27S: no es sólo política, es patriotismo
El acuerdo entre ERC y CDC ha serenado la relación entre los dos partidos independentistas, pero lo cierto es que la confianza entre las dos formaciones sigue a prueba. Las discrepancias sobre cómo debe abordarse el llamado proceso no desaparecen en un santiamén por mucho que Artur Mas y Oriol Junqueras hayan podido acordar finalmente una fecha para celebrar las elecciones.
En política, quien intenta imponer la totalidad de su programa no es para nada un buen negociador. El acuerdo entre Mas y Junqueras es, en este sentido, resultado de la negociación, con la participación de la sociedad civil como mediadora entre políticos, lo que es algo bastante inédito en la política occidental. Quienes lo critican, entre los que destaca el socialista Miquel Iceta, deberían repasar, por ejemplo, las conclusiones del fracasado Fórum de las Culturas 2004, el compromiso de Barcelona, que el PSC defendió por tierra, mar y aire y que Iceta tiene colgadas en su blog, y en las que se insistía en la necesidad de fomentar «la participación para que la sociedad civil se integre en los procesos de decisión y gobierno».
La participación de la sociedad civil catalana en el proceso soberanista catalán es la verdadera democratización de la política catalana y no esas declaraciones altisonantes que después nadie cumple. Que Carme Forcadell, Muriel Casals y Josep Maria Vila d’Abadal participasen en las negociaciones sobre el futuro del país no es en absoluto una mala noticia. Tiene el mismo sentido que para los socialistas tienen las primarias con las que elegir candidatos y, para la gente de Podemos, los consejos ciudadanos. Al fin y al cabo, la sociedad civil se convierte así, expuesto resumidamente, en el ámbito de intersección entre lo público y lo privado y lo social y lo estatal (entendido, en este caso, como la esfera de lo político).
Es verdad que eso que llamamos sociedad civil se ha convertido, como nos dice Fernando Vallespín, en un «valor refugio» en un momento de clara crisis de identidad de la política democrática. Pero aún siendo así, que los ciudadanos se sientan doblemente representados en la toma de decisiones no es malo. Al contrario. Los contactos de los partidos soberanistas con las entidades sociales para elaborar el documento de trabajo, la famosa hoja de ruta, es una buena noticia, porque asegura el consenso en la toma de decisiones y garantiza la difusión posterior entre los ciudadanos. Se convierten en parte del acuerdo sin ser los protagonistas.
El objetivo de CDC, de ERC y de las entidades cívicas, es la independencia y para ello es necesario obtener el consenso antes de la presentación pública de cualquier propuesta y así poder arrancar un contador de ocho meses bajo la supervisión de una comisión de seguimiento. La dialéctica Estado-sociedad civil, que es lo que ha predominado en los últimos tiempos, aquí se convierte en la dualidad partidos-entidades sociales, en la que éstas se convierten en mediadoras. Vista la desconfianza entre los partidos soberanistas, no está de más que asuman ese papel mediador.
El proceso soberanista catalán es casi un experimento. Por primera vez en la historia del catalanismo, los moderados pretenden subvertir el statu quo —lo que paradójicamente incluso pone en tela de juicio la presunta radicalidad de los antisistema españoles, que son por definición jacobinos—, sin que por ello se inclinen por la insurrección. Esta novedad debe ser tenida en cuenta para entender las dificultades que aparecen a la vuelta de cada recodo. Para ERC y la CUP resulta más fácil apretar el acelerador que para CDC, y ya no digamos para UDC, cuyo independentismo ha ido aflorando a golpe de fracasos en su empeño de negociar con el Estado una solución satisfactoria. Cuando Mas proclama con contundencia que el Estado y la instituciones españolas han fracasado en Cataluña porque no le ofrecen ninguna otra salida que tomar un atajo —el de las elecciones plebiscitarias— para que el pueblo de Cataluña pueda decidir su futuro, está manifestando eso.
Ese sentido de la moderación del presidente Mas, y por extensión de CDC, se ha traducido en ese ir quemando etapas a medida de que las alternativas planteadas recibían el rechazo frontal del Estado. Ese proceder «etapista», que para unos —CDC— es seguridad, para otros —ERC y la CUP— es pura cobardía o bien, pero eso sólo lo «escupen» en público los sectores más extremistas, falta de convicción. Los energúmenos, no obstante, contaminan el ambiente y lo que es curioso es que encuentren en los unionistas a sus mejores aliados. Y es que los dos extremos destacan la supuesta hipocresía de Mas y los convergentes, a los que consideran neófitos en la defensa del independentismo. A UDC ni se le tiene en cuenta porque Duran i Lleida se ha situado desde el principio en el campo unionista.
El acuerdo alcanzado el pasado miércoles no es el ideal pero es el posible en estos momentos. El partidismo genera confrontación porque por definición los partidos quieren alcanzar el poder. Ningún partido se presenta a unos comicios electorales con el objetivo de perderlos. Todo el mundo quiere ganar. Lo raro es que los partidos soberanistas aún no se hayan dado cuenta de que en los denominados procesos de state-building, que es lo que ahora les ocupa, son necesarias grandes dosis de patriotismo, ese sentimiento de lealtad nacional compartida por los ciudadanos y que es previo a la constitución de todos los Estados modernos desde la revolución americana de 1776. El Estado debería ser de todos y para todos. En eso consiste el patriotismo integrador en las sociedades complejas. El proyecto, las políticas públicas a desarrollar, son, en cambio, opinables y forman parte de la legítima y necesaria confrontación ideológica. Sin ese pluralismo, la nación compartida tampoco existiría.
En resumidas cuentas, el acuerdo entre CDC y ERC no va a resolver las discrepancias de fondo sobre cómo llegar a la proclamación del Estado catalán, pero, por lo menos, permite una tregua. Que el alto el fuego sea más o menos largo va a depender de que los partidos disimulen un poco esa cara de perro que se les pone cuando avistan el sueño dorado del poder y cumplan con lo pactado, y de que la sociedad civil soberanista siga creciendo. Lo demás, incluidas las siempre inoportunas declaraciones del líder de UDC, es un ruido de fondo que no podremos ahorrarnos de ninguna manera.