Sanclemente: un periodista frustrado travestido en escritor debutante
José Sanclemente no es periodista, ni tan siquiera escritor. Aunque su vida personal y profesional esté rodeada de unos y otros. Esa es la razón que ha alumbrado su primera novela, un thriller acabado de publicar bajo el título Tienes que contarlo (Roca) en el que parece haber conjugado todos los fantasmas del pasado.
Sanclemente fue editor tanto por vocación como por incomparecencia del empresario que le lanzó al mundo de los medios: Antonio Asensio. En vida del propietario del Grupo Zeta, Sanclemente fue su consejero delegado y hombre de confianza. Tras fallecer, los descendientes confiaron menos en él y su recorrido profesional se movió más por la senda de la competencia.
Blanca Rosa Roca, su esposa, es una reputada editora barcelonesa. Lo fue bajo el paraguas de Zeta (Ediciones B) y ahora con su propio sello. Tantas galeradas por el entorno pueden ser el impulso que le faltaba a Sanclemente para lanzarse al ruedo literario y parir su ópera prima. Una forma, como otra, de pasar cuentas con su experiencia, poner en valor sus conocimientos y, como cualquier escritor novel, someterse al escrutinio del mercado y la crítica.
En Tienes que contarlo, su autor traza una historia bien construida a la que se le intuye falta de músculo en la prosa. Hay más voluntad que solvencia literaria, pero al final Sanclemente construye un relato con unas estructuras argumentales impecables.
Un periodista frustrado
En definitiva, una historia para avalar su tesis de que el buen periodismo, el que invierte en producir contenidos de calidad, tiene un futuro indiscutible por más que las empresas que lo producen y comercializan están en coma profundo desde hace no pocos años. Una reflexión que sólo puede nacer de la mente de un periodista frustrado, como él mismo confiesa, que sabe tanto de tinta y rotativas como de redes sociales y nuevos paradigmas informativos.
Es loable y valiente que alguien que antes de juntar letras juntaba números se atreva a circular por el jardín de las veleidades literarias. Y más aún que lo haga sin pretenciosidad ni boato. Para ser un debutante, el antiguo consejero delegado de Zeta es mucho mejor narrador que Juan Luis Cebrián cuando se aventuró con La Rusa, su primera novela, por el circuito literario. Y éste es el único halago que le concedo por una poderosa razón: es un buen amigo al que no le conviene que le froten la espalda para seguir progresando, sea en Barcelona o en el corazón de Nueva York.