1-O: el ‘flashmob’ del secesionismo catalán

Si un flashmob es una multitud de personas que se reúne, de repente, en un lugar determinado, respondiendo a una llamada que la convoca, el secesionismo es eso

El secesionismo catalán satisface los criterios del flashmob. Si un flashmob es una multitud de personas que se reúne, de repente, en un lugar determinado, respondiendo a una llamada que la convoca, si un flashmob es eso, el movimiento secesionista catalán es un flashmob.

Pero, se trata, como corresponde al secesionismo catalán, de un flashmob propio. Y es que en Cataluña todo es propio. Si la historia, la cultura, la lengua, el arte, la identidad, la educación, el deporte, el carácter, el modo de ser, el sentido del humor, la gastronomía, la pastelería, la conferencia episcopal y todo lo que se quiera añadir es propio, ¿por qué no ha de serlo el flashmob?

En la Cataluña secesionista, el efecto “bola de nieve”, inherente al flashmob, no es espontáneo, sino programado. Al respecto, vean el currículum de la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural. Y -¡ay!- del sindicalismo.

La bola de nieve secesionista se propaga por unos canales habituales –WhatsApp, Twitter, Facebook, móvil, chats, correo electrónico o blogs- a los que hay que añadir –surge lo propio- las instituciones públicas y privadas, la sociedad civil secesionista y los medios de comunicación de masas afectos a la causa.

El flashmob secesionista brinda espectáculo, reivindica, instruye, exige obediencia, no rompe papeleras, destroza vehículos policiales, reparte claveles y se hace selfis.

El flashmob secesionista, a diferencia del clásico, no se disuelve después de una acción de corta duración. El secesionismo catalán insiste y persiste hasta la saciedad.

Otra particularidad: el flashmob secesionista, a diferencia del clásico, que es autosuficiente, suele disponer de un catering –a veces, un backstage– a disposición de los protagonistas.

La movilización callejera del 1-O es una reacción en nombre de la autocracia

Ejemplos menores de flashmob secesionista: la Diada, las manifestaciones callejeras, los escraches frente al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, las caceroladas, la Maratón Democrática, la Mesa por la Democracia, el sindicalismo de clase convertido al nacionalismo, una parte del profesorado que presiona y manipula al alumnado y abre las escuelas a la ilegalidad, la tractorada, el empapelamiento del espacio público, los repartidores de carteles y papeletas, los impresores por la democracia, los media que se movilizan a la carta, los Manifiestos ídem, la homilía política montserratina, el griterío del estadio en el minuto 17:14, el club de fútbol que cambia la equipación habitual por la patriótica, la ocupación de la universidad, la “protección” de las urnas y los colegios electorales, la réplica de webs cerradas por la Justicia o la aparición de observadores internacionales de parte y la internacional europea de las naciones oprimidas. Un auténtico alarde –aseguran- de “espontaneidad” que provoca la vergüenza ajena.

El ejemplo mayor del flashmob secesionista: la movilización callejera del 1-0 que tiene la pretensión de ser una Revolución en nombre de la Democracia cuando es una Reacción en nombre de la Autocracia. Sigue la vergüenza ajena.

Dicho lo cual, conviene detenerse en la esencia –en lo propio entre lo propio- del flashmob secesionista. Esto es, en las llamadas que movilizan y convocan a los participantes en la fiesta o performance.

La llamada de la tribu

Ese nacionalismo que te señala y te reclama, que cree en la diferencia irreductible -material e espiritual- entre lo español y lo catalán. Esa afirmación heráldica que separa el nosotros del ellos, que construye una identidad propia opuesta a otra impropia. Que extranjeriza al Otro. Ese nacionalismo que alerta de la invasión y contaminación que desnacionaliza. Ese nacionalismo que promueve el gregarismo en nombre de la Nación que redimir. Esa doctrina que entiende que el destino de Cataluña es la independencia. O eso o la decadencia. O eso o la servidumbre. O eso o la desaparición. Para el secesionismo catalán sigue en pie la máxima de Enric Prat de la Riba: “Ser nosotros, esta es la cuestión. Ser catalanes”. El determinismo de la tribu.

La llamada de los antepasados

Ese nacionalismo funerario que venera a sus antepasados, que nos retrotrae a las brumas románticas de la Renaixença, que programa unos fastos funerarios -tricentenario de 1714- a la manera del auto sacramental -velas, símbolos, poesía, cantos, sermones, himnos, salmos y aleluyas- que concluye con un Manifiesto que reza así: “recordar para no olvidar y no ser olvidados, 300 años después reivindicamos lo que somos, lo que éramos y lo que seremos, hoy conmemoramos nuestra voluntad de ser, la historia nos convoca”. El oscuro a los antepasados.

La llamada del narcisismo

Ese nacionalismo supremacista y autorreferencial que se cree invencible, que nunca se siente satisfecho al creer que merece mucho más de lo que obtiene, que quiere experimentar el sentimiento de su potencia. Ese tomarse a sí mismo –espejito, espejito- como objeto de amor. Ese afán egoísta de posteridad que todo lo contamina. El ego insaciable.

La llamada de la mística nacional

Ese nacionalismo obtuso y evangelizador que exalta, que impulsa la unidad mística –la fe- con la Nación, que promueve y cultiva las emociones, los sentimientos y las ilusiones de quien necesita conferir sentido a su vida personal y nacional. Ese sentimiento nacional inapelable. Esa vida rica y plena que arrebata, que llegará al culmen con la independencia y la proclamación de la República catalana. Ese sentimiento nacional que adora y rinde culto a lo propio convencido de la llegada del Gran Día de la Redención. La felicidad por nacional decreto.

La llamada de la épica

Cito: “No pasarán”. “El fascismo avanza si no se le combate”. “Estamos protagonizando la revolución democrática más importante de Europa de las últimas décadas”. “Nos quieren aplastar, pero resistiremos”. “Somos imbatibles”. “Los jóvenes han de parir la República Catalana y construir sus paredes y una democracia de la excelencia que reparta mejor la riqueza. La pesada tarea del héroe.

La llamada del WhatsApp

Cito: “Vigilad las mentiras de los medios de comunicación españoles. Tu poder está en mi miedo, ya no tengo miedo, por tanto, tú ya no tienes poder. Ya llegó la hora, catalanes. Empieza la movilización permanente. Simplemente queremos dejar de rogar. Cataluña tan solo lucha por sus derechos a su manera. Defendamos la democracia. Votaremos. Seguid serenos y alegres, Todos los pueblos están con nosotros. Atrapados en la Red.

La llamada de Bertolt Brecht

Se ha dicho, haciendo una perversa analogía con el conocido texto del poeta alemán, que cuando en 2010 el Gobierno central tumbó a los catalanes el Estatut d’Autonomia, a pesar de haber sido aprobado por amplia mayoría en un referéndum que el gobierno español había permitido, quien no se consideraba catalán no dijo nada. Tampoco dijo nada cuando pidieron el diálogo acerca del federalismo y se les negó, o cuando reclamaron pactar un nuevo referéndum y se les negó. O cuando les quitaron cualquier opción de ser escuchados, torpedearon su seguridad, sus escuelas, sus impuestos, sus administraciones para usarlos como excusas para tapar la propia corrupción. Los peligros de la lírica.

Alcuino de York (siglo VIII): “Y no debería escucharse a los que suelen decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, pues la algarabía de la plebe está cerca de la locura”.

Carles Puigdemont (siglo XXI): “Damos miedo, y más que daremos”.

Licenciado en Filosofía y Letras. Ensayista, articulista, columnista, comentarista y crítico de libros
Miquel Porta Perales
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