Manuela Carmena: la insurrección legítima
No es mujer de cenas discretas con resaca pactista, prepara las citas con luz y taquígrafos porque lo que no tiene cabida en una agenda oficial desaparece
Estampa su memoria en la piel de la ciudad. Manuela atraviesa las antiguas corralas de La Latina y revisita casi a diario el Madrid de los Austrias. Transita por la frontera que hay entre la clase media, agobiada por las deudas, y los barandales de la pobreza. Antes de tomar la palabra, la ex magistrada vaga; camina por los desmontes que rodean la capital. Pasa por delante de una antigua taberna, convertida en quiosco de golosinas, donde en tiempos se gestó la doctrina de la Idea. Saluda, besa y extiende abrazos. Firma libros en la Feria. Mece sin disimulo su mechón rubio y habla desde la distancia corta. Para la estadística, ella se reserva el atril de la Sala que muy pronto será la tribuna de la Asamblea de Madrid, la feria de los discretos. Usa gafas de hípster y escucha con gran atención. ¡Por fin, la política tiene antenas! No insulta y cuando aprecia desconfianza en el otro expresa un «no tema», que le sale de muy adentro.
Hace justo un año, mientras hablaba con su editora en el Retiro y repasaba anaqueles de cartón piedra, surgió la idea: ¿Quién podría encabezar una candidatura de progreso? ¿Tal vez tu misma, Manuela? Ella dijo que no, pero la maquinaria que dispara trigo desde su piel se había puesto en marcha. Lidera Ahora Madrid, una caricia para la ciudad mestiza. Pronto convocará primarias para vocales vecinos de 21 distritos. Se calla frente a la invectiva y le protesta a Sáenz de Santamaría por permitir el bandolerismo verbal de sus levantiscos manifestantes. En su libro Las cosas pueden ser diferentes –ahora todo un best seller–, Carmena resume su corpus: «Se pueden hacer grandes cambios cambiando pequeñas cosas». Es el ideal de Fourier o de Saint-Simón y, si me apuran, de Gandhi.
Rechaza el coche oficial y se mueve en bicicleta
Sin saltarse a Maquiavelo ni a Norberto Bobbio, esta señora exhibe estilazo. Lleva muchas noches de insomnio lector. No juega cuando dice que no depende de Podemos y que no le gustan los partidos. Prefiere los movimientos; el aliento del vecino, la tangibilidad de la calle. Pero sabe que el partido político es la máquina perfecta del Estado moderno, el aparato ideológico del que hablaba Althusser. Manuela no remeda, tan solo reconstruye. Rechaza el coche oficial y se mueve en bicicleta.
En la trinchera de las redes sociales, la candidata alternativa se siente icono del pop. La mujer que opta a la Alcaldía de Madrid es la misma que montó una tienda en Malasaña para vender ropa confeccionada por reclusas. También es un parachoques de la infamia: la presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), Ángeles Pedraza, dice que Carmena, en su etapa como jueza, «siempre inclinó la balanza del lado terrorista». ¡Calumnia! Al filo del mantra salvapatrias de Esperanza Aguirre, Madrid se merece a Carmena. Antes de sufrir a la Doña (Ana Botella), la ciudad desarrolló anticuerpos frente a la impostura de Gallardón, el edil hormigonero de las emes 30 y 40.
Fundadora de jueces por la Democracia
La pasión de Carmena por lo público tiene historia. Fundó jueces por la Democracia después de exprimir el jugo de la abogacía laboral de trinchera con sus compañeros de Atocha 55, el bufete tiroteado criminalmente en 1977. Quiso ser una Jean Sorel madrileña y no se conformará con letanías de consistorio.
Esta semana, Carmena le ha pedido pisos para los desahuciados a Goirigolzarri, presidente de Bankia, educado en Deusto, financiero astifino y aprendiz de Sánchez Asiaín, el maestro. La candidata recibió un sí condicionado, aunque Bankia tiene 900 pisos sociales y solo el 40% están ocupados. Fue el sí de los mercados, como los que daban a sus criados el Conde de Luna (Il Trovatore) o el Duque de Mantua (Rigoletto). Quiere renegociar la Deuda de Madrid, la infinita mochila pepera del ladrillo salvaje. Pero tal vez no sepa que el pasivo de la capital está enmarañado en las contabilidades impostadas del mercado matrix; repartido entre promotores y bancos y revendido a fondos buitres. Para desencriptarlo tendrá que hacer frente a legiones de abogados ligados al prócer y a la norma. Ella ha dicho bien alto que se someterá al imperio de la Ley. Es hija de la Montaña y del «tercer estado»; rechazó por igual la supervivencia de Fouché (Rubalcaba) y la molicie del Segundo Imperio (Rajoy).
Carmena no es mujer de cenas discretas con resaca pactista. En su amago no entran el secreto y la melancolía. Prepara sus citas con luz y taquígrafos, porque lo que no tiene cabida en una agenda oficial desaparece por el escotillón de la historia o es demolido por la Nueva Política. Es acólita del gesto más que de la palabra. Representa a la insurrección legítima.