A controlar los medios

El intento de censura de PSOE y Podemos en las redes revela hasta qué punto los políticos creen que, a mayor control de la información, más poder efectivo

Recrudece la pandemia universal de los poderosos para controlar los medios. Naturalmente para controlarlos allí donde existe libertad de información y opinión, que no es en todo el mundo ni mucho menos. Las últimas muestras en negativo, en Cataluña. España. En positivo, cómo no, en los mismísimos Estados Unidos.

Llega a tal punto el sometimiento de los medios al poder político, que todo el mundo se sorprendió, durante el largo recuento de votos, que la Fox, la cadena amiga, se afanara a ser la que más pronto y con mayor calibre disparara contra las engañosas y desmadradas pretensiones victoriosas de Donald Trump.

Se sorprendió por estos pagos, pero no en los Estados Unidos, o en la mayor parte de países europeos. La diferencia sustancial entre el presidente showman y la cadena Fox no es tanto ideológica como de credibilidad. Trump puede mentir impunemente, un medio de comunicación no lo tiene tan fácil.

Luego está la etiqueta de perdedor que, por mucho que insistan los predicadores del volverse a levantar una y otra vez, como si fuera tan fácil y en general imposible, la Fox se negó a compartir con el amigo Donald. Trump ha excavado una trinchera que en parte es personal y en parte responde a los años largos de labor de zapa de los partidarios de la revolución ultraconservadora.

Más pronto que tarde, la personal se irá desdibujando, pero lo que ya existía perdurará en forma de batalla entre los duros y los moderados por el control de la agenda republicana. En esta batalla de fondo, casi secular, la Fox estará donde estaba. Pero los demás medios también.

Ello es así porque en los países de larga tradición liberal, los medios de comunicación parten de principios y convicciones sólidas, viven por sí mismos de sí mismos y para sí mismos, de manera que en ellos lo del cuarto poder es aproximadamente cierto.

El tamaño de un medio de comunicación no importa, sino que no precise inyecciones de dinero público

A diferencia de los políticos, con carta casi blanca entre votación y votación, y de los grandes capitanes de empresa, con seguro de permanencia, los medios deben someterse cada día, día a día, al veredicto de su público.

Por eso su independencia, sin la cual el poder se convierte como mucho en sombra de poder, depende en primera y última instancia de la capacidad de conexión entre una propuesta informativa, o sea interpretativa de la actualidad, y su público, a condición de que dicho público sea lo suficientemente amplio como para asegurar su viabilidad.

El requisito de la viabilidad, de la subsistencia a partir de los propios y legítimos ingresos, es pues imprescindible, y se convierte en la única vacuna contra la pandemia de los controladores políticos de medios.

El tamaño de un medio de comunicación no importa. Ya puede ser gigantesco o liliputiense, la cuestión es que no precise inyecciones de dinero público a cambio de someterse a los intereses de quien se lo suministra.

Tanto puede ser un gran medio como uno pequeño, tanto de derechas como de izquierdas. Lo importante para el libre albedrío de su trino es que el ruiseñor no dependa del alpiste gubernamental (o del de la oposición o de algunos bancos).

A más proporción de alpiste ajeno, menor independencia. Por ello, los medios públicos suelen disponer de mecanismos que impidan el manoseo político. Lo que ocurre en algunos países, entre ellos el nuestro, es que dichos mecanismos se inscriben en el reino del simulacro.

Es importante preservar a los pocos medios independientes, o sea que se vacunan financiándose por ellos mismos

Tanto la batalla en RTVE como la lucha por el control de TV3 revelan a las claras que los políticos no renuncian para nada a ejercer el poder sobre los medios a través de situar a personas afines en los respectivos consejos. Tal vez independientes y con criterio propio según las apariencias pero en el fondo, a la práctica, serviles a los respectivos partidos.

Lo de RTVE acabará como siempre, con un reparto de la influencia donde el Gobierno disfrute de la manga ancha y la oposición de alguna parcela secundaria. Lo de TV3 tiene aún más enjundia. Cuando pactaron el reparto proporcional al resultado, JxCat se quedó con la dirección de TV3 y la de informativos de la radio, mientras ERC se adjudicó la dirección de la radio y de los servicios informativos de la televisión.

El reparto amistoso llegaba hasta la designación de tertulianos. Todos felices. Disco solicitado tras disco solicitado. Pero la separación entre los fieles a Carles Puigdemont y los que siguen bajo la batuta de Artur Mas ha alterado el equilibrio.

Ahora la influencia en estos medios se reparte entre ERC y el Pdecat. Los de JxCat ponen el grito en el cielo porque se han quedado a dos velas, conscientes de que el exiliado deberá enfrentarse, no a quienes le pintan como a la encarnación del diablo, lo que favorece sus aspiraciones de repetir victoria; sino, algo mucho peor, al ninguneo de los medios de comunicación que consideraba propios.

Así, sometidos al virus del control y la financiación de los políticos, unos de manera descarada y otros de manera indirecta, a través de los bancos que se prestan al juego, se perpetúa y tal vez se agrava una de las carencias de la mayoría de medios en España. Por eso es tan importante preservar a los pocos independientes, o sea que se vacunan financiándose por ellos mismos.

El bochorno del intento de censura de la coalición PSOE-Podemos en las redes solamente revela hasta qué punto nuestros políticos siguen obsesionados en la creencia, nada liberal, por supuesto dañina además de errónea, según la cual a mayor control de la información más poder efectivo y durante más tiempo.

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