26-M: vista a la izquierda y al sosiego
De confirmarse los pronósticos y las tendencias de fondo, la península Ibérica se habrá convertido en bastión del socialismo, aliado con su izquierda
Domingo, triple cita electoral para gran parte de españoles, ración sólo doble en las comunidades con calendario propio de comicios. Que van a ganar el PSOE y las izquierdas parece algo seguro. Estas elecciones se producen a rebufo de las generales, sin tiempo para grandes cambios.
El efecto Pedro Sánchez se va a notar, sin duda. Ante todo en las europeas, que el PSOE ganará con comodidad. En lo que sirvan de reválida de la última, reciente y brillante victoria, van a reforzar al presidente, que encarará un mandato no cómodo pero sí bastante menos agitado que el primero.
Salvo imprevistos, las grandes ciudades van seguir gobernadas por la izquierda o por los nacionalismos
Después del 26-M transitaremos por un largo período sin elecciones. Todo el pescado estará vendido. Salvo imprevistos, ingresaremos en un período de notable estabilidad, por lo menos en comparación con los encrespados últimos tiempos.
Este es el triple o cuádruple mandato de tantas urnas acumuladas en tan poco tiempo: descanso de crispación, tranquilidad, pequeñas reformas, menos política, más sosiego.
No va a ser fácil que los políticos sigan los dictados de la ciudadanía porque en su naturaleza están el forcejeo y el rifirrafe constante. Tampoco los medios capitalinos van a descansar de su agresividad y su permanente acidez estomacal, pero las mayorías son tozudas -también los votantes-.
De perder la capital por partida doble, la derecha española se convertirá en residual
Los cántaros no se rompen si no van a la fuente día sí día también. Tanto si lo desean como si no, no esperen que vayan a menudo en los próximos tiempos.
Salvo imprevistos, las grandes ciudades van seguir gobernadas por la izquierda o por los nacionalismos, también de izquierda salvo en Bilbao. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla… La mayoritariamente de derechas es la España despoblada, no industrial, la más dependiente de recursos ajenos.
De confirmarse los pronósticos y las tendencias de fondo, la península Ibérica se habrá convertido en bastión del socialismo, aliado con su izquierda. Mientras en más de media Europa la socialdemocracia boquea como pez fuera del agua o está en manos del centroderecha, España y Portugal resisten (dejemos a un lado el caso a aparte de Grecia).
Con un poco de suerte, la derecha podría retener la comunidad de Madrid. Al parecer, incluso peligra el último gran feudo del PP. De perder la capital por partida doble, la derecha española se convertirá en residual, lacerada, frustrada, impotente, refugiada en el gobierno andaluz, en alguna comunidad de menor cuantía, en una oposición poco constructiva, y por si fuera poco dividida, más dedicada a pelearse que trabajar para ganarse de nuevo la confianza del electorado.
Lejos de ser el prólogo de un período de escora hacia la derecha dura y cerrada, lo de Andalucía fue un aviso que ha provocado una reacción contraria, de rechazo.
Tal vez si Susana Díaz no hubiera cometido el mayor error de su ambiciosa, desmesurada y poco fiable trayectoria política, la abstención y el cansancio hubieran propiciado una mayoría de la triple derecha en las generales. Pero lo de Andalucía fue un aviso. Cundió la alarma y el equilibrista Pedro Sánchez se alzó con el voto de la moderación.
Un voto que volverá a ser mayoritario, pero propiciará un período con más capacidad de gestión que de proyecto y transformación. A pesar de las múltiples derrotas sufridas, la derecha infunde miedo y paraliza, por más que se encuentre en horas bajas y maniatada por las urnas, cuando la derecha patalea, la izquierda tiembla.
Los pases de pelota entre Marchena y Batet ejemplifican una vez más el temor del PSOE a tomar un rumbo propio y diferenciado. Cualquiera se atreve a contradecir al triplete Marchena–Casado–Rivera. Desde el golpe de estado del 23-F el secreto de la democracia española es que la izquierda siempre acaba cediendo. Tal vez por eso volverá a ganar el domingo.
Una cosa es embridar, soslayar a la derecha o incluso, si se descuida, burlarla. Otra muy distinta es desafiarla, y tanto los socialistas como sus aliados, por no hablar de los independentistas moderados -mira por donde mayoritarios de repente- o el voraz PNV de Urkullu convertido en espejo de virtudes, se guardan muy mucho de enfrentarse al minotauro.
El verdadero Pedro Sánchez
Mejor la calma –relativa— que la tempestad. Sin embargo, no hay que llamarse a engaño. Si “en tiempos de desolación no hacer mudanza”, en tiempos de sosiego sí hay que hacerla. Lo correcto sería aprovechar la temporada de sosiego para preparase ante futuros y muy probables zarandeos. Es de temer que no sea así.
Cuando Sánchez anuncia que pretende gobernar en solitario está proclamando una verdadera declaración de intenciones: su ambición consiste en mantenerse en el poder, no en revelarse como estadista capaz de afrontar de cara los principales problemas sociales, económicos y territoriales.
Ir cosechando apoyos aquí y allá, o sea funambuleando, es el más claro indicio de la ausencia de proyecto. No hay programa aplicable sin pacto previo y mayoría estable. A no ser que llamemos programa al consabido lema del tullido ante el peligro: “¡Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy!”
Pues eso, el domingo a votar, a esperar que llueva café con azucarillos, a rezar para que Europa aguante y la caprichosa diosa llamada historia, no histeria, para que los tiempos de zozobra tarden en volver.