Los primeros compases de campaña nos permiten obtener los primeros escrutinios, no de votos, ciertamente, pero sí de algunas ideas, y visto lo que los diferentes candidatos han puesto en el tapete electoral deberíamos referirnos al pacto fiscal, esa propuesta de la que apenas nada se conoce hasta ahora pero que ya ha logrado concitar un denominador común: que hay un nítido vencedor de los comicios del 20-N, el respaldo masivo, sin apenas fisuras, de la inmensa mayoría de contendientes a ese concepto.
Como la autoría del nombre (pues del resto de contenido como hemos dicho antes poco o nada se sabe) es de Convergència i Unió habrá que atribuir a la coalición actualmente gobernante en la Generalitat catalana el triunfo absoluto de antemano en estas elecciones generales cuya campaña acaba de arrancar.
Convertido en la principal propuesta de CiU, colocado en las primeras líneas de los principales discursos de sus más destacados líderes, el pacto fiscal ha sumado ya la adhesión, con matices o no, de patronales, instituciones y hasta de fuerzas políticas tan distantes en el arco parlamentario como Iniciativa per Catalunya. Dado, insisto una vez más, que casi nada sabemos sobre en qué consistiría ese pacto y en qué condiciones debería realizarse, cabría concluir que la victoria inicial de CiU es todavía más aplastante.
La reivindicación del pacto fiscal tiene además un recorrido previsiblemente fácil una vez celebradas las elecciones de este 20-N. Si mis informaciones no están equivocadas el actual sistema de financiación, fruto lógicamente de otro pacto fiscal aunque entonces no se le llamara así, tiene fecha de caducidad el 2013, por lo que necesariamente las negociaciones para alcanzar lo que se ha convertido en la estrella de este campaña electoral deberían empezar en el 2012, es decir, de aquí a unos pocos meses.
Un claro vencedor tiene generalmente como contrapartida un nítido perdedor, que no puede ser otro que el PSC. Como ya señalamos la semana pasada, tras un año sin un liderazgo reconocido y sin que tengan aún claro por qué dirección caminarán en el futuro, los socialistas catalanes pierden votos según el CIS por todos sus flancos: en favor del PP, de Iniciativa y hasta de CiU.
Es cuando menos curiosa la estrategia seguida en ese año, que quizás sea sólo el primero de la larga travesía del desierto que pueden tal vez sufrir. Tras la derrota de José Montilla en las autonómicas de noviembre del 2010 y el consecuente anuncio de dimisión de todos sus cargos han ido retrasando la fecha del obligado congreso extraordinario para no perjudicar sus expectativas electorales, primero en las municipales de marzo y luego en las generales de este 20-N, y a las dos se han presentado con el secreto deseo de que el resultado les ilustrara sobre quién podría asumir el nuevo liderazgo, en vez de con ánimo de ofrecer una alternativa a los ciudadanos ya que la línea política que identificará al PSC, tras la obligada renovación, aún está por decidir.
Así fueron a las municipales esperando que algún candidato a alcalde obtuviera un refrendo popular que allanara su camino a la primera secretaria socialista y así van a éstas soñando con que si Chacón consigue un buen resultado podría ser el rostro de la nueva dirección socialista, ya que las propuestas de Ros, Elena, Navarro o Iceta parecen demasiado viejas antes de empezar a andar.
Dilucidados a priori los vencedores y los perdedores, las incógnitas de la campaña se reducen bastante: ¿Conseguirá el PP, aupado a la ola de un cambio abstracto, un resultado que le acerque o incluso supere a CiU, lo que supondría el único disgusto para la candidatura de Duran i Lleida? ¿Frenará su caída ERC, ahora liderada por Oriol Junqueras y Alfred Bosch, y envuelta en la reivindicación independentista para intentar rentabilizar al auge de estos sentimientos entre una buena parte de la juventud? ¿Conseguirá finalmente Iniciativa traducir a escaños los buenos resultados que las encuestas siempre les vaticinan? La solución, el 20-N.