A Ana P. Botín no le tiembla el pulso, tiene arrestos

Cuando se produjo el fallecimiento del patriarca bancario español Emilio Botín hubo muchas voces que decían que no habría jamás un profesional financiero de su talla y calidad. Que le sustituyera su hija, una mujer, no era tampoco algo que a los mercados les acabara de convencer. Primero por la intrínseca condición machista del sector, pero también por algunos episodios de su gestión anterior en alguna filial que dieron que hablar más de lo habitual sobre el Banco Santander.

Al aterrizar la heredera en la presidencia del banco, algún que otro periodista y analista decidió fijarse en el balance que heredaba la afortunada banquera y recordaron de inmediato la necesidad de mejorar los fondos propios de la entidad para cumplir con mayor holgura los requerimientos que las nuevas autoridades bancarias iban a exigir a los bancos (la regulación de Basilea III, según el argot).

Las últimas decisiones adoptadas por Ana P. Botín, que recompuso al completo la cúpula del equipo directivo y ahora anuncia una macroampliación de capital de 7.500 millones de euros no son actuaciones tibias, ni mucho menos. Para redondear la actuación, el banco aprobará una reducción del dividendo de un 66%, algo que acostumbra a soliviantar a los accionistas y sobre la que algunos analistas ayer ya levantaban críticas considerables.

Si el éxito le acompaña en la operación, la presidenta de Banco Santander habrá demostrado que no son temblores de pulso lo que le acompañan en su recién estrenada etapa de gestión. Que no sólo tiene los arrestos necesarios para darle al banco mayor solvencia, sino que no piensa pasar a la historia de su propia familia como una profesional de inferior categoría que sus antecesores por el mero hecho de su condición femenina.