A favor de la libertad de mercado
Siempre he defendido la auténtica libertad de mercado ante la ortodoxia izquierdista que la condena como fuente de todas las injusticias y malversaciones.
Mi etapa a favor de la economía centralizada y planificada fue propia de la juventud. No entiendo cómo se puede condenar aquello que genera el 90% del empleo de las pequeñas y microempresas, así como los profesionales autónomos que se la juegan de verdad en el libre mercado cada día. El motivo es que, si el servicio que dan o el producto que fabrican no gusta a los compradores o clientes, o no son capaces de hacerlo llegar a estos, se quedan sin trabajo.
No entiendo por qué se liquida con frases hechas el libre mercado donde se mueve la economía productiva privada que es la que engorda las cajas de la Administración para que después se puedan aplicar políticas redistributivas y que, entre otras cosas, algunos de los funcionarios que lo atacan, puedan cobrar a final de mes. Por estos argumentos he sido tachado muchas veces de neoliberal peligroso y cómplice del peor de los capitalismos.
Creo que puedo denunciar aquellos sectores que hacen bandera del libre mercado, pero que en realidad defienden la impunidad de la actuación de los grandes poderes económicos sobre los centros de poder político.
Recuerdo todavía una anécdota que me chocó hace unos años al ver un personaje que siempre ha viajado en coche oficial desde su etapa en el sindicato falangista SEU, Martín Villa, defendiendo con ardor el liberalismo en las Jornadas económicas de la entonces Caixa de Manresa.
Él que pasó de la política a la cúpula de una empresa como Endesa, que aconteció privada en régimen de casi monopolio donde continuó siendo dirigente. Un sector, el eléctrico, que como el resto con mercados casi cautivos reúnen los vicios del Estado y del capitalismo a la vez. Aquí es donde se practica la técnica de la puerta giratoria por la que un exministro pasa al Consejo de Administración de un banco o de una empresa, y a la inversa.
Los representantes de esta oligarquía –tan lejana al libre mercado– son los que tienen siempre un lugar de privilegio en las cúpulas de las grandes patronales. Y me pregunto qué intereses tendrán en común el capitalismo financiero y de servicios regulados o concesionarios públicos, y las grandes constructores de obras públicas, con la burguesía industrial o de servicios libres que se la juega, no ya en el mercado local, sino en e internacional. ¿Por qué es posible que haya una voz que los represente a la vez?
Estos sectores son los que habitualmente tienen en todo el mundo las tentaciones de obtener privilegios por la vía de la ley o del trato en los concursos a través de la circulación de sobres o maletas. Por eso la corrupción no es un problema sólo ético, es un problema de eficiencia económica.
Corruptores y corruptos son los principales enemigos del libre mercado, que por definición tiene que ser transparente y con reglas de juego, sino ya no es libre. Quien gana concursos y concesiones por haber mojado, no gana por ser el mejor y el más barato. Y el partido o político que cobra tendrá más ventajas electorales o personales que quién se mantiene honesto.
Entonces la mierda de la corrupción es un premio a la mediocridad y a la picaresca. Por eso, traigo días insistiendo en que quiero ver un clamor ciudadano y de las patronales de las pymes a favor de que se publique la lista de empresas corruptoras y que se pida públicamente su expulsión de las patronales.
Si no es así, por favor que no me venga nunca más ningún portavoz patronal abanderando el libre mercado. Será tan creíble como algunas instituciones deportivas que han permitido el dopaje y el soborno para pervertir la libre competición y aquello de que gane el mejor.