Ramon Espadaler: entre las ‘dos almas’ de Unió
El exconseller de Interior es un hombre de perfil rabínico, coronilla de curón y voz pía
Espadaler levanta el vuelo. El exconseller de Interior es un hombre de perfil rabínico, coronilla de curón y voz pía. Se mueve ágilmente bajo el palio socialcristiano de incienso y Virolai. Pero Unió Democràtica (UDC) ya es un desierto. Le ha pasado lo mismo que le ocurrió al PSC: se ha puesto a discernir sobre sus dos almas, la soberanista y la vertebradora, para acabar liquidando sus auténticos emblemas.
El fin de las pelotas de goma que costaron siete ojos humanos, o el malentendido entre Mossos y Policía Nacional frente a una célula islámica pertenecen al acervo de Interior. Ambas cosas o la herencia del affaire Benítez (lluvia terminal de patadas a un cuerpo inerme sobre el adoquín del Raval) se las come Ramon Espadaler, a la salud de la Escuela de Mollet, el West Point de los Mossos d’Esquadra. Espadaler lo considera un honor (todo menos las patadas, se supone), según ha confesado él mismo en su despedida parlamentaria, ante el president Mas.
Espadaler nunca ha roto un plato. Pero, de repente, afila sus espolones para romper las costuras de UDC, el partido-chiringuito de Duran Lleida, cabeza amueblada y egocentrismo extremo. Duran cuenta con una ristra de asuntos turbios, de los que Espadaler tampoco puede escapar, como la Fundación Europa-Empresa o el caso Pallerols, la financiación ilegal de su partido dispensada por la Fiscalía a cambio de la verdad revelada. El Evangelio, vamos.
Donde Duran fue epílogo, Espadaler es epígono. A partir de ahora, el primero se instalará en Madrid, para hacer de eterno ministrable ante el españolismo compasivo, entre las dos aceras de la Carrera de San Jerónimo: el Hotel Palace y la Puerta de los Leones del Congreso. Se acabó el lobby del Grupo Catalán. ¿O no? Quizá le sustituya el ingeniero de caminos convergente Pere Macias.
Historiador y autor de libros-pirueta (El Castell de Montesquiu a la darreria de l’Edat Mitjana o Sant Hipòlit de Voltregà dins la història), Espadaler tomará el mando del cementerio. Y tendrá en frente a los soberanistas de Unió: el secretario de Universidades, Antoni Castellà, pigmalión del conocimiento; Joan Rigol, santo y seña de la Catalunya cristiana; Núria de Gispert, jurisconsulta mayor y presidenta del Parlament; Joana Ortega, dimisionaria conceptual, y Josep María Pelegrí, ex consejero be water de Agricultura, indoloro, incoloro e insípido.
La ruptura
Los próceres de Unió se han reventado el caudal resistencialista de Coll Alentorn y la capacidad negociadora de Antón Cañellas, aquel ciudadano ceremonioso, expresión del mito fáustico que vendió su alma democristiana al presidente de la Transición, Adolfo Suárez. También se han cargado la sombra del protomártir, Carrasco i Formiguera, al que tanto ha reivindicado el ala heroica de Josep Maria Vila d’Abadal, alcalde de Vic y actual presidente de la Asociación Catalana de Municipis, en la órbita de Mas y bajo la férula bolchevique del camarada Rull.
La ruptura de Unió con su pasado se operó con la llegada a la cima de Duran Lleida, un hijo de Alcampell que estudió Derecho con el coche aparcado en la puerta del Colegio Mayor de Lleida. Cuando Duran empezó, Unió era un partido residual, moderado y desconocedor de su pasado. Todo se había retomado en el arranque de los segundos años cincuenta, cuando los veteranos unionistas (Lluís Vila d’Abadal, cavaller de Vidrà o el viejo Sarsanedas y los entonces jovencísimos Joan Triadú y Josep Benet) se reunían en Cantonigròs, al pie de la Foradada, para celebrar en la penumbra la Flor Natural de algún poeta clandestino.
Solía ser en verano, en casa de Tecla Sala, donde pasaba sus vacaciones el abad de Motserrat, Aureli Escarré, como huésped de honor de la viuda Riera. Pero Duran y compañía (incluido Espadaler) sufren el mal del siglo; son pragmáticos, nunca han querido saber nada de todo esto. A pesar de su libro ideológico, Entre una España y la otra, el conducator de Unió es un chico de la Franja de Ponent que ha triunfado a base de contumacia.
Unió ha vivido siempre la misma contradicción entre el amor a la patria ma non troppo y un cristianismo endomingado de salmo y pastelito. Y, a poder ser, pastelito de can Foix (crisol de la sobriedad poética), en el Sarrià de Caponata, descrito hasta el detalle por el memoralista, Maurici Serrahima.
En los años del hierro y de la cripta, Unió concitaba dos corrientes: la tradicionalista y la cristianodemócrata, como han captado Paul Preston e Hilari Raguer, dos expertos indiscutibles. Las dos corrientes cristalizaron en una sola cuando Roca Cavall, el padre de Miquel Roca, tomó el mando del partido y le entregó el relevo a Coll Alentorn. Sí, sí, Unió fue un partido requeté, con boina roja y orla como la que lucieron los Tercios de Nuestra Señora de Monserrat delante del General en la Comisión Abad Oliva. Unió Democràtica estuvo a punto de morir de inanición si no llega el rescate de Jordi Pujol, con el partido hermano, al frente de un nacionalismo nepotista y de guiñol, hecho a base de chiruca, Pica d’Estats y cuenta andorrana.
¿Qué hará Ramon Espadaler tras la ruptura de CiU? ¿Puede saltar por encima de la confusión o le rinde pleitesía a su jefe? Duran Lleida ya se ha montado un partidito nuevo, mientras Espadaler sigue entre las dos dichosas almas que han colocado a la política catalana en el fin de la historia.