Matrimonio de conveniencia

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Que dos o más personas o instituciones se pongan de acuerdo para hacer cosas no es fácil. Piensen, por ejemplo, en lo complicado que resulta que un matrimonio funcione, si es que lo consigue y no acaba en divorcio más o menos sonado. Si además hay que compartir patrimonio, activos y pasivos, el grado de dificultad se eleva ya hasta extremos insospechados.

Por esto entiendo el marasmo en el parece que se encuentra el tan cacareado proceso de fusión de las cajas. Y es que si añadimos a los inconvenientes a los que antes aludíamos el poco cariño que la mayoría de ellas están poniendo en el empeño, el objetivo que pregonaba MAFO de reducir en un tercio el número de cajas en España lleva camino de ser algo así como el parto de los montes.

Por lo que dicen y, sobretodo, por lo que no dicen, uno llega a la conclusión de que no tienen ningún interés en la fusión y que si han llegado hasta este punto, si tras un breve noviazgo, y a veces ni eso, han llegado a plantearse la boda no es porque tengan un proyecto de vida en común, no, sino sencillamente porque han pensado que solos, que uno a uno, la factura de Hacienda les sale más cara, por insistir en la metáfora.

En ninguno de los casos anunciados –el de la fusión entre las cajas de Sabadell, Terrassa, Manlleu y Girona; la de Catalunya, Tarragona y Manresa, o la más recientemente apuntada de Penedès y Laietana- se ha podido vislumbrar un proyecto de futuro, un plan que explicitara de manera ilusionante el por qué de ese acuerdo de integración, qué ventajas se esperan alcanzar a cambio de los sacrificios que toda fusión comporta.

Hay una explicación, sí, la única que no han podido negar y es que sin tetas no hay paraíso, o dicho de otro modo menos televisivo: sin fusión no hay fondos FROB y sólo con estos recursos bastante subvencionados las cajas podrán afrontar los procesos de reestructuración –recorte de plantillas, cierres de oficinas…- a que están obligadas para reconducir el acelerado proceso de expansión a que se lanzaron en los últimos años.

Se juntan, pues, para conseguir dinero para achatarrar –verbo leído a Josep Olíu, el presidente del Banco Sabadell- capacidad productiva y, claro, ése no es un objetivo que despierte pasiones: ni las de sus ejecutivos, algunos de los cuales creen firmemente que perecerán en el intento; ni las de sus tutores políticos, con poco a ganar y mucho a perder; ni las de aquellos que de una u otra forma sacan beneficios de su cercanía. Si las fusiones ya resultan muy complicadas por sí mismas, si hay además falta amor…

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