Pujol, ‘my way’

Relato de cómo el ex presidente de la Generalitat administró su confesión ante sus hijos, sus herederos políticos y la justicia el verano pasado

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Le avisaron. Varias veces. Le dijeron lo que había y lo que tenía que hacer o decir. Y Jordi Pujol, poco acostumbrado a que nadie le diga cómo, cuándo y dónde ha de hacer qué, decidió actuar como siempre, a su manera, sin encomendarse a nadie nada más que a él, a su conciencia y a su conveniencia.

Así vivió su carrera política y así lo hizo poco después de que el diario El Mundo, el 7 de julio de 2014, lanzase una bala directamente dirigida a la línea de flotación del ex President.

Le avisaron personas que Pujol no quiere nombrar. Le alertaron de que la cosa no tenía vuelta atrás y que él no estaba haciendo nada por evitarlo.

Hasta la gran banca alertó

La advertencia se fraguó en diversas reuniones. La mayoría en Barcelona. Sus interlocutores eran mensajeros muy bien situados y referenciados con los poderes del Estado. Alguno, vinculado a la gran banca. Le avisaron, le azuzaron, pero Pujol no reaccionó.

Y el Estado, harto de esperar, disparó la bala contra un personaje político que durante décadas se caracterizó por su indudable implicación en la gobernabilidad del propio estado. Paradojas que acarrea el paso del tiempo.

‘El Mundo abre fuego’

La bala tomó velocidad de crucero. El ex President lo supo cuando abrió el diario El Mundo aquel día de principios de julio y aparecieron datos, fechas, identidades y números de cuenta en bancos andorranos a nombre de su familia.

La bala avanzaba en una dirección inexorable. Y Pujol entendió que ya nada iba a ser como antes. Cuestionar «qué era eso de la Udef» o lanzar arengas contra el anticatalanismo del «gobierno central» era insuficiente. Se había acabado la función. Los trucos, los cambios de cromos, los llantos, la victimización, el enroque político y/o nacional, no iba a surtir efecto ya. La bala rebosaba pólvora.

Marcar la confesión con estilo propio

A Pujol no le gusta bailar a un ritmo impuesto. No lo ha hecho nunca. Y tampoco iba a hacerlo ahora, en su ocaso. Tenía dos opciones: huir hacia ninguna parte acuciado por un proyectil cargado de munición que le perseguía inexorable o plantarse y decidir, unilateralmente, cómo, en qué forma y en qué momento iba a ser alcanzado. El ritmo de su vida personal y política, lo ha marcado siempre él, hasta en su crepúsculo.

Y así lo hizo. Faltaban menos de dos meses para la cadena humana reivindicativa del 11 de septiembre de 2014. El debate sobre la emancipación nacional de Cataluña hervía. Y la consulta del 27-N sobrevolaba cada rincón del país, incluidas las comisarías de policía, los cuarteles de la Guardia Civil y del ejército y los tejados de la delegación estatal del Gobierno.

Los abogados y el comunicado del día de Santiago

Con la ayuda de sus fieles abogados y sólo con el concurso de estos, redactó el famoso comunicado auto inculpatorio que hizo público el día 25 de julio. El día 24, y poco antes de leérselo a su familia, Pujol añadió algunas frases de su propia cosecha.

Algunos de sus hijos intentaron disuadirle con un argumento claro: si no nos movemos del sitio y no reconocemos los hechos (por evidentes que sean) habrá gente que, incluso con dudas, seguirá creyendo en nosotros.

Por encima de la familia

Al pujolismo, tiempo atrás, esa estrategia le funcionó mucho y bien. Pero los tiempos han cambiado, como así lo anunciaba el hedor a pólvora que se extendía en el ambiente. Los ruegos de sus hijos rebotaron en la piel insensible del ex President porque a Pujol no le disuade su familia. Ni ahora, ni antes. Ni ahora sus hijos, ni antes, su padre, un empresario políticamente insípido al que Jordi Pujol dominó a su antojo.

