La claridad que nada aclara

Diminutos cambios en este sainete repetitivo. Pero qué le vamos a hacer. Hay elecciones y algo tienen que hacer de cara a la galería

El independentismo catalán no se formula sobre la claridad de nada, sino sobre la emoción. Solo los detalles emocionales, que pueden llegar a tener una fuerza atronadora, fueron capaces de movilizar a miles de personas en aquella jornada del 1 de octubre. Los que se sumaron sin ser ‘indepes’ también lo hicieron desde las descorazonadoras imágenes que se vieron por la tele.


Los movimientos independentistas siempre se han movido en atajos fáciles, pero no reales. Las intentonas de independencia no son comparables a ninguno de los ejemplos que se acostumbran a poner. Ni Escocia, ni Quebec, ni Kosovo. Los tres son productos de otros hechos, no los relatados por el separatismo catalán.

Su unilateralidad, tan utilizada por algunos dirigentes independentistas, da bastante miedo


Sobre Kosovo, el gran apunte normalmente omitido, es que su independencia fue en un territorio con un conflicto bélico muy cruento que recibía el amparo de EEUU. Estaban en guerra y esta era racial, con un territorio de etnia albanesa muy importante. Su unilateralidad, tan utilizada por algunos dirigentes independentistas, da bastante miedo.


Los otros dos ejemplos son Escocia y Quebec. En los dos casos estuvieron impulsados por los gobiernos centrales. Y sus porqués son diferentes. Aunque Escocia buscaba más autogobierno, estilo algunas comunidades autónomas españolas, se formuló como un referéndum impulsado por el primer ministro David Cameron.


Las características de Escocia con Cataluña, además de un sentimiento identitario, nada tienen que ver. De entrada, Escocia se siente absolutamente monárquica, compartiendo Rey. Y por otro, fue Escocia quien decidió unirse al Reino de Inglaterra tras la firma del Acta de Unión en 1707 y crear el actual Reino Unido.


Y llegamos a la claridad. Un término claro y concluyente, pero oscuro si se utiliza solo para despistar. El gobierno de Pere Aragonés está desempolvando una de las ideas utilizadas durante los tiempos nucleares del ‘procés’ sobre las comparaciones con el referéndum en el Quebec y su ley de claridad. Aquella ley intentó dar luz a una complicada situación por la que el país se había conducido sobre aquel referéndum y la pregunta propuesta a la ciudadanía. Opinen ustedes mismos. La pregunta era: “¿Está usted de acuerdo en que Quebec debería convertirse en soberano después de haber hecho una oferta formal a Canadá para una nueva asociación económica y política en el ámbito de aplicación del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”. Está traducido del francés.


Querido lector, léala varias veces. Tómese su tiempo. Yo llevo leyéndola desde hace años y siempre encuentro un enfoque nuevo. En todo caso podríamos acercarnos a su contenido, considerando que la pregunta está dirigida al ciudadano de Quebec preguntándole si está de acuerdo en convertirse en soberano después de hacer una oferta para una colaboración económica tras un proyecto de ley. Bien. No sé ustedes, pero yo declaración de independencia no veo. Más bien de colaboración sin cambios de organización. Por cierto, el Quebec puede hacer este tipo de preguntas dentro de su territorio, a diferencia de Cataluña. Hablamos de legalidad siempre.

No sé ustedes, pero yo declaración de independencia no veo


Esta complicada pregunta provocó que el relato se condujese a la idea de aclarar. Y eso concluyó con una sentencia de la Corte Suprema de Canadá que venía a decir que el Quebec no tenía derecho a separarse unilateralmente, que era el Parlamento canadiense era quien tenía la facultad de hacer la pregunta y que la Constitución era lo que lideraba todo.


La decisión del presidente Pere Aragonés de anunciar esta propuesta como una vía para seguir hablando de independentismo, aunque sea cansino, tiene un interés de estrategia. Existe, al menos, uno de los bloques independentistas que aceptan que lo de hace unos años fue un tremendo error y busca nuevos caminos.


Tiene otro detalle: los llamados a reflexionar sobre la cuestión no son solo independentistas. También hay politólogos constitucionalistas. Lo que significa una mínima apertura de miras. Durante años el secesionismo ha repetido que nadie quería negociar. Y eso no fue así. El independentismo jamás quiso negociar. Lo que buscaba es que les dieran la razón. Negaban, de entrada, que negociar obliga a renunciar.


Diminutos cambios en este sainete repetitivo. Pero qué le vamos a hacer. Hay elecciones y algo tienen que hacer de cara a la galería.