El asunto central de las elecciones del 20-D es el que es, pero la precampaña y la campaña agitan cuestiones colaterales también importantes. Una de ellas, de particular interés para Galicia, afecta al papel del actual presidente de la Xunta, Alberto Feijóo, en el seno de su propio partido y en el futuro más inmediato.
El debate pareció cerrarse, al menos provisionalmente, con la exclusión de Feijóo en las listas de candidatos al Congreso. Habría sido un paso estratégico para dar el salto definitivo a la política española. Ese salto que lleva años trabajándose y al que el político ourensano no ha dejado de aspirar nunca. Implicaba dejar la Xunta y, por tanto, renunciar definitivamente a ser de nuevo candidato en las elecciones gallegas de 2016. Era el momento de estar en Madrid, como diputado en el Congreso, para una posible operación de relevo de Rajoy en cuanto la coyuntura política postelectoral lo requiriese.
El futuro político de Feijóo, y por tanto su candidatura o no a la presidencia de la Xunta, va a seguir vinculado al de Rajoy, tanto si éste vuelve a ser presidente como si no. Así, en el caso de que Rajoy lograse formar gobierno tras el 20-D nadie ha dicho que no siga abierta la opción de que Feijóo sea llamado a un ministerio. En enero o más adelante.
¿Y qué sucedería si Rajoy no es capaz de reunir la mayoría parlamentaria suficiente para formar gobierno? Descartada la mayoría absoluta, requerirá pactos con otras fuerzas. La que está más a mano es, sin duda, Ciudadanos, con quien, más allá de muchas apariencias y matices, el Partido Popular comparte identidad ideológica. ¿Y si Ciudadanos exige la renuncia de Rajoy? Las encuestas dicen que la mayoría de los votantes del partido de Rivera creen que esta condición sería exigible. Incluso la mitad de los votantes del PP la verían «razonable».
Según la Constitución, el candidato a la presidencia del Gobierno tras unas elecciones no tiene que ser obligatoriamente diputado. Llegados a este hipotético escenario (poco probable, desde luego), sería extraño, pero no imposible, que el PP tuviese que tirar de banquillo con un recambio ajeno a la propia Cámara.
Sería, sí, políticamente insólito, aunque legal y técnicamente posible que Feijóo y los amplios apoyos que tiene en el seno del PP jugasen sus cartas. Pero la campaña ha traído una modificación importante en el escenario interno de los populares: ha potenciado la figura de la vicepresidenta, Soraya Saénz de Santamaría. Ella ha sustituido al propio Rajoy en algún debate y hasta en los carteles que inundan el madrileño paseo de La Castellana. Otro habría sido el curso del duelo de este lunes si la contrincante de Sánchez hubiese sido Sáenz de Santamaría, en lugar del empanado presidente del Gobierno.
Pablo Iglesias ha hablado de la existencia de una operación política (inelegantemente bautizada como «operación menina«) para aupar a Soraya a la presidencia. Tal vez solo se trate de una maldad propia del fragor electoral, pero es muy cierto que tras la campaña, la figura de la vicepresidenta ha disparado su cotización en el mercado político de la derecha. Feijóo ha perdido una posición adelantada que hasta hace pocas semanas nadie discutía. Además, Sáenz de Santamaría es y será diputada.