A mí que me registren, que llevo de todo
Leo en pocos meses cuatro noticias que me revelan el poder que aparentemente tienen los hackers sobre nuestras vidas.
La primera comenta que el primer coche autónomo y pilotado a distancia desde internet, ha sido hackeado por dos ciberdelincuentes, que pueden así hacerse con el control del vehículo y llevárselo para su garaje. O enviarlo derecho a un contenedor del puerto que lo cargará en un barco coreano, que a su vez lo descargará en los Emirados Árabes; digo esto por suponer un fin económico al hackeo.
Otra noticia explica que un grupo de hackers ciberactivistas se han hecho con los datos de 37 millones de usuarios de Ashley Madison, la aplicación para ponerle los cuernos a tu pareja, y amenazan con ventilar en Facebook y Twitter nombres, apellidos, aventuras y fantasías sexuales de todos y cada una y uno de estos usuarios, a no ser que la popular plataforma de infieles sexuales eche el cierre. Será un grupo ciberactivista ultracatólico imagino, de esos que piden playas segregadas por sexos.
Una tercera noticia habla de que el Ministerio del Interior, a través del CSID, se puso en contacto con la banda criminal –reciclada con el eufemismo de «empresa de seguridad al servicio de gobiernos»– The Hacking Team para comprarle diversos programas con los que espiar a los terroristas que puedan amenazar España, y seguramente también al resto de la población. Por si acaso. Al menos esto es lo que hacen la mayoría de gobiernos del primer mundo: nos espían a todos con brocha gorda y luego van afinando por nivel de peligrosidad de cada persona.
La cuarta comenta que un virus que supuestamente lleva años circulando por la red, ha accedido a casi todos los ordenadores que alguna vez han sido utilizados para ver porno en línea y tiene los datos de los usuarios de los mismos. La noticia tiene suficiente potencial como para desatar el pánico en la mitad masculina de la población mundial con acceso a internet; ya saben el chiste: «Qué hacen los hombres después de tener un orgasmo? Limpiar el historial del navegador«.
Sin embargo, parece que ninguna de estas noticias nos ha alterado demasiado. ¿Que el coche del futuro podría traicionarnos mientras adelantamos en la AP-7 a 140 km por hora? ¿Que nuestro marido o mujer podría enterarse de nuestra activa vida sexual en la sombra? ¿Que el señor Fernández Díaz nos espía más que un agente de la Stasi pasado de anfetaminas? ¿Que el mundo entero sabrá que soy un guarro vicioso? No sabemos si es que nos hemos vuelto pasotas impotentes ante la pericia de los hackers, o bien es que nos importa un bledo que sepan nuestros secretos.
Al fin y al cabo, ¿alguien va a dejar de usar las plataformas para ligar por miedo a estropear su matrimonio? Si usa estos servicios es precisamente porque su matrimonio ya lleva una buena temporada estropeado. Tampoco dejaremos de hablar por el móvil porque el CSID pueda enterarse de lo que pensamos, entre otras cosas porque la telefonía móvil es un gran invento que no puede malograr un ministro que cree que la Virgen de Fátima tumbó el muro de Berlín.
Y lo mismo sucede con el coche; no nos pasaremos de nuevo al Seat 132 por miedo a un par de pirados. Y tampoco dejaremos de ver porno, faltaría más. ¡Con lo que ha costado implantar la revolución sexual en este país! No, las amenazas a un estilo de vida que la tecnología ha mejorado, y mejora cada día, sensiblemente no pueden hacernos retroceder hacia el silencio, el miedo, la introspección o la castidad.
Si una cosa ha dejado clara internet es que la intimidad es hoy un valor a la baja a medida que nos vamos dando cuenta que los demás, nuestros contactos en las redes sociales, son tan débiles y tan auténticos en sus pasiones como nosotros.
Nos volvemos transparentes. La globalización, entendida como una sola forma de sentir como seres humanos, se ha acelerado gracias a la era digital y es ahora imparable; ninguna amenaza de un Gobierno, de una banda criminal o de un grupo terrorista debe tener el poder de detenerla. Nos va en ello el futuro.