A la calle contra sí mismo
En Unidas Podemos han ideado, o eso creen, una nueva modalidad de manifestación: salir a la calle contra el Gobierno
Cuando ya creíamos que en política lo teníamos todo visto y habíamos agotado la capacidad de asombro, resulta que los portentos que dirigen los partidos se disponen a traspasar los límites de su propia imaginación.
Hasta el presente, las manifestaciones han tenido siempre un sentido reivindicativo ante un poder que se resiste a cumplimentar los deseos de los manifestantes. Aunque en la mayoría de los casos no se consigue el resultado deseado, sí que se deja por lo menos constancia del malestar, la protesta o incluso la indignación popular
Pues bien, en Unidas Podemos han ideado, o eso creen, una nueva modalidad de manifestación callejera, que se disponen a poner en práctica a partir del inminente inicio del nuevo curso político.
Se trata nada más y nada menos que de salir a la calle contra el Gobierno. ¿Normal? No tanto cuando los organizadores de las protestas forman parte del Gobierno. La excusa, que no llega a pseudo razonamiento, es que las movilizaciones ayudan a los ministros reforzar sus posiciones en la mesa del Consejo.
De este modo, barruntan, si el PSOE echa el cerrojo pongamos por caso a la creación de una eléctrica pública, se lo pensará dos veces antes de quedar en evidencia por incumplir algo que, además de haber pactado, es de extrema necesidad dado el desorbitado precio veraniego de la luz.
La vicepresidenta Yolanda Díaz, que ocupa la plaza del finiquitado, por díscolo, Pablo Iglesias, con el compromiso de no poner zancadillas a Pedro Sánchez, reclama la inmediata intervención gubernamental del mercado eléctrico. Postureo. Postureo sin consecuencias a fin de quedar bien con la amalgama de Podemos.
¿Qué va a ocurrir si el PSOE sigue prefiriendo la amistad con los señores del IBEX a incluir España en la lista de países, verbigracia Francia y Alemania, cuyos ciudadanos disfrutan de las ventajas de disponer de unas tales compañías públicas o semipúblicas?
Pues nada. La alternativa consiste en romper la coalición y provocar elecciones, pero eso conlleva el doble inconveniente de quedar fuera tras las subsiguientes elecciones. Y tal vez, tal vez, haber facilitado la llegada al poder del coco Vox encaramado a la joroba del malvado PP.
En otras latitudes, un poco más al norte o ya en el otro hemisferio, con mayor tradición y cultura de coalición, los socios minoritarios distinguen entre condiciones y requisitos negociables y líneas rojas que, de atravesarse por parte del mayoritario, provocan el inexorable fin del Gobierno.
Aquí no. Aquí la única prioridad es no perder votos, o perder lo mínimo y si puede ser sacar algún rédito positivo, no de la acción política sino de los mensajes lanzados al propio electorado, aunque no tengan relación alguna con la praxis política de un gobierno del que Podemos es corresponsable de lleno.
Lo malo para la política es que el dislate puede salir bien o medio bien. De manera que en un país tan miserablemente hundido en el ranking europeo y mundial de patentes, bien podrían los dirigentes de Podemos que han propuesto salir a la calle contra si mismos acudir a la oficina correspondiente a patentar el invento.
No lo harán, no porque estén avergonzados de caer aún más bajo en los niveles de coherencia de lo que está el país en investigación sino porque el invento no es suyo. Se lo han copiado, a hurtadillas, de Junts per Cat.
Tras la pérdida de la presidencia de la Generalitat, JxCat encontró el modo de sobrevivir en expectativas al convertirse en socio paritario del Govern y al mismo tiempo en oposición que no cesa de denunciar al propio Govern por ‘procesista’, neoautonomista, vasallo y dialogante de la nada.
Da igual que hayan firmado el plazo de dos años hasta ver los resultados. Si por ellos fuera y ante su palmaria inutilidad, la mesa de diálogo ya podría darse por fracasada, muerta, podría y soterrada. Postureo.
Por ejemplo un tuit de Laura Borràs, citando a un poeta: “Hay que recuperar la utopía de no dejar que las cosas sean como son y continuar luchando para que sean como deben ser”. Independentismo etéreo, sibilino y tan sigiloso que ni un murciélago percibiría el movimiento de sus pasos.
La idea de JxCat consiste en disfrutar de las prebendas del poder autonómico y al mismo tiempo captar la simpatía, y a poder ser el voto, de la fracción del independentismo que anda mucho más irritada contra sus congéneres claudicantes que contra el estado llamado extractor, opresor y todo lo que cuelga.
Se acerca el 11-S. Las movilizaciones serán mínimas pero no insignificantes. El blanco contra el que disparar va a ser el Govern Aragonès. Las flechas más envenenadas saldrán de Jxcat mientras quienes las disparan saborean las mieles de un futurible si bien alejado triunfo, no de la independencia, claro, sino en las elecciones autonómicas.