Y, así, el ex presidente de la Generalitat de Cataluña, un animal político clave para entender la reciente historia de España, decidió, cómo, dónde y cuándo iba a inmolarse.

¿Hijos molestos?

Dicen que salió del armario de la mentira para proteger a sus hijos. Pero eso no acaba de estar claro. Hay quien piensa que, sin tener la más mínima intención de ello, y probablemente con muy poca fortuna, los lanzó a los pies de los caballos.

Otros hablan de pura estrategia procesal: regularizar atenúa la pena del delito fiscal y conviene recordar que personajes como Fèlix Millet, reconoció parcialmente algunas operaciones delictivas, y que el juez Juli Solaz premió su gesto con la libertad provisional a pesar del evidente expolio del Palau.

Sin embargo, lo que parece que se acaba imponiendo es la tercera vía: cunde la teoría de que fue un criterio íntimo de oportunidad u oportunismo político y personal lo que empujó a Pujol a actuar como lo hizo.

Mesianismo admirado

Pujol siempre alardeó de una perspectiva mesiánica del futuro. Sus seguidores así se lo reconocen con devota admiración.

Visión mesiánica en términos de lo que se conoce como «construcción nacional», pero también en las demás vertientes de la vida.

Justamente esa visión de largo alcance le permitió visualizar que la bala iba a reventar su patrimonio, personal, familiar y político en mil pedazos. Y decidió actuar. Pero, quizá no sólo lo hizo por esa evidencia: no precisó altura de miras para constatar que el Estado español ostenta un enorme poder gracias a la gestión de una estructura de inteligencia que le permite morder en el cuello a su presa con la fuerza y la paciencia suficiente como para que ésta se desangre inerte. Balas mortíferas.

Y eso asusta.

Se dice que el ex President oía el silbido de la bala y un pensamiento le vino a la cabeza: «¿Será esta la única bala que tiene el enemigo contra mí?».

Sin duda, él lo sabía.

¿Otras confesiones?

Consumada la decepción que para todos, correligionarios o no, ha supuesto la autoinculpación de Jordi Pujol, muchos pensaron: ¿Por qué hemos de pensar que el ex President no tiene otras «novias de juventud» escondidas en algún otro armario de la mentira y enlatadas, al mismos tiempo, en la despensa de los servicios de inteligencia estatales?».

De ser así, eso también puede estar detrás de lo que empujó a Pujol a actuar cómo, cuándo y dónde lo hizo.

Los ritmos de la justicia difícilmente van a permitir al ex Presidente Pujol contemplar una hipotética redención penal. Por dos motivos fundamentalmente: la lentitud de la justicia hace que ésta avance de forma menos inexorable que la edad vegetativa, y porque el Estado, sin duda, no va a acabar esta partida sin cobrarse algún peón.

El cabeza de turco familiar

El primer sacrificado será Oriol Pujol, quien se sabe carne de banquillo de los acusados por el tema de las ITV.

Algo parecido le puede ocurrir a su hermano Jordi, sobre el que se espera el resultado de una comisión rogatoria solicitada por el juez Pablo Ruz que tiene con el corazón en un puño a toda la familia.

Quizá también sea el caso de Oleguer.

Pujol no verá la redención penal (y, por supuesto, política) simplemente porque no la habrá.

Un triste final

Y da la sensación de que él lo sabe. Lo ha asumido. Dicen que piensa, incluso, que quizá éste deba de ser el final que una vida como la suya haya de tener.

Pujol se ha hecho mayor en pocos meses. Dicen que pasa los días escribiendo reflexiones que sólo él lee. Sus familiares o esos elegidos a los que recibe de cuando en cuando y a los que sondea como en él es habitual, le escuchan cada vez con mayor profusión algo así como: «Ojalá ya me hubiera muerto».

Patético y triste final para un animal político que vivió, gobernó y morirá a su manera.

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