10 años sin ETA. Quedan las miradas
Todavía existe en el País Vasco un odio supremacista hacia todo lo que representa a España y lo español
Estamos de aniversario. Diez años desde que ETA anunció que ya no iba a asesinar más. Pero como dijo en cierta ocasión creo que María San Gil, “ahora no nos matan, pero tampoco nos dejan vivir”. El problema de la convivencia sigue presente en el País Vasco. Pero hemos avanzado mucho, dicen los optimistas. Ya nadie tiene que mirar debajo del coche, los guardaespaldas han perdido su trabajo y muchos, qué alivio, ya se pueden sentar en un restaurante de espaldas a la puerta.
Pero algunas miradas, ¡ay las miradas!, en el País vasco siguen matando. El ministerio de Irene Montero quiere poner en marcha un medidor de la tensión de las pupilas para conocer el grado de impudicia que se produce en el ámbito laboral. No sé si tal artefacto existe o se reduce simplemente a la apreciación particular de quien se siente víctima de una mirada censurable y por lo tanto denunciable. Y luego, identificado el “agresor”, que la justicia decida.
De ser así, de existir tal mecanismo de defensa contra lo que puede considerarse una agresión sexual llevada a cabo con los ojos, sería deseable que se pusiera en marcha algo similar contra las miradas que matan a bocajarro. Porque en el País Vasco, como digo, están al cabo de la calle. En una sociedad marcada por el nacionalismo dominante, por una animadversión oficial hacia todo lo que representa a España y lo español, atreverse a mostrar en público cualquier símbolo patrio significa caer fulminado por una ráfaga de miradas que si tuvieran calibre serían 9 milímetros Parabellum. Y eso con suerte. Porque tampoco hay que descartar la agresión física directa por celebrar un triunfo deportivo español envuelto en la rojigualda.
Los constitucionalistas en el País Vasco viven en las catacumbas políticas. El terror de ETA durante medio siglo y sus cerca de 900 asesinatos han ejercido un doble efecto: Primero, con la expulsión de miles de personas que en su mayoría ya no pueden o no quieren volver de nuevo al País Vasco; y segundo, porque la banda terrorista “disuadió” a muchos de cuantos se quedaron de participar en la vida pública defendiendo siglas o ideas no nacionalistas en todo tipo de instituciones públicas y privadas.
Los partidos vascos que respaldan la Constitución, los autonomistas, han cometido muchos errores. Cierto. Pero nadie cuestiona que el actual panorama político es consecuencia, en gran medida, de la actividad terrorista que ETA ha ejercido durante décadas. Un panorama dominado por la omnipresencia del nacionalismo independentista y la ausencia de candidatos, especialmente constitucionalistas, en pueblos y localidades donde las miradas de odio supremacista fulminan.
PNV y Bildu se disputan la hegemonía de una sociedad a la que se le dice que la presencia del PP, Cs o Vox en mítines y otros actos públicos es una “provocación”. Y a la vez, en un ejercicio de cinismo incomprensible más abajo del Ebro, se apela al esfuerzo de todos para conseguir la ansiada convivencia, la superación y el perdón.
No es raro, por lo tanto, que diez años después de que la banda terrorista se viera forzada a cesar en su actividad, quienes se tuvieron que marchar no hayan vuelto. Por el contrario, quienes sí han regresado, mayoritariamente, son los presos de la banda que se encuentran ya en las cárceles vascas recientemente transferidas al gobierno de Iñigo Urkullu.
Desde las instituciones apenas se ha trabajado para facilitar el regreso de tantos y tantos amenazados por el terrorismo. De personas que perdieron a seres queridos y, como consecuencia, casas y trabajos. Personas que tuvieron que rehacer sus vidas lejos del País Vasco y que difícilmente se plantean la vuelta. Conocieron en su día el dolor desgarrador que producen las balas y también el de las miradas que matan. Porque tras el tiro en la nuca o la bomba lapa venía la mirada que se aparta, la que se agacha o la que desafía. Todas ellas igual de letales. Y todas ellas todavía presentes.
Ahora, afortunadamente, ya no suenan disparos. Como mucho se escuchan los cohetes de ongi etorri (bienvenida) a algún preso de la banda que vuelve a su pueblo tras salir de la cárcel.
Como dice Fernando Savater, “queremos la paz, pero la paz no puede ser nunca mera ausencia de violencia, sino que debe ser presencia y vigencia de la Constitución, sin coacciones, extorsiones ni amenazas”.