A modo de resumen

Si he escuchado bien y mis datos no están equivocados, este país debe al exterior en torno a un billón y medio de euros, sumando las cifras del Estado, las empresas y las familias. Si restamos el medio billón que aproximadamente nos deben a nosotros, nuestro balance refleja un saldo negativo de un billón, o sea 166 billones de las antiguas pesetas. Esta es la fotografía a grosso modo que retrata nuestra situación financiera. Y ese dinero, queridos compatriotas, hay que devolverlo, salvo que decidamos quemar en la hoguera el poco prestigio que nos queda y presentar como país un gigantesco concurso de acreedores, cuyas consecuencias cuesta imaginar.

Por tanto, como esa brutal cantidad de dinero hay que pagarla, más vale que nos pongamos todos de una vez manos a la obra, que nos dejemos de tácticas dilatorias que sólo persiguen evadirnos temporalmente de la cruda realidad y asumamos que hay que hacer y habrá que seguir haciendo durante bastantes años muy duros sacrificios. Es verdad que a muchas personas esa asunción colectiva de responsabilidades les parecerá injusta y tal vez en algunos casos tengan razón, pero esta no es la cuestión más urgente en estos momentos, aunque sea importante.

El primer paso, evidentemente, es cumplir nuestros objetivos de déficit público. Hay que llegar a ese 5,3% de final de año a costa de lo que sea, salvo que queramos arriesgarnos a males mayores. Con ese dato grabado en nuestras mentes, todas las administraciones publicas, las empresas y las familias han de poner en marcha políticas que nos permitan alcanzar la cota de ahorro requerida y presentarnos al examen de Bruselas y los inversores, acreedores nuestros ya o no, con los deberes bien hechos.

Para ahorrar tenemos que ingresar más y gastar menos. Todas las medidas que vayan en esa dirección deben ser tenidas en cuenta. Lo tienen que hacer así, insisto, todos los niveles del Estado, las empresas y por supuesto las familias. Evidentemente, la responsabilidad de los políticos que son los encargados de elaborar las medidas fiscales y de otro tipo es muy superior a las de empresas y familias, pero no las exime.

Debemos, pues, prepararnos para subidas de impuestos que generen ingresos para las arcas estatales, autonómicas y municipales. Hay que pagar más y dejémonos ya de discusiones sobre si dichas medidas estaban o no en los diferentes programas electorales. Hoy ese debate es estéril, además de contraproducente. Hay margen. Aún estamos lejos de determinadas medias europeas. Y hay que gastar menos, mucho menos, y aquí es inevitable una profunda revisión y consecuente adelgazamiento de la múltiple estructura administrativa que nos rige hoy.

Por supuesto que esas medidas serán discutibles según los afectados. Deben serlo y deberían provocar los oportunos e intensos debates en las cámaras que corresponda. Pero aquello que no vaya en la dirección de conseguir reducir lo antes posible la monumental bola de nieve que nos amenaza es un brindis al sol y a prolongar más nuestra agonía. Algunos podríamos pensar que algunas de las decisiones adoptadas últimamente son erróneas, o injustas, pero si van en la línea de reducir el déficit sus efectos serán más fácilmente corregibles en un futuro próximo que el de permitir que el niño se acerque cada vez más a ese precipicio anunciado.