopolios financieros, mediáticos, energéticos y de infraestructuras y su conjunción con la tecnoburocracia y la partitocracia española. No hubo ni una brizna de autocrítica por la cuota de corrupción del PSOE.
Una de las pocas medidas de cambio colocada por Ciudadanos en el programa, la desaparición de las diputaciones, cayó de su discurso. La ambigüedad sobre políticas económicas y sociales fue completa, y en cuanto al territorio fue ofensivo presentar como base de acuerdo una simple oferta para hablar de los incumplimientos del Estado a un Estatuto autorecortado y luego mutilado por el TC.
Como militante de izquierdas he quedado consternado del aval que ha dado usted a C’s como partido de cambio y de progreso, cuando es la refundación modernita del PP, recuperando sus tics más anticatalanes que superan en radicalidad el período más moderado y de más base social del PP en Cataluña, cuando estaba en manos de Josep Piqué.
Como militante de las izquierdas lamento el doble harakiri que impone a su partido.
El primero a los PSOE’s de la periferia peninsular. La bunquerización jacobina pactada con Rivera, acabará de enviar a la marginalidad al PSOE de las nacionalidades periféricas en detrimento de Podemos y las izquierdas nacionales. Las últimas elecciones son una muestra: Podemos fue primero en Euskadi y Cataluña, segundo en Baleares, Valencia, Galicia, Canarias y Navarra. El PSOE ha sido la tercera fuerza en todas ellas excepto en Euskadi y Cataluña, donde se sitúa en cuarta posición.
El segundo harakiri afecta directamente al núcleo duro, que si bien en la primera fase resistirá sólo en la Gran Castilla, (La Vieja, la Nueva y la Novísima ); en la segunda fase, el regalo de la etiqueta progresista a Rivera, permitirá a este robarle la cartera entre las capas moderadas urbanas de la «ancha Castilla», donde la apelación al patriotismo español siempre favorecerá las posiciones de centroderecha populista, en detrimento de una izquierda desteñida y con imagen caducada ante los ojos de los jóvenes.
Se tiene que hacer un poco de historia para entender la orfandad de la población demócrata radical en España. El PSOE tiene tres momentos: el primero cuando Felipe y Guerra decapitan a la dirección del exilio con la bandera de la modernidad, en una operación -que se ha sabido después- que estaba combinada con los servicios secretos del franquismo comandados por Carrero Blanco.
El segundo episodio es la participación de miembros del PSOE en la conjura para desgastar a Suárez y avalar un golpe de timón que derivó en el golpe de Estado del 23 F. La mayoría absoluta que obtuvo al 82 no era un mandato para ejecutar las cláusulas secretas de los cómplices del golpe, sino para rematar el proceso de democratización que se había querído abortar; democratización de los cuerpos de seguridad, la justicia, el ejército, y el poder territorial para apuntar a la federalización.
En cambio hubo una gran traición al electorado sólo compensada por algunos adelantos en el Estado del bienestar: escuela y sanidad. O sea, pan por libertades.
El tercer momento fue, contra toda previsión, la llegada en el Gobierno de ZP. Gracias al factor catalán. El Tripartito Catalán por el Cambio era una propuesta de ruptura con el régimen de la Transición (pujolismo y, de hecho, felipismo), porque en Cataluña, siempre un termómetro y laboratorio avanzado de la península, se veía como la única forma de superar las limitaciones de la Transición y la deriva autoritaria que estaba en manos de Aznar; a la vez que se ofrecía una propuesta de ensamblaje sincera a las naciones como Cataluña y Euskadi. Y derivó en una desautorización rotunda de ETA, con más impacto social que las reiteradas condenas a la violencia.
Aznar vio el peligro y atacó como un toro al tripartito, ayudado tanto por el discurso federalista asimétrico de Maragall, como por el incidente de Perpiñán. Por ello, cuando aquello de Atocha, el sectarismo pasado de vueltas del PP, quiso endosar a ETA el atentado y por extensión, cayendo en delitos de calumnia, a todos quienes consideraba cómplices: ERC, PSC y PSOE.
Fue un boomerang. Y el revolcón del PP fue histórico. Y hubo gobierno de Zapatero, porque los 8 diputados independentistas de ERC lo garantizaron.
Tomemos ahora un respiro. La Esquerra Republicana de Tardà, que ahora Sánchez ignora, ya era la de Tardà cuando le dio al PSOE dos presidentes de la Generalitat y uno de España.
Recordamos, sin embargo, que los mismos barones socialistas conectados con el falangismo, que dieron el golpe interno al exilio y prepararon el 23 F, también estuvieron amenazando a Maragall hasta el último momento para que no hiciera el tripartito y pactara con Pujol. Era mejor un corrupto controlable, por la supervivencia del régimen. ERC y Maragall impidieron este tercer golpe de los barones. Y por eso, qué paradojas, ZP llegó a la Moncloa.
Después vino un bienio progresista (en España, como mucho, sólo hay bienios de este signo) que acabó cuando el partido autodenominado federal movió cielo y tierra para boicotear el estatuto federal que había salido de Cataluña.
Llegaron enmiendas inmediatas, el acuerdo vergonzoso con Mas a espaldas del Parlamento y del Gobierno de Cataluña, el cepillo parlamentario de Guerra y finalmente el bloqueo del Tribunal Constitucional, donde ZP dejó pudrir una situación con mayoría conservadora y sin cambiar la ley que permitía al TC inmiscuirse en leyes que habían pasado todos los filtros: Parlament, Congreso, Senado y referéndum. «De aquellos polvos esos lodos».
Mi sentimiento, señor Sánchez, se mueve entre la pena y la rabia, y lo digo como persona de izquierdas y como responsable de la ponencia de Esquerra Republicana donde se hizo una apuesta federal en el Congreso de Lleida (2004). Lástima, las clases populares españolas habrán perdido el principal motor de cambio que siempre ha sido Cataluña, debido a las reiteradas traiciones del PSOE.