A Mas se le están agotando las salidas, salvo la de la dimisión

El presidente de la Generalitat me trae a la cabeza la imagen de ese caballo que en plena carrera pierde a su jinete y cabalga sólo junto a los demás, sabiendo que su victoria es altamente improbable y que debe limitarse a seguir al resto de caballos competidores, a veces entorpeciéndoles incluso, hasta que el cansancio le derrota o como mucho hasta su entrada en la meta pero en posiciones secundarias.

Suspendida cautelarmente la consulta por el Tribunal Constitucional, nadie sabe a ciencia cierta cuál es ahora el objetivo real del dirigente nacionalista. ¿Mejorar simplemente su posición negociadora? ¿Llegar a proclamar la independencia apoyado en la movilización popular y en la discutible legitimidad emanada del parlamento autonómico? Difícil saberlo y menos a raíz de sus propias declaraciones. Si no quiere hacer nada ilegal ni el ridículo, ¿cuál es la alternativa si el Constitucional confirma la suspensión?

Lo peor de todo ello es que todos estos interrogantes, y unos cuantos más, se enmascaran bajo la peregrina tesis (sostenida en público por Jordi Turull, por ejemplo) de que ante la hostilidad del Gobierno central no conviene dar más pistas sobre el futuro. Pero… ¿y a la ciudadanía en nombre de la cual se dice estar actuando? ¿No resulta contradictoria esa proclamación urbi et orbe del derecho a decidir con la manera en que se escatima una información tan relevante?

A los ciudadanos, especialmente a los catalanes, no se les puede esconder la hoja de ruta, si es que ésta existe. Tienen derecho a saber, sobre todo en estos momentos tan complicados, hacia dónde va su gobierno, si va al enfrentamiento sin matices con el gobierno central, cueste lo que cueste, como sugiere esa reunión de alcaldes gritando independencia en la propia Generalitat; si va a moverse en el terreno de la legalidad y ante cualquier choque se someterán a las instituciones árbitro realmente existentes; si ante la imposibilidad de la consulta, vamos a elecciones anticipadas…

Pero el caballo ha perdido al jinete y todo indica que va sin rumbo siguiendo lo que otros le marcan o improvisando cuando se desorienta. Resulta difícil entender que un presidente de la Generalitat que lidera la mayoría que lo ha elegido para tan honorable cargo admita sin más que Carme Forcadell, por muy presidenta de la ANC que sea, le marque en titulares el camino como cuando afirmó que el mantenimiento o no de la convocatoria lo decidirían todos y no solo Mas.

Y, sin embargo, Mas es presidente de la Generalitat de Cataluña para gobernar la administración autonómica y no para actuar de moderador de una asamblea de partidos. Si por las razones que sea ha perdido esa capacidad de fijar el rumbo y generar alianzas en torno a su proyecto debería dimitir, ceder el testigo a otro dirigente que se sienta capacitado para proponer un programa realizable y creíble en el que embarcar a la sociedad catalana. Mas no parece hoy con posibilidades de representar ese papel.

Al contrario. Sin credibilidad en Madrid para torcer algo a su favor las cosas, salvo para aquellos que le consideran un mal menor ante el ascenso de ERC; con su propuesta política, CiU, en mínimos históricos –la última encuesta del CEO le otorga un pírrico 13% de intención de voto–; sin otros aliados que su principal competidor, ERC, una Iniciativa dividida y los radicales de las CUP; sin una estrategia clara y realista ante la posible suspensión de la consulta… Mas está apurando sus últimas bazas.