Raül Romeva: izquierda y patria
En los espejos cóncavos del Tibidabo, Romeva es el nacionalista pequeño burgués hijo del comunismo euro-manso del sur de Europa
Romeva ha cambiado de Leviatán. El 27-S está en juego el referéndum que «no pudimos hacer el 9N», en palabras del profesor que ha abandonado la lucha de clases para dedicarse a la autodeterminación.
Sus amigos de la izquierda española están desconcertados. Alberto Garzón se descorazona y Pablo Iglesias le borra de su lista. El profesor Raül Romeva es un exégeta de la llamada «perspectiva de lo común», como alternativa a las formas tradicionales de gestión de la modernidad: la mercantil y la estatal. Lo común permite nuevas miradas sobre lo colectivo. Es una respuesta que no exige nacionalizaciones y que renueva lo público como espacio innegociable sin necesidad de tocar el derecho de propiedad. La perspectiva de lo común es más sutil; podríamos decir que se aleja al mismo tiempo de la izquierda caspa y de la gauche caviar, ajena al compromiso.
Romeva ha sido un defensor de los derechos nacionales de Catalunya en el Parlamento de Estrasburgo. Ahora, Josep Maria Terricabras, Ernest Maragall y Ramón Tremosa, tres eurodiputados indiscutibles, apadrinan a Romeva. Ellos son a día de hoy la punta de lanza del soberanismo en las instituciones europeas.
La ofensiva está en marcha, pero esta vez no va a ser un debate de Café Gijón. El Estado afila sus espolones. Cada cincuenta años, los herederos de la Pepa (Constitución de 1812, promulgada por las Cortes de Cádiz) despiertan de su letargo a base de cañonazos.
Rajoy ha puesto en pie a la Brunete con la nueva Ley de Seguridad Nacional, con la que quiere reabrir heridas a base de prohibiciones, anulaciones, suspensiones y penas de cárcel, si es preciso, para los dirigentes soberanistas. Esta ley es la palanca previa a la aplicación del tenebroso artículo 155 de la Constitución, que puede anular una autonomía.
El soberanismo lanza sus dardos desde una ínsula barataria, aquella imaginaria tierra de nadie de Cervantes, donde Alonso Quijano se curó las heridas tras su derrota ante Sansón Carrasco. España, en cambio, sabe dónde pisa. Es una tierra preciosa «llena de gritones que siempre echan de menos algo», escribió Emil Cioran.
Y que no se andan con chiquitas, cabe añadir. Ahí tienen al gallego atlántico, un cameo de don Álvaro Cunqueiro en el Casino Mercantil de Lugo, dispuesto a meternos en vereda. Nos aplicará la Seguridad Nacional, un nombre feo-feo en el que también se ha comprometido el PSOE.
Cuando Rajoy y Sánchez se juntan es que el Estado cierra filas. Francamente, empezamos a echar de menos a aquel Rajoy tranquilo que solía decir «yo, mire usted, me limito a estar ahí». Pero se ha convertido en un verticalista y ahora quiere cosas especiales, pro domo súa, como el sí del Congreso a la humillación griega o el silencio autocrático del «laborioso pueblo catalán».
En Notícia de Catalunya, Vicens Vives describe el miedo al Minotauro o la incapacidad de los catalanes para gobernarlo. El Estado siempre ha sido una cosa distante, inalcanzable. Hasta llegar a este punto del desafío soberanista a Madrid en plena era de las soberanías compartidas.
Es de suponer que Romeva aportará su experiencia. Ha trabajado como analista sobre conflictos armados y rehabilitación posbélica en el Centro Unesco Catalunya; fue consultor de Naciones Unidas y responsable del programa Cultura de la Paz en Bosnia Herzegovina.
Su labor dentro del mundo del ecologismo ha estado ligada a organizaciones como Greenpeace, desde donde ha defendido fundamentalmente la vida marina (el submarinismo es su gran pasión). Lidera la conjunción soberanista como uno más de entre los personajes acunados en la lucha que hoy acompañan a Mas: la Casals de la cuerda estimat PSUC; Sánchez o el peso de la nación; la afgana Carme Forcadell o el aparatchi, Josep Rull.
Descendiente lejano de Pau Romeva -cronista, historiador, miembro de la Lliga Regionalista y fundador de Unió- Raül ha sido hasta hace poco un ecosocialista de vertiente oceánica. Ha vendido centrifugadoras verdes antes de convertirse en el alma del destino colectivo. Se ha pasado al bando de los Mascarell, Muriel y otros en busca del simbolismo que encierra el nudo «izquierda y patria».
Romeva da un paso al frente y acaba con los llamamientos retóricos a la unidad. De la noche a la mañana, se ha erigido en pal de paller de la lista de Josep Termes, como ha escrito Marc Álvaro, en La Vanguardia, recordando al malogrado historiador marcado por el catalanismo y el anarquismo.
La lista unitaria de Mas es iridiscente, pero juega con fuego. Si no gana en setiembre por mayoría absoluta, puede descoserse en pocos días. Romeva debe saber que victoria será sinónimo de combate y heroísmo frente a Madrid. En cambio, derrota significará deconstrucción, inanición.
En los espejos cóncavos del Tibidabo, Romeva es el nacionalista pequeño burgués hijo del comunismo euro-manso del sur de Europa. Ya de jovencito, emergió entre el odio de Togliatti y abrazo de Berlingüer. En la vida académica es un profe de la camada de Joan Subirats, forjador en la Autónoma del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) y de una cátedra que ha continuado la labor iniciada antes de la Transición por Manuel Jiménez de Parga y Jordi Solé-Tura en Derecho Político de la UB, de donde salieron Eliseo Aja, Joan Vintró, el propio Subirats o Cesáreo Rodríguez Aguilera (hijo), entre otros.
La conjunción Convergència-ERC habla de una declaración unilateral rápida de independencia. Una peripecia imposible que Romeva no podrá evitar. Él sabe que el nuevo Leviatán se cuece a fuego lento.