El primer paso de Juncker; solo faltan 27
Las cinco alternativas del presidente de la Comisión Europea no han convencido todavía a nadie, a la espera de las elecciones decisivas en Holanda, Francia y Al
El primero de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos es reconocer el problema. Es lo que hace el Libro Blanco sobre el futuro de Europa presentado por Jean-Claude Juncker el pasado miércoles. La visión del presidente de la Comisión sobre la Unión Europea a 27 para el año 2025 reconoce con inusual franqueza el grave momento actual y propone cinco opciones –entre pesimistas y utópicas—para afrontarlo.
Tanto el tono como el contenido del documento marcan una diferencia sustancial respecto del optimismo tradicional de Bruselas: el futuro será difícil, feo e interesado. La integración ha chocado contra demasiados muros. Para que la UE sobreviva, el ejecutivo comunitario propone cinco escenarios: desde salvar sólo el mercado de bienes y capitales a seguir persiguiendo el sueño federalista de unos Estados Unidos de Europa.
Juncker está harto de que se acuse a “Bruselas” de la parálisis institucional: “Los estados nos culpan de los problemas, pero se apuntan los éxitos”. Por eso recuerda que el camino lo tienen que decidir los gobiernos nacionales; la Comisión no fija la política; tan sólo la ejecuta. El futuro será lo que consigan acordar los 27 países (el Reino Unido no participará) en la Cumbre Europea de Roma del próximo 25 de marzo, que además conmemora el 60 aniversario de la creación de Unión.
Antes de enumerar sus propuestas, el Libro Blanco hace un ‘post mortem’ de los hechos que llevaron a la actual crisis existencial de Europa. Su valor no es tanto señalar los errores como admitir las consecuencias que ha tenido no afrontarlos. Eso permite enumerar sin rodeos las opciones disponibles ante la tormenta perfecta actual: auge del nacionalismo, desafección popular, reacción proteccionista y desamor con Estados Unidos tras 70 años de interés compartido.
El corolario de Juncker es que la confianza de los europeos en las instituciones comunes ha caído de un tercio a la mitad en la última década; que por primera vez desde 1945, las generaciones más jóvenes enfrentan el futuro con menos oportunidades que las que tuvieron sus padres; y que el paraguas de la OTAN y el ‘poder blando’ no bastan cuando “otros” –en alusión clara a la Rusia de Putin— utilizan la fuerza para violar las normas.
La confianza de los europeos en las instituciones comunes ha caído de un tercio a la mitad en la última década
En sus extremos, los cinco escenarios van desde lo insostenible a lo utópico: ‘seguir como hasta ahora’, chocando contra todos los muros, o ‘hacer mucho más’ para intentar materializar el sueño federal de unos Estados Unidos de Europa. Pero es en medio donde la Comisión sitúa las opciones factibles, empezando por la de mínimos: mantener ‘solo el mercado’ de bienes, capitales y servicios, pero no el libre movimiento de personas.
A los ministros de Exteriores de Francia y Alemania, Jean-Marc Ayrault y Sigmar Gabriel, les faltó tiempo para aplaudir lo que el ‘white paper’ llama ‘los que quieren hacer más’: la cooperación reforzada entre grupos menores de países, para “atender los diferentes niveles de ambición” de cada estado miembro. O incluso la propuesta de ser ‘más eficientes con menos’ al reducir la cooperación a las áreas de mayor beneficio, devolviendo gran parte de las competencias a los estados.
La preferencia de Berlín y París por la Europa a varias velocidades –articulada sobre la preservación del eje franco-alemán— es sobradamente conocida. Pero, a medida que se hace más verosímil, los países centro-orientales trazan sus líneas rojas: “No aceptaremos ninguna división dentro de la UE porque conduciría a su desintegración”, dijo la primera ministra polaca, Beata Szydlo al concluir el jueves una reunión de su propio club, el Grupo de Visegrado: Polonia, República Checa, Hungría y Eslovaquia.
El fuego graneado sobre el Libro Blanco comenzó en el debate posterior a su presentación en el Parlamento Europeo. La eurófoba danesa Rina Ronja Kari –antagonista en el mundo real de la ficticia Birgitte Nyborg de Borgen— acusó a Juncker de pretender otro robo de soberanía a los países para dársela a la Comisión; el jefe de los socialistas, Gianni Pitella, por el contrario, estaba “decepcionado” porque el presidente no se alineó con firmeza detrás de un solo un proyecto nítidamente europeísta.
Los problemas de Europa son tan multidimensionales como contrapuestas son las posturas de los 27 gobiernos
”¡Mierda!; ¿qué quieren que haga?, acabó exclamando Juncker, cuya paciencia es comparable a su tacto. “He traído cinco ideas para fomentar la discusión en la Cámara y con el público; si sólo hubiera presentado una, me acusarían de amordazar el debate y no escuchar”. Las frustración del luxemburgués (que no buscará repetir en 2019) es comprensible. De momento, pasará a la historia como el presidente que “perdió” al Reino Unido. Y los próximos meses, un auténtico campo minado electoral, pueden añadir a ese legado nuevas desgracias, empezando, el próximo día 15, por Holanda donde el xenófobo Geert Wilders opta a la victoria o a ser clave en decidir quién será el próximo Primer Ministro.
El resultado de esos comicios pesará, de un modo o de otro, en los jefes de estado y gobierno cuando se reúnan en Roma. Juncker, el presidente del Consejo, Donald Tusk y todos los ‘principals’ de la UE redoblarán sus llamadas a la acción. Pero para actuar hay que decidir, algo para lo que la instancia política de la Unión ha dado sobradas muestras de incapacidad.
Los problemas de Europa son tan multidimensionales como contrapuestas son las posturas de los 27 gobiernos que deben acordar las medidas para afrontarlos. El desenlace de las elecciones previstas en 2017 (tras Holanda vendrá Francia y a principio de otoño Alemania y quizá Italia) será el primer factor determinante.
Un fracaso claro de los populismos –por ejemplo, la doble victoria de Macron y Schulz en Francia y Alemania—ayudaría a preservar un nivel apreciable de integración, aunque “optimizada” para hacerla más eficaz y cercana a la ciudadanía. Por el contrario, una victoria de Wilders, Le Pen o un avance exagerado de la AfD alemana, pondría en riesgo inmediato al euro y –si este cae—a todo el edificio comunitario.
El Libro Blanco se fija un horizonte futuro de ocho años. Si miramos atrás el mismo periodo, victoria de Trump, el expansionismo ruso y la anexión de Crimea, Siria y crisis de refugiados o una UE sin Inglaterra hubieran sido tratados en un documento similar como cisnes negros, hipótesis extremas y poco probables.
Hace un siglo, Europa estaba en el tercer año de una Gran Guerra que los líderes de entonces vieron venir, pero que –por nacionalismo, cortoplacismo y mediocridad personal—hicieron nada por evitar
Hace apenas tres años ESADEgeo –el centro de geopolítica y economía global que preside Javier Solana—y PWC identificaban en su informe ‘España en el Mundo 2033’ como improbables cisnes negros el repliegue estratégico de EE.UU, la ruptura de la Eurozona, un fallo tecnológico masivo o que Oriente Medio fuera una región fallida. Hoy, la vuelta al proteccionismo, el riesgo real sobre el euro, los ciberataques masivos contra partidos y estados, y el triple fenómeno del ISIS, la guerra en Siria e Irak y la amenaza del terrorismo redical en Occidente, son realidades cotidianas.
Juncker pide política y visión europea a los líderes nacionales para salvar la UE. Hace un siglo, Europa estaba en el tercer año de una Gran Guerra que los líderes de entonces vieron venir, pero que –por nacionalismo, cortoplacismo y mediocridad personal—hicieron nada por evitar.
Hoy, un conflicto armado en el continente es improbable, pero la implosión del edificio común dejaría a Europa a desvalida ante los fenómenos –políticos, económicos, ambientales y humanos—que están en tensión en el mundo. Y, habida cuenta de quién ostenta el poder en las naciones más fuertes, ni siquiera el más negro de los cisnes, el de la guerra, se puede descartar.