27 de septiembre

Finalmente ha habido fumata blanca. Por el camino las dos fuerzas que potencialmente pueden liderar las alternancias en Cataluña han sufrido una cierta erosión por el espectáculo dado. Pero incluso, siendo moderados, nadie puede negar que lo que encarna CiU, y lo que representa y representará ERC por otro lado, son determinantes para configurar mayorías estables y homogéneas. Por tanto, el sueño frentista de Camacho y Rivera de agrupar todo el antisobiranisme en una opción de gobierno, no podrá ser y, como decía aquel gracioso, es, en cuatro palabras, im-po-si-ble.

Se ha querido presentar interesadamente o beatíficamente, desde el populismo antipartidista, el tira y afloja de estos dos meses como una lucha de gallos, de egos o de tacticismo. Y francamente, el campo de juego elegido por Mas, secundado por la dirección de la ANC, de priorizar la formación de una lista al debate sobre el contenido del programa ha propiciado este pequeño desorden. Ahora, pasamos de pantalla. Pero lo que estaba y está en discusión son los obstáculos que hay que superar para acertar en el orden y el calendario del desafío soberanista y, cómo hacerlo para no perder base electoral ni por cada partido ni en conjunto, sino ganarla.

En estos momentos, el calendario ya se había retrasado lo suficiente como para hacer que unas elecciones inmediatas sólo fueran fuente de inseguridad, así como tampoco garantizaban la pureza plebiscitaria tan reclamada por Mas. Guste o no, la agenda de cambio de régimen y, en algunos casos, de cambio de sistema, se ha incorporado al debate político. Y si hasta hace menos de un año era patrimonio de la izquierda y la acción popular soberanista, ahora ha traspasado los Monegros e impregna el calendario de todo el Estado.

En estas circunstancias, está claro que habrá que abrir un nuevo frente de competencia legítima y sana con los que proponen, por enésima vez, intentar reformar el Estado como solución mágica a los problemas democráticos, sociales y, incluso nacionales. Es un dejà vuPablo Iglesias no deja de ser una réplica del Felipe y Alfonso de finales de los 70, abanderando «los descamisados».

En este marco, hay que decir que el acuerdo de Palau ha significado un triunfo del ritmo lento propugnado por Mas, para permitirle rehacer el partido y no perder los sectores más miedosos de su base electoral. Pero también, el triunfo del modelo Junqueras de listas separadas, capaces de presentar un perfil ideológico nítido, que en el caso de Esquerra será de socialdemocracia rupturista, en batalla ideológica frente a las izquierdas revolucionarias, que quieren más que pueden. Sentiremos reiteradamente retar a los seguidores de la Syriza hispánica a que expliquen cómo cambiar profundamente un régimen corrupto y, más aún, un sistema económico con profundos cimientos oligárquicos sin deconstruir el principal fabricante de oligarquía, que es el mismo Estado

Anímense, pues, que viene un año emocionante para la política. La política en mayúsculas que deberá abordar grandes debates sobre modelo democrático, social y nacional, y al mismo tiempo, dar pistas sobre cómo solucionar las urgencias de los millones de parados, de los jóvenes en el exilio, del empobrecimiento residencial y energético. Y un reto para todos: no se peleen sobre cómo se repartirá el pastel; expliquen si la tarta puede crecer y si lo puede hacer de la manera que lo ha hecho hasta ahora. Y cómo se explican que en España los índices de Gini (reparto de la riqueza según la pirámide social) no hayan variado en casi 30 años en lugares como Extremadura o Andalucía, a pesar de su superávit fiscal.

Macedonia

Las palabras contaminan los análisis. Y decir que Rajoy y el PP son inmovilistas es falsear la realidad. Llevan cuatro años moviéndose hacia atrás, liquidando los aspectos más democráticos, sociales y plurinacionales del Estado de las autonomías pactado en 1978. Es un golpe de Estado encubierto. Como muestra, la última noticia de la semana: el inefable Fernández Díaz aprovecha la nueva ley de seguridad para tomar el mando de Mossos y Ertzaina, con la excusa de la emergencia. Es lo del Pisuerga que pasa por Valladolid; lo hacen los mismos de la ley mordaza, que se manifiestan bajo el lema Je suis Charlie